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Opinión

De MAS a menos

14 de Octubre, 2024
ERICK R. TORRICO VILLANUEVA
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La ilusión electoral que hizo creer que el llamado Movimiento al Socialismo (MAS) había alcanzado para 2005 un “carácter nacional” comenzó a desvanecerse entre 2007 y 2011 y continúa en esa senda con señales de una más intensa disipación en el futuro de corto plazo.

La “nacionalización” de una organización política, además de que ésta sea capaz de expresar el sentir mayoritario de una colectividad nacional en un momento determinado, implica que tenga una cobertura territorial extendida, expresada tanto en una arquitectura institucional efectiva como en un respaldo equivalente de sus votantes.

En el caso del MAS, el impulso para ese crecimiento pareció haberse dado de una manera visible e incluso contundente a partir de su reiterada participación en los comicios subnacionales y nacionales como una plataforma no dependiente de otras fuerzas consideradas de izquierda.

A mediados de la década de 1990, el sindicalismo campesino altiplánico-valluno y el movimiento indígena oriental representados por la Confederación Sindical de Trabajadores Campesinos de Bolivia, la Confederación Sindical de Colonizadores de Bolivia (hoy “Interculturales”), la Federación de Mujeres Campesinas “Bartolina Sisa” y la Confederación Indígena del Oriente Boliviano, determinaron constituir un “instrumento político” para intervenir directamente en los procesos electorales y lo denominaron Asamblea por la Soberanía de los Pueblos (ASP). 

Luego de una serie de pugnas intestinas, la ASP fue convertida en el Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (IPSP) que el MAS integró a su identidad final tras conseguir la cesión de esta última sigla que estaba a cargo de un resabio de la vieja Falange Socialista Boliviana, de índole más bien fascista. De ese modo, en 1999 quedó conformado el MAS-IPSP con habilitación legal para terciar en las elecciones. Ese mismo año se presentó a las elecciones municipales y obtuvo el 3.27% de los votos.

El desafío de pensarse en términos nacionales y de vencer su circunscripción previa a los distritos productores de hoja de coca fue asumido por el MAS para los comicios presidenciales de 2002, oportunidad en la que logró un apoyo del 20.94%. Fue algo inesperado, que asombró a sus propios protagonistas e hizo avizorar otras posibilidades. La condición para ello, que no puede desconocerse, fue el agotamiento del modelo de ajuste estructural en economía y del de “democracia pactada” en política, lo cual generó una atmósfera de saturación y frustración de los electores respecto a las opciones partidarias que habían controlado el poder desde 1985.

Ese descontento acumulado, junto a la campaña indirecta que alentó el entonces embajador estadounidense en Bolivia, Manuel Rocha, quien llamó en 2005 a no votar por un candidato vinculado al narcotráfico y propició la reacción contraria a favor del MAS, dio lugar a otra sorpresa en las elecciones presidenciales: el MAS se impuso ese año con el 53,74% de los sufragios. A inicios de 2024 se supo que Rocha trabajó como espía para Cuba por cuarenta años, lo que da otro sentido a aquellas provocadoras declaraciones.

Ese salto cuantitativo en los números de votantes fue ratificado en las elecciones nacionales de 2009 y 2014, en las que el MAS logró el 64.22 y el 61.36 por ciento de los votos, respectivamente.  Ello daba la impresión de que la mencionada “nacionalización” de esta agrupación se había consolidado. No obstante, la realidad estaba ya tomando otros caminos.

Al ser una sumatoria oportunista de diferentes organizaciones primariamente preocupadas por la promoción y defensa de sus intereses corporativos (cocaleros, colonizadores, cooperativistas mineros, transportistas, gremiales, etc.), el MAS nunca pudo establecerse como articulador del “interés general”, razón por la que su administración del Estado terminó afectada por su vacío de proyecto y doctrina, así como por su carencia de estructura programática y orgánica, su asfixiante caudillismo, su gestión antieconómica en el mediano y largo plazos, sus variadas prácticas fraudulentas, su política de doble estándar y su autoritarismo. La plurinacionalidad que pretendió instalar se quedó en la retórica y su enfático dualismo cultural “pachama-místico” alimentó una polarización cada vez más intransigente.

El repudio electoral tradujo poco a poco los nuevos sentimientos de la gente. Las elecciones judiciales de 2011 y 2017 se poblaron de votos nulos y blancos como manifestación de rechazo no sólo al desastre que representa el aparato judicial en el país, sino al modo de gobierno arbitrario y confrontacional que adoptó el MAS. Lo propio sucedió con el referendo de 2016 en que el 51.3% de los sufragantes dijeron “no” a que se levante la prohibición constitucional para la reelección continua de las autoridades. Y las elecciones nacionales de 2019, en las que el candidato oficialista desoyó la voz ciudadana expresada en ese referendo y se postuló por cuarta vez a la presidencia, le asignaron un 47.08% de votos al MAS, con una pérdida de 14 puntos porcentuales en comparación con 2014. Los comicios de 2020 le dieron un respaldo del 55.11%, pero nuevamente bajo condiciones de excepción, entre las que el miedo de los votantes a las represalias tras la crisis político-electoral de octubre-noviembre de 2019 fue un factor preponderante para que se tuviera esa falsa mayoría.

A la fecha, en el marco de la cruda disputa por el liderazgo que se arrastra en el MAS desde 2021, del  indetenible proceso de implosión que vive esta agrupación y de la fase de transición que se abrió para la democracia boliviana en 2019, las primeras aproximaciones a cifras de intención de voto para las elecciones presidenciales de 2025 muestran, al menos, dos situaciones novedosas: la primera, que el MAS, unido o dividido, no comprende actualmente a más del 30 por ciento del electorado, y, la segunda, que el flanco de esta organización que logre participar con sigla y candidato propio en los comicios del siguiente año requerirá casi inevitablemente de una alianza externa para tener alguna continuidad en el gobierno.

Así, pues, lejos de poder considerarse “nacional”, tras su fracaso político estratégico de 2019 y gracias al naufragio económico en que se debate su mandato presente, no hay duda de que el MAS está venido a menos. 

El autor es especialista en comunicación y análisis político