“La masa de personas … No buscan la verdad objetiva, sino una ficción convincente que se alinee con su visión preconcebida del mundo. Los movimientos totalitarios explotan esta vulnerabilidad, no solo controlando la propaganda, sino creando una realidad paralela en la que la distinción entre verdad y mentira se vuelve irrelevante”. Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo (1951).
Los conflictos geopolíticos han evolucionado hacia formas cada vez más sofisticadas, donde la tecnología, la información y el ciberespacio juegan roles decisivos. A medida que las fronteras de la guerra se expanden, el ciberespacio y el espacio exterior se han convertido en campos de batalla esenciales, sumándose a los dominios tradicionales de tierra, mar y aire.
La guerra asimétrica, donde las fuerzas más débiles recurren a tácticas irregulares como el terrorismo, el narcotráfico, el contrabando, el crimen organizado entre otras, siguen siendo fundamentales en los conflictos actuales. Por otro lado, la guerra híbrida, que combina ciberguerra, desinformación y alta tecnología, desestabiliza a los adversarios sin necesidad de enfrentamientos convencionales. Además, las guerras proxy, donde potencias globales apoyan a actores locales, han vuelto a ser comunes, aunque mejor disimuladas que durante la Guerra Fría.
En el ámbito de la ciberguerra, el ciberespacio ha permitido que tanto Estados como grupos organizados ejecuten ataques con consecuencias globales. Entre los grupos de hackers más notorios están Sandworm en Rusia, el grupo de hacktivistas Guacamaya en México o el grupo Lazarus de Corea del Norte, este último acusado de estar vinculado a la financiación del programa nuclear norcoreano. Las agencias de inteligencia estatales también han sido señaladas por espiar a sus propios ciudadanos, como se reveló en los casos de Wikileaks en Estados Unidos y los Vulkan Files en Rusia.
En años recientes, hemos presenciado ciberataques que marcaron un antes y un después en la seguridad global. Stuxnet, desarrollado por Estados Unidos e Israel, fue diseñado para sabotear el programa nuclear iraní, siendo uno de los primeros ciberataques a infraestructuras críticas. También está Operación Aurora, encabezada por China para infiltrarse en Google, y el ataque al magnate Jeff Bezos en 2018, vinculado a Mohamed bin Salman, quien usó una vulnerabilidad en WhatsApp para espiar al empresario. Estos casos muestran cómo los conflictos digitales pueden tener repercusiones tanto personales como políticas y económicas.
Este panorama ha llevado a la consolidación de un Internet fragmentado, donde las barreras geopolíticas afectan la conectividad global. En países como Brasil, Irán y China, plataformas como Telegram han sido prohibidas por ser utilizadas por grupos opositores. La red social X (antes Twitter) ha sido bloqueado en Brasil recientemente, mientras que WhatsApp y Facebook han enfrentado restricciones en países como China, Irán y Siria. China ha creado su propio ecosistema digital, con plataformas como WeChat, Baidu y Alibaba, que sustituyen a los gigantes tecnológicos occidentales, controlando el flujo de información dentro de sus fronteras.
En este contexto, las agencias de inteligencia juegan un papel crucial. CIA (Estados Unidos), Mossad (Israel), MI5 (Reino Unido), SEBIN (Venezuela), MOIS (Irán), MSS (China) o la Dirección de Inteligencia de Cuba (ex G2) este último con un papel determinante en la región, lideran operaciones de ciberinteligencia y espionaje a nivel global. A un nivel cooperativo, la alianza de los Cinco Ojos (Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda) por ejemplo comparten información y coordinar esfuerzos conjuntos.
Un ejemplo reciente del impacto de la tecnología en los conflictos es el ataque atribuido al Mossad contra Hezbolá en Siria y Líbano. En este caso, dispositivos electrónicos como buscapersonas explotaron simultáneamente, causando bajas importantes entre los militantes, demostrando que la ciberguerra puede ser tan letal como las armas convencionales.
En resumen, el mundo se enfrenta a un nuevo escenario en el que la geopolítica es instrumentalizada a través de los servicios de inteligencia, creando nuevos campos de batalla como el ciberespacio. Esto configura un nuevo tipo de conflicto global, donde las fronteras digitales son tan importantes como las físicas. La capacidad de los Estados para adaptarse a estos desafíos será clave para el futuro de la seguridad global y las relaciones internacionales.
El autor es ingeniero de sistemas