Finalmente se realizó el consabido “Censo 2022” dos años después, y nadie sabe a ciencia cierta el porqué del forzado retraso. Pero como se dice de las estadísticas –así como del bikini– muestran mucho, pero no lo más importante, el Censo 2024 no revelará el grado de descapitalización social al que ha llegado nuestro pobre país.
Si confiamos en su integridad, nos mostrará cuántos somos, dónde estamos y cuál es el grado de confort en el que vivimos (medido por las facilidades físicas a nuestro alcance), además de contribuir en la medición del crecimiento o falta del mismo, en términos cuantitativos.
Sin embargo, no medirá el “des-consenso” que nos atribula, el des-contento que nos amarga, el des-respeto que nos gobierna, la in-felicidad que nos abruma, la inmensa des-capitalización social que ha sufrido Bolivia, supuestamente en busca de precisamente lo contrario: la conquista de la sociabilidad, la armonía, el respeto, la consideración, la cortesía, el buen trato…en fin, la armonía social.
Los bolivianos nos hemos perdido el respeto, la consideración. Hemos perdido precisamente los elementos de los que está hecha la democracia. Y no solo en Bolivia, sino también allí donde se ha instalado la ideología de la lucha de clases, de la “dictadura del proletariado”; donde se ha adoptado y aceptado a la tiranía como una forma posible de gobierno, en nombre de la sociabilidad, de la “libertad, igualdad y fraternidad”, como proclamó la Revolución Francesa en 1789.
Pero no puede existir democracia sin capital social, es decir, en una sociedad enfrentada consigo misma. Sin empatía social, sin vínculos afectivos, sin identidad colectiva común, sin respeto, sin caridad, sin solidaridad, sin sociabilidad. Entonces, el socialismo ha resultado en la antípoda de su nombre. Su “marca”, su denominación es el gran engaño. La mentira. Porque la lucha intestina, fratricida no produce fraternidad.
Tuve la suerte de estudiar en Harvard con el profesor Robert Putnam, quien prácticamente acuñó el concepto de “capital social”. Fruto de su extensa investigación para descubrir la causa de la desigualdad entre Italia del norte y del sur, identificó que la fortaleza de la Italia del norte estaba dada por la densidad de sus vínculos sociales. Es decir, la capacidad de sus habitantes para asociarse, colaborarse, tolerarse y ante todo sostenerse mutuamente en situaciones de necesidad. En suma, su capacidad de construir redes sociales densas, fuertes y duraderas. Lo que deriva en una fuerte solidaridad y consecuente fraternidad, es decir, “hermandad” social entre sus habitantes.
Aparentemente, Italia del sur carece de esas características, donde irónicamente prevalece la cultura “mafiosa”, tan conocida y asociada con el crimen organizado y la prevalencia política “socialista”.
Un reciente libro de Putnam resume el fenómeno de “descapitalización social”, titulado Bowling Alone (Jugando bolos, solo). El estudio retrata la nueva sociedad posindustrial, producto de la rápida urbanización durante el último siglo en EEUU. La ruptura del núcleo familiar, el desarraigo del terruño local o patrio y la creciente migración han producido el desarraigo que antes aglutinaba a la sociedad alrededor de tradiciones y culturas, valores o religiones/ideologías comunes.
Malcolm Gladwell, en su obra “Outliers” o la historia de éxitos, más bien se refiere a una excepción en la sociedad estadounidense y nos relata cómo la excepcional longevidad de una pequeña comunidad de inmigrantes italianos en Nueva Jersey explica su éxito en función de la convivencia de tres generaciones bajo un mismo techo. Un extremo de fraternidad donde abuelos, hijos y nietos viven juntos, y donde parientes y vecinos íntimamente vinculados colaboran, se sostienen y apoyan entre sí. Eso es capital social.
Lamentablemente, en los últimos 18 años, Bolivia ha padecido de la mayor descapitalización social de su historia. Ha perdido mucho de convivencia, tolerancia, respeto y consideración. En suma, la fraternidad boliviana se ha esfumado.
El Censo 2001 dejó la semilla de la desarticulación social boliviana, al privarnos de nuestra categoría social de mestizos que somos todos, así como de bolivianos. La ilusión de fraternidad, de “capital social” que prometía el social-ismo ha fracasado. Es una falsa ilusión.
Hoy en día, en cambio, los países desarrollados y democráticos miden el grado de felicidad de sus sociedades, el grado de desarrollo más que el de crecimiento y dejan las estadísticas habituales para solo medir este último.
El autor es profesor, exalcalde y exministro de Estado.