Flavio Machicado Saravia (Foto: Alfonso Gumucio)
Julio fue un mes de despedidas y golpes muy duros al universo de amistades que uno teje a lo largo de su vida y que se pulveriza cada vez más rápido, como una lluvia de meteoritos. Si bien la muerte es un proceso natural, uno no se acostumbra al vacío que dejan los que se van.
El sábado 13 de julio, hace un mes, despedimos a Flavio Machicado Saravia, fallecido a los 86 años de edad. Flavio pertenecía a la generación una década mayor que la mía, y nunca fuimos amigos cercanos, pero quizás por mis primos hermanos Mariano y Fernando Baptista Gumucio, y otros amigos comunes, como Antonio Eguino, sentíamos que esa brecha generacional no existía. En realidad, me considero amigo de toda la familia Machicado.
Tan es así, que décadas atrás cuando era joven, me sentía privilegiado de poder conversar con el patriarca, don Flavio Machicado Viscarra, a pesar de las cinco décadas que nos separaban. Recuerdo con agrado mis encuentros con él en el Prado, casi siempre sobre la acera del Hotel Copacabana, cuando tomándome del brazo me permitía acompañarlo caminando hasta su domicilio en la avenida Ecuador. Me agradaba su prestancia, su apariencia impecable con traje y corbata mariposa, y su manera pausada de hablar. Quisiera terminar mis días con la dignidad con la que don Flavio llevó sus años hasta el final, cuando falleció a los 87 años, un año más que su hijo del mismo nombre.
Mis cuatro décadas de peregrinaje por otros países y continentes no me permitieron estar más cerca de la familia Machicado, pero con Eduardo, el menor de los hermanos, a quien los amigos llamamos cariñosamente “Lorito”, pudimos coincidir en París durante el exilio de la dictadura de Banzer a mediados de la década de 1970.
Al regresar a Bolivia Eduardo retomó el legado de su padre y con el apoyo invalorable de “la Cris”, su hija Cristina, ha mantenido esa admirable tradición de las Flaviadas, sesiones de apreciación musical que se han mantenido sin interrupción en la casa de la avenida Ecuador desde 1938 (se iniciaron en Bolivia en 1922 y un poco antes, en Boston en 1916). Incluso durante la pandemia, estando yo en misión en Colombia, podía escuchar las sesiones sabatinas en podcast. No conozco en ningún otro país una tradición que, sin dejar de ser anacrónica en un mundo donde toda la música clásica es accesible en internet, constituye a la vez una experiencia emotiva donde un grupo de personas que no se conocen ni se dirigen la palabra más allá de algún saludo, entran sigiliosas a la casa de los Machicado, puntuales a las 18:30 h de los sábados, y se sientan para escuchar durante 90 minutos una sesión de música clásica. Es algo único como sensación de complicidad en la música clásica.
La Fundación Flavio Machicado Viscarra no sólo nos permite disfrutar de la magnífica colección de música clásica en discos de vinilo y las ocasionales sesiones en vivo (“La casa resuena”), sino que mantiene un impresionante acervo de publicaciones periódicas bolivianas y extranjeras, una biblioteca especializada en libros sobre música que pertenecía a don Flavio, y un archivo histórico donde se han catalogado, siguiendo normas internacionales, correspondencia, postales, fotografías, mapas, planos arquitectónicos, notas y bocetos, que abarcan desde 1650 hasta 1980.
Por todo lo anterior, me es difícil hablar de Flavio Machicado Saravia sin hablar de toda una familia cuyo aporte a la cultura de Bolivia, en varios campos, es enorme y, aún más significativo es el hecho de que ese aporte se ha realizado con gran esfuerzo personal (familiar), con muy poco apoyo institucional y casi ninguno del Estado, que debería proteger este tipo de emprendimientos.
La vida profesional de Flavio (ingeniero comercial formado en Chile) se desarrolló en el campo de la economía y su principal intervención fue durante el breve gobierno de Alfredo Ovando Candia, cuando junto a José Ortiz Mercado, ministro de Planificación, tuvo bajo su responsabilidad el diseño de la Estrategia de Desarrollo Nacional. Eran dos o tres voluminosos tomos de propuestas para los siguientes veinte años, que nunca se plasmaron porque una sucesión de golpes militares frustraron el ambicioso planteamiento, el más importante desde el Plan Decenal de 1960. El breve interregno del general Juan José Torres, donde fue ministro de Finanzas por primera vez (yo colaboré como periodista en El Nacional), no mejoró las cosas porque casi inmediatamente asumió por la fuerza el coronel Hugo Banzer, sin contemplaciones y en alianza con la agroindustria de Santa Cruz (muy beneficiada por la dictadura), donde una gran avenida, barrios y escuelas llevan todavía el nombre del dictador.
Otro de los desafíos profesionales de Flavio Machicado en el Estado fue como ministro de Finanzas en uno de los periodos más difíciles que ha vivido Bolivia, durante la UDP (Unidad Democrática Popular que reunía al MNRI, al MIR del “entronque histórico” y al Partido Comunista), en el segundo gobierno del presidente Hernán Siles Zuazo en 1982, una experiencia de gobierno afectada por la hiperinflación galopante y mil otros problemas que se habían acrecentado con el descalabro institucional y político que significó para el país la dictadura del general de caballería Luis García Meza y de su escudero el coronel Luis Arce Gómez, a quien conocí como sádico capitán cuando hice mi servicio militar (paradojas de la vida, mi libreta lleva la firma de Banzer, quien era comandante del Colegio Militar). En su libro Diálogos por la democracia (noviembre de 1984), Flavio Machicado da cuenta de las negociaciones con la iglesia y la Central Obrera Boliviana para tratar de salvar el proyecto democrático.
La época de la UDP, por sus medidas económicas insalvables, melló el prestigio de una generación de brillantes profesionales que trataron sin éxito de frenar la caída, entre ellos Flavio Machicado que fue ministro de Finanzas (de febrero a agosto de 1983), inmediatamente después de Ernesto Aranibar. Mi primo hermano Fernando Baptista Gumucio ocupó el cargo después de Flavio (agosto 1983 - abril 1984) . No dudo que para ambos (cuya integridad y honestidad está fuera de duda), fue una experiencia traumática, y para el país, claro está.
Flavio aportó a la reflexión sobre la economía de Bolivia en artículos y libros publicados a lo largo de las tres décadas siguientes. Durante varios años fuimos colegas columnistas en Página Siete (él con su columna “Con la palabra”), pero lamentablemente los archivos de ese diario están cerrado con el candado de su mezquino dueño, y los artículos de Flavio no se pueden leer.
Las últimas veces que pude conversar con Flavio fue en el ambiente relajado de la casa de Antonio Eguino en Taypichullo, varios años atrás, antes de la pandemia que cambió nuestras vidas y nuestras formas de relacionamiento.
El autor es es escritor y cineasta
@AlfonsoGumucio