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Opinión

El final de la disputa por el control de la sigla

2 de Diciembre, 2024
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Todo parece indicar que estamos llegando al final de la disputa -mejor dicho, guerra- por el control de la sigla, en el seno del Movimiento al Socialismo (MAS), entre los dos bloques: el ala “radical” evista versus el ala “renovador” arcista. 

No creo que alguien podría haber imaginado este inesperado y extraño desenlace, que tiene inicio, en una suerte de “ondas sísmicas de largo alcance”, en los resultados del Referéndum del 21F, donde Morales es rechazado por el voto popular para postular -en los hechos- a su cuarto mandato. En ese sentido, el 21F, es el punto de inflexión, nunca más nada fue igual para Morales. 

La secuencia de esta decadencia, como hemos visto, comienza con el 21F. Luego, el 2019, es obligado a dejar abruptamente el poder. De la forma en que fue desplazado, para quien adolece del “síndrome de hubris”, la enfermedad del poder, ha debido ser algo terrible

Ahora sucede y tiene lugar lo inimaginable. Después de ser alejado definitivamente del poder, independientemente de la forma, pierde la sigla. Pierde la propiedad del partido, que manejo a su antojo, durante poco más de un cuarto de siglo. Ni en sus más remotas elucubraciones habría imaginado este inesperado desenlace. Para él y sus más incondicionales seguidores, la perdida de la sigla es similar a la de una terrible desgracia.

A partir del reconocimiento del Tribunal Supremo Electoral (TSE) a Grover García como presidente del MAS, le es arrebatado a Morales el control y manejo del partido, que condujo sometido a sus intereses y ambiciones personales. El instrumento político creado para eliminar la intermediación e intervenir directamente en los asuntos del Estado, se convirtió, al final, en un instrumento político personal, para perpetuarse en el poder. Quien diría, Morales, ahora, está al margen del partido que lo llevo a la presidencia el 2006 y con el que gobernó 14 años.

El MAS, bajo el liderazgo de Morales, se convirtió en el partido político más grande que conoce la historia de nuestro país. En tamaño y alcance, supero, de lejos, al Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR).  El poder que ejerció Morales en su partido fue absoluto. Elimino sistemáticamente a todos los “libre pensantes” que se atrevían colocarse al frente. Prorrogo su liderazgo, al estilo monárquico, indefinidamente. Era candidato y presidente, una y otra vez. Nunca respetó la alternancia acordada con la Confederación Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), para que el poder rote entre aimaras, quechuas y dirigentes originarios de tierras bajas. Como Rey en su feudo, se reproducía en el poder, sin ningún cuestionamiento.

Vean ahora, como de irónica es la historia. Un fallo del Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP) y el cumplimiento de este por Tribunal Supremo Electoral (TSE), obliga al MAS, en los hechos, a la alternancia. Vean el desliz: un quechua ahora reemplazara a un aimara en la presidencia del instrumento político “recuperado”.

El golpe debe ser fatal. Hasta hace poco, amenazaba con imponerse en las calles. “A las buenas o a las malas”, quería ser el presidente y candidato único del partido. Ahora, dócil y resignado, debe aceptar la Resolución del TSE, pues no tiene ninguna posibilidad material de revertirlo. 

Sin embargo, aún no resigna la posibilidad de ser candidato.  Esto deja entrever que, en el escenario político y en el tablero de ajedrez, está pendiente aún la batalla final por la candidatura. Si bien, ya no podrá ser candidato por el MAS, puede todavía habilitarse con otra sigla. Habido todavía de poder sostiene, en ese sentido, que la sigla es “secundaria”. Obsérvese, otra vez, la ironía de la historia y la política. 

En esta “guerra” interna, hubo muchas batallas. Todo comienza en el Congreso de Lauca Ñ. Luego, el gran cabildo de El Alto. Después, el Congreso arcista, también en El Alto, que finalmente acabo reconocido por el TSE. La marcha “para salvar Bolivia” y los 21 días de bloqueo, son las últimas batallas. En todas ellas, pierde el ala radical evista. Pone final a la “guerra”, por el control de la sigla, la sala cuarta del Tribunal Constitucional, cuando reconoce las determinaciones del congreso arcista y desconoce a Morales como presidente del MAS-IPSP.

Si apelamos al concepto de la correlación de fuerzas, el resultado final era previsible. Según Julien Freund, la relación de las fuerzas, como piedra angular de la política, determina el resultado. Quien tiene más recursos de poder a su favor, tiene más probabilidades de vencer. En ese sentido, el bloque arcista tiene el aparato del Estado. Puede “repartir” espacios y recursos. Con esto mantuvo fieles a los movimientos sociales y sindicatos. Tiene también a su favor, y bajo su control, al TCP y al TSE. El bloque arcista, en ese sentido, tenía y tiene, más recursos de poder y ventajas, no solo para derrotar y anular al enemigo, sino también para destruirlo.

Frente a esos recursos materiales de poder, para defender la propiedad de la sigla y la candidatura, a Morales solo le quedo la calle y la convulsión social. La “marcha para salvar Bolivia” fue organizada en ese sentido. El brutal bloqueo de 21 días, con todos los costos y daños provocados, también. 

En función de los objetivos propuestos, ambas fracasan estrepitosamente. Desgasta y aniquila, como instrumentos de lucha, a las marchas y a los bloqueos. Será muy difícil, de aquí en adelante, organizar con éxito, otras marchas y bloqueos, pues ya no hay capacidad ni poder de convocatoria. 

Perdió en el Referéndum del 2016. Acorralado sin salida, renuncia a la presidencia el 2019. Luego, deja de ser el único e indiscutible líder. Ahora, pierde al MAS, el partido de su propiedad. 

Queda pendiente, sin embargo, la última batalla, su inhabilitación definitiva. El TCP y el TSE, en su momento, tres meses antes de las elecciones, dilucidaran la contienda, inhabilitando para siempre a Morales. 

El autor es profesor de la carrera de Ciencia Política de la Universidad Mayor de San Simón