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Opinión

El fracaso estratégico del MAS

11 de Noviembre, 2024
ERICK R. TORRICO VILLANUEVA
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Este 10 de noviembre se cumplieron cinco años desde que un fraude eleccionario oficialista detonara el fracaso estratégico del llamado Movimiento al Socialismo (MAS) y condujera al estrepitoso derrumbe de su casi quindenial gobierno.

Ya había sido fraudulenta la primera reelección (2009) de quien una década más tarde terminaría fugando del país, pues apeló a una leguleyada para hacer creer que en realidad se trataba de una primera elección por haber surgido un “nuevo” Estado (el “Plurinacional”). Lo fue asimismo la segunda, en 2014, porque ya entonces la Constitución solo permitía una reelección continua. Y más dolosa incluso fue la siguiente (2019), inadmisible constitucionalmente y negada además por la mayoría ciudadana en el referendo de 2016, el cual el MAS desconoció con el engaño de que la “reelección indefinida” era un “derecho humano”. Cabe recordar que, de manera extraña, el oportunamente interrumpido y reanudado conteo de votos favoreció en la ocasión al repetitivo candidato gubernamental con la cifra que exactamente necesitaba para proclamarse vencedor, aunque él mismo, poco después, tuvo que anular esos comicios debido a las irregularidades registradas.

Pero, ¿por qué hablar de fracaso estratégico? Primero, debido a que el manejo masista de la crisis generada por su estafa electoral fue tan ineficiente, ciego y arrogante que le llevó a la demolición –por mano propia– de la aparentemente sólida estructura que creía tener, incapacidad estratégica que luego atribuyó a un imaginario “golpe de Estado”; se quedó, así, sin triunfo electoral ni poder que administrar. Y, segundo, porque ese terremoto, inicio de su verdadero “proceso de cambio”, supuso la apertura de un horizonte de libertad ciudadana y el comienzo de un final de ciclo que todavía avanza hacia su descenlace.

Los acontecimientos que hoy sufre el país son, en alguna medida, réplicas de aquel sismo, a la vez que anuncios del doloroso cierre político que se avecina para esa agrupación.

Su decisión de desbaratar en 2019 toda la cadena de mando para provocar un vacío de poder que indujera a la gente a clamar por el retorno de los renunciantes fue calculada como una especie de “referendo revocatorio”, que supuestamente iba a permitir recuperar la legitimidad que el MAS en función de gobierno había perdido. Pero las cosas tomaron otro rumbo, ya que la movilización ciudadana nacional de octubre-noviembre de ese año multiplicó el rechazo de 2016 y no cesó sino con la dimisión –el 10 de noviembre de 2019– de los que habían dejado a la democracia en estado de suspensión.

En lo que va de 2024, el quebrado MAS ya probó tres veces una fórmula similar. Primero, con el montaje de un “golpe militar”, en junio; después, en septiembre, con una marcha “para salvar Bolivia”, y en octubre-noviembre con una “patriótica” serie de bloqueos de carreteras. Sin embargo, los resultados logrados por los dos grupos enfrentados fueron del todo contraproducentes. En ningún caso consiguieron extender sus cada vez más limitadas bases sociales, de nuevo alimentaron y cosecharon el repudio ciudadano y, en lo que más les interesaba, no pudieron salvar el móvil principal que los confronta: quién se queda con la sigla de la hoy maltrecha organización y con su posible candidatura presidencial para 2025.

Este problema intestino es el causante de demasiados daños al conjunto de la colectividad boliviana, corolario lógico del modo en que fueron ejecutados los lineamientos políticos del largo oficialismo que va en retirada.

En casi dos decenios de estar a cargo del gobierno –a excepción del intervalo que representó el gobierno transitorio de Jeanine Áñez–, el MAS está completando una administración calamitosa. Empezó con la fractura regional y étnica de la nación; prosiguió con la desinstitucionalización del Estado y la democracia; a continuación, clausuró la posibilidad de superar la mediterraneidad, y ahora intenta dosificar, apenas para la sobrevivencia, las migajas que dejó su dilapidación de la mayor riqueza económica que tuvo Bolivia en toda su historia.

Es claro que salir del abismo en que está sumido ya no parece serle posible, pues se encuentra preso en una suerte de círculo maligno en el cual todo lo que hace, no hace o deshace empeora su situación.

Pese a ello, al que aún parece quedarle una opción mínima de reivindicación ante la sociedad es a quien actualmente encabeza el Órgano Ejecutivo, dado que si halla la vía para deshacerse de su contrincante –como mediante la última “aclaración” del Tribunal Constitucional que busca inhabilitar al obsesivo candidato– habrá aportado al nacimiento del nuevo ciclo en vías de germinación, aunque su presencia en él no vaya a estar consignada. De todos modos, recibir algún reconocimiento social no le sabrá igual que ser borrado de la memoria trascendente del país.

Por lo que se advierte, el fracaso estratégico del MAS, patentizado un quinquenio atrás, está próximo a convertirse en ocaso. Esto implica –como diría René Zavaleta– que en breve Bolivia tendrá frente a sí un nuevo momento de disponibilidad. 

El autor es especialista en comunicación y análisis político