MARKO A. CARRASCO LUNDGREN
¿Cuál es el efecto del fracaso de la demanda marítima boliviana en La Haya?, pero no el efecto en la política doméstica ni tampoco en el ámbito económico o geopolítico; intentar responder la pregunta desde fuera del poder y más allá de estos ámbitos es algo que nos está costando, quizás porque toca una de las fibras más sensibles y complejas para cualquier sociedad, nuestra identidad colectiva. La afiliación identitaria colectiva es generalmente potente porque el sentimiento de pertenencia de un individuo (nacional, étnico, religioso, ideológico, etc.) está fuertemente ligado al núcleo de su identidad individual; no es algo de lo que estemos plenamente conscientes todo el tiempo, pero se manifiesta cuando: 1) nuestra identidad colectiva se ve amenazada o 2) ante un evento en el cual pertenecer al grupo nos genera satisfacción. Para comprender lo primero, pensemos en una sociedad heterogénea como la estadounidense, después del atentado del 11 de septiembre de 2001, una amenaza a la seguridad nacional se terminó asumiendo por las personas como una amenaza a sus formas de vida cotidianas, por ende, a su identidad individual. Para entender lo segundo, basta con recordar la clasificación al Mundial de 1994, el sentimiento de afiliación nacional en torno al éxito de la Selección, generaba cierta satisfacción personal.
Y es que la identidad colectiva se conforma por varios elementos, los éxitos y los fracasos de nuestro grupo, ambos, refuerzan nuestro sentido de pertenencia. Desde la psicología política, lo anterior se conoce como “traumas y glorias elegidas” y si bien no son los únicos factores que componen la identidad colectiva (existen otros como la internalización del anhelo del líder o la formación de símbolos autónomos), son quizás los que juegan el rol más importante en diferenciar la identidad de un grupo y de conectarlo con su pasado, ya sea esto último de forma realista o mediante memorias modificadas y/o fantasías que operan como mecanismos de defensa. En el caso de las glorias elegidas, las sociedades tienden a mantener representaciones mentales de éxitos o triunfos compartidos entre sus miembros, con el tiempo estas imágenes, personas o hitos se solidifican y se convierten en una suerte de mitos, pasando a ser parte de la identidad colectiva. De vez en cuando estas glorias elegidas son traídas al presente, ya sea por líderes (Boquerón o Katari, por ejemplo) o de un padre hacia su hijo, porque estimulan emociones de autoestima y esperanza.
El rol de los traumas elegidos, es decir, el rol de aquellas representaciones mentales colectivas de un evento que ha causado pérdidas irreparables, humillación en manos de otro grupo o un sentimiento de victimización, resulta un poco más complejo de entender como factor de cohesión identitaria. Estudios con la segunda y tercera generación de un grupo que ha sufrido un trauma (como los hijos y nietos de los sobrevivientes del Holocausto, por ejemplo) muestran claramente que la representación mental de una tragedia compartida, se transmite a las generaciones posteriores en diferentes niveles de intensidad. Es más que los niños imitando el comportamiento de sus padres o actuando en función a historias que oyeron de anteriores generaciones; la transmisión intergeneracional del trauma a nivel colectivo, es en realidad el resultado de un proceso psicológico inconsciente, en el que la víctima deposita en el núcleo de la identidad de sus descendientes, sus propios miedos y frustraciones. Después, quien sufrió el trauma inculca en estos últimos la idea de que deben hacer algo para lidiar con el daño generado (aun cuando los descendientes no han sido directamente dañados), ya sea a través del duelo o mediante la agresión para reparar la humillación causada. Una vez que la representación mental de un evento traumático compartido se convierte en un trauma elegido, la historia real del evento es secundaria; lo que es importante es el poder invisible que adquiere el hecho para vincular a los miembros del grupo en un sentido persistente de igualdad a través de la historia, su historia. Como resultado, un trauma elegido puede asumir nuevos propósitos a medida que pasa de una generación a la siguiente. En algunas generaciones, sostendrá un sentido compartido y permanente de la condición de víctima y en otras, puede usarse para fomentar la restitución de la humillación. En Bolivia, la pérdida del Litoral es claramente un trauma elegido que ha mutado de generación en generación. Hasta el momento en el que el Estado boliviano decidió demandar a Chile ante La Haya, el hecho constituía un factor de cohesión social desde el duelo; miles y miles de estudiantes desfilando por años en las calles cada 23 de marzo, nos han recordado desde la derrota que somos nación. Con la demanda marítima, el trauma del mar pasa a ser un elemento de unidad, ya no desde la añoranza, si no desde la acción y la posibilidad de restituir la humillación de la guerra, torciéndole el brazo al estado chileno en la CIJ, nada menos que ante el mundo observando.
Lo que debe alcanzarse a ver es que el tema del mar ha sido siempre una representación mental traumática en el imaginario boliviano, desde el abrazo de Charaña hasta la presentación formal de la demanda el 2013. Quizás es tiempo de entender sin complejos - aunque resulte patético en el sentido literal de la palabra – que el mar ha sido también amalgama para ser el país que somos. Es algo que sabemos, pero que no queremos mirar de frente siempre. Quizás por eso que la sentencia en La Haya, al margen de haber sido un rotundo fracaso y haber alborotado las redes sociales por dos meses, no parece haber puesto rajaduras en el suelo sobre el que se paran los bolivianos. Existe una suerte de silencio alrededor del tema que consiente la derrota como algo reconocible, una especie de hartazgo expectante.
En toda la historia china, pocos son los eventos que marcaron el destino del país como la firma del Tratado de Nanjing en 1842. El mismo ponía fin a la llamada Guerra del Opio contra los ingleses, quienes haciendo uso indiscriminado de su poder militar, imponían condiciones absolutamente favorables para su comercio en el mismo. Para los chinos, fue el inicio de una serie de abusos y humillaciones en manos de poderes externos; pero también fue un momento constitutivo, a partir de entonces emergió la noción de volver a ser una nación “rica y poderosa” usando los medios necesarios y alejándose del pasado imperial y sus viejas costumbres.
En el caso de Bolivia y el tema del mar, quizás la respuesta a la pregunta del inicio debe partir de eso, de concebir el efecto de la derrota como una oportunidad, para trazar un rumbo nuevo, reconociendo que la memoria colectiva, por más dolorosa que sea, es parte de nuestra identidad como nación, pero que no tiene por qué condenarnos a repetirnos.
Marko Carrasco Lundgren es investigador y practicante en el área de transformación de conflictos