El utilitarismo institucional y político junto al mercantilismo son, desde hace unos años, los principales factores de desprestigio de los títulos de Doctorado Honoris Causa (por causa de honor), originalmente destinados a reconocer la labor sobresaliente y ejemplar de una persona en las ciencias, las artes o las letras, como también, en casos excepcionales, en los ámbitos de las políticas públicas o las causas sociales.
Esa alta distinción, que por sus motivaciones estaba reservada a valorar desde la academia la contribución hecha por alguien que, por esa misma razón, podía considerarse una eminencia o una referencia moral, está hoy puesta en cuestión.
No sólo que hay en el mundo universidades públicas o privadas que se guían por el interés de conseguir algún privilegio de parte de los gobernantes de turno o por el de obtener algún donativo particular y que, sin ningún pudor, entregan títulos honoríficos a quienes van a beneficiarles en un momento dado, sino que además aparecieron varias organizaciones apócrifas –institutos, asociaciones y falsos centros de educación superior– que otorgan tales reconocimientos a cambio de un pago.
Entre los galardonados mediante la primera figura se cuenta ya una serie de personajes, desde políticos y empresarios socialmente cuestionados hasta animadores televisivos de programas sensacionalistas, ninguno de los cuales merecería sino la repulsa ciudadana, pero que por inversión axiológica y oportunismo resultan investidos como “doctores” o “doctoras”.
En la segunda situación referida, el nivel de la desvergüenza es tal que cualquiera que lo desee y esté en capacidad de erogar el monto necesario puede obtener un “doctorado” de ese tipo. Sólo tiene que hacer la gestión requerida en el sitio web ofertante y comprar su correspondiente “título”. Los precios de este “mercado del honor” van de los 50 a los varios cientos de dólares. Los diplomas son enviados a domicilio en corto tiempo mediante delivery y hasta se puede optar por un “combo” que, aparte del “doctorado”, también le otorgue el “profesorado honoris causa”. Los anuncios de venta alientan a su potencial clientela a adquirir un reconocimiento así para poderlo “presumir entre las amistades” e incluso invitan a comprar uno como “regalo de cumpleaños” para algún conocido.
Es claro que lo que importa en el fondo es el circunstancial rédito político, legal, publicitario y/o económico que alcanzan los otorgadores de tales seudo distinciones o, en el otro polo, la falaz dignidad con que esperan recubrirse los receptores de las mismas, más o menos en el estilo de no pocos licenciados en abogacía que gustan presentarse y hasta firmar como “doctores”.
Y otro fenómeno relacionado con estas prácticas es el de la acumulación de estos doctorados de oportunidad en ciertos individuos. Es posible que algunos de ellos, a un mismo tiempo, sean vistos como “populares” por algunas instituciones necesitadas de visibilidad y que usan sus títulos honoríficos para treparse a la accidental ola del sujeto que terminan homenajeando, pero igualmente están aquellos que, por cuenta propia, invierten reiteradamente en la compra-venta antes descrita. No faltan ahí quienes aun habiendo sobornado a sus profesores de escuela para aprobar un curso son ahora “doctores” en un número de veces tan grande que ya tendrían que estar registrados en “el libro de los récords inútiles” (Bart Simpson dixit).
A propósito de estos “coleccionistas”, cabe dar el beneficio de la duda a aquellas instituciones universitarias que, sorprendidas en su buena fe, coinciden en otorgar reconocimiento académico a quien no tiene méritos para ello, por imitación, al calor de las circunstancias o apoyadas solamente en la retórica de algún proponente, pero que igualmente se resisten a admitir que los argumentos usados en sus justificaciones –“es que defiende los derechos humanos, la naturaleza o la vida” o todo eso a la vez– no guardan relación de verdad con el comportamiento ni los propósitos reales de quien resulta honrado.
Pese a que en Bolivia lo comentado no ha ocurrido en las universidades serias ni se ha instalado como oscuro negocio, en el país sí se conoce a embusteros “doctores” que encarnan la penosa conversión de la honoris causa en “horroris causa”.
Erick R. Torrico Villanueva es especialista en Comunicación y análisis político
Twitter: @etorricov