El secreto del capitalismo radica en su capacidad para generar progreso gracias a su naturaleza dinámica. A diferencia del socialismo, que es estático e inflexible, el capitalismo permite una administración óptima de la escasez, lo que lo convierte en un sistema económico más eficiente. Mientras el socialismo, con su enfoque de propiedad estatal, suele llevar a la desigualdad y la pobreza, el capitalismo fomenta la prosperidad y la equidad mediante la competencia abierta.
A diferencia de algunos políticos economistas, como Javier Milei, yo no tengo desprecio moral contra el socialismo ni contra mis amigos socialistas, cuya aspiración es un mundo mejor: un mundo estable, solidario, carente de incertidumbre y seguro. Esto explica la saudade que muchos habitantes de antiguos países socialistas/comunistas experimentan hacia su pasado, aunque menos avanzado, ¡pero estable! El Mercedes Benz versus el Talbot.
El ideario socialista me recuerda a mi juventud algo hippie de los años 60 y 70, cuando todos adoptamos el blue jean como un símbolo de igualdad y a la peta Volkswagen como emblema de una vida sencilla; era poco agraciada, pero económica, cuyo éxito comercial se dio precisamente cuando EEUU experimentaba con automóviles cada vez más grandes y potentes, los Muscle Cars, que eran despreciados por los jóvenes con conciencia social y añorados por aquellos más “aburguesados” que soñaba(mos) con un Mustang, Corvette o un Dodge Supercharged.
Yo tenía, desde luego, un VW diez años más antiguo, al alcance de un estudiante de escasos recursos, por no decir francamente pobre, pero que lo llevaba con un cierto espíritu de “discreto encanto”. Mi condición de joven estudiante extranjero latino me hacía lógicamente “liberal”, marchando contra la guerra, intrigado por eso de “hagamos el amor, no la guerra”, give peace a chance y las fotografías de un Woodstock al que yo me había perdido por nabo.
Me tomó muchos años entender lo que leía. Había emprendido la carrera de economía, cuando lo que entonces más me gustaba era la historia. Nunca tomé un curso de ciencia política porque pensaba que aquello se hacía, no se estudiaba. Por el contrario, intuía que la economía en algo me serviría en mi vida posterior. Aun así, me sentía un rara avis en la facultad de negocios a la que asistía solo para aprender algunas habilidades prácticas para mi vida empresarial posterior.
El cuarto factor de producción
Fue Joseph Schumpeter quien descubrió el verdadero motor del capitalismo, un cuarto factor de producción: el empresario. Este agente, diferente al capitalista tradicional o al terrateniente, que es quien toma riesgos, innova y promueve la "destrucción creativa" –figura esencial para el progreso económico– ya que introduce nuevas tecnologías y modos de producción que impulsan la prosperidad. Schumpeter argumentó que la riqueza no se genera solo a partir de los tres factores tradicionales de producción: tierra, trabajo y capital, sino que el verdadero valor lo crea el empresario a través de la innovación; la combinación creativa de los otros factores.
Ese entrepenuer (el intrépido agente) no puede existir ni prosperar, menos triunfar, en el sistema socialista, porque un elemento central para que este surja es vivir en una sociedad donde rija el derecho de propiedad privada, flexible, transferible, cotizable; en una palabra: libre. Hoy, ese innovador, ese disruptor se pudiera llamar Steve Jobs, Jeff Bezos, Bill Gates o Elon Musk; ninguno de ellos herederos de fortunas, ni imperios financieros, ni terratenientes. En efecto son generalmente intelectualmente brillantes, de origen económicamente humilde, hijos adoptados, excéntricos o casi antisociales.
Irónicamente estos emprendedores terminaron dándole la razón a Karl Marx, que de chiripazo le acertó a que el verdadero valor no lo aporta la tierra ni el capital, sino el trabajo, pero no el manual, como él creía, sino el trabajo creativo, tecnológico.
Los atributos del capitalismo, desde luego fueron intuidos y parcialmente revelados por Adam Smith, el célebre filósofo y humanista escocés, deambulando por los caminos de Edimburgo y sus alrededores, hablando solo y perdido en la estepa escocesa. El descubridor de “la mano invisible”, siendo esta la intuición más profunda que posiblemente ni él terminó de comprender. Tuvieron que pasar más de 200 años para que economistas post-capitalistas como Douglas North y John Wallis, entre otros, terminaran de escudriñar esos atributos y eventualmente el secreto del éxito del libre mercado, al tratar de aportar un marco conceptual para interpretar la historia humana.
Por tanto, el secreto del capitalismo reside en la diferente incidencia del funcionamiento de las economías en los estados naturales como Bolivia, o en los pocos estados modernos denominados sociedades de acceso abierto. En los primeros, “se usa el sistema político para regular la competencia económica y crear rentas económicas (frecuentemente corruptas) para ordenar las relaciones sociales, controlar la violencia y establecer cooperación social”.
En las segundas, las sociedades de acceso abierto, “se regula la competencia económica de forma en que se disipan las rentas, usando la competencia para ordenar las relaciones sociales” (como un antídoto contra la corrupción).
Las sociedades naturales son por naturaleza reaccionarias y corruptas, mientras que las de acceso abierto y de libre competencia tienden a ser progresistas, modernas y prósperas.
Por lo que se deduce que los problemas que enfrenta hoy Bolivia no pasan por las reformas macroeconómicas solamente, sino derivan de un problema más profundo: la naturaleza del sistema económico de sociedad natural, adoptado y reafirmado por el régimen del Movimiento al Socialismo.
El autor es catedrático; fue alcalde de La Paz y ministro de Estado.