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Opinión

Crisis venezolana, integración e identidad

10 de Septiembre, 2018
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MARKO A. CARRASCO LUNDGREN
El micro para en un semáforo de la calle Junin del centro de La Paz, en ese instante uno de los dos tipos sentados delante gira la cabeza y ve en la acera a un hombre en sus medianos treinta vendiendo arepas que saca de un envase de plástico. “Qué manera de andar apareciendo venezolanos, ¿no?” le dice al amigo mientras observa fijamente por la ventana, a lo que este responde “Sí pues. Puro comerciante ambulante, además. Que por lo menos llegasen más minitas…”. Ambos ríen y la conversación queda ahí, se cambia de tema, el micro avanza, la pausa termina, pero el aire queda enrarecido. La conocida idea de que la crisis desnuda la realidad tal y como es me viene a la mente. Sí, en Bolivia y en la región somos machistas, somos racistas, somos xenófobos, pero en este particular contexto, somos también incapaces. No sabemos cómo afrontar una crisis que ingenuamente creemos ajena, esto último es empezar ya con el pie izquierdo.

Según ACNUR¹ existen 2.3 millones de venezolanos viviendo fuera de su país a la fecha, de esa cifra, 1.5 millones lo han abandonado desde mediados de 2015 que es cuando empezó a acentuarse la crisis, hecho que incrementó la migración a distintas partes del mundo en un 132% y en un 895% en el caso de quienes se dirigen a países de Sudamérica. Entre estos últimos, según el Informe de Tendencias Migratorias Nacionales en América del Sur de la OIM² los que más venezolanos han recibido a 2017 son, en orden decreciente: Colombia, Chile, Argentina, Ecuador y Brasil. Está claro que esta ola migratoria forzosa contempla países de tránsito y de destino, así como un variado estatus legal entre los migrantes; esto está relacionado también con el tipo de trato que les otorga cada Estado fuera del sistema internacional de asilo (permisos de residencia temporales, visado de trabajo, visado humanitario, acuerdos regionales como MERCOSUR o UNASUR, etc.) y con las nuevas medidas de control en las fronteras, últimamente endurecidas.

La realidad descrita contiene dos escenarios paralelos, la situación en las fronteras y la situación en las urbes que terminan albergando a estas personas. El primero es inmediato y crítico, las condiciones que enfrenta esta nueva población “flotante” están generado problemas de salud pública y de seguridad, las condiciones en las que se desplazan las personas y las características de las zonas fronterizas en la región son una combinación peligrosa; aun así, con todas las limitaciones presentes, la reacción de los gobiernos de la región ha sido razonable según lo evaluado por la ONU, al final de cuentas el accionar en estas zonas está sujeta a protocolos pre establecidos ejecutados por fuerzas del orden. Pero el segundo escenario será más complejo y difícil de enfrentar, porque quienes llegan a las ciudades a establecerse necesitan condiciones básicas para subsistir (alimento, alojamiento, salud, seguridad, etc.), pero se requiere más que eso para integrarlos y de esto último depende que la xenofobia no escale y que el desplazamiento humano venezolano no sea percibido como una amenaza, sino más bien como una oportunidad. Los planes de integración para refugiados – de los que por cierto adolecemos – no son otra cosa que estrategias de desarrollo que abordan aspectos como empleo y formación de competencias hasta cohesión social, tratamiento de traumas, diversidad y captación de fondos y recursos para iniciativas productivas. La complejidad de estos planes y su ejecución es que demandan el involucramiento no sólo de los refugiados, si no también de la sociedad civil; a diferencia de la respuesta en fronteras, el trabajo en los procesos de integración de refugiados y desplazados (aunque no son lo mismo según el Derecho Internacional Público, ambos están presentes en el fenómeno actual) es bidireccional, y el núcleo de estos procesos es el abordaje de la identidad. Es necesario entender que quien se establece en otro lugar forzosamente, no importa cuáles sean sus antecedentes, está experimentando la multiplicidad de lo que es la identidad, pero “al cuadrado”, por así decirlo. Por ejemplo, se es una venezolana nacida en Caracas, profesional de clase media con seis años de ejercicio en la medicina, empobrecida en los últimos cinco años, que ahora vive en Boa Vista al norte de Brasil trabajando como mesera, que habla inglés y francés, pero que todavía no domina el portugués y que por falta de documentación no puede acceder a la seguridad social.

Después del “reasentamiento”, los refugiados se encuentran en un estado de reflexión y reevaluación constante de las formas, nuevas y antiguas, experimentadas en sus vidas. Este estado es difícil de asimilar, ya que las constantes reubicaciones y la introducción a lo desconocido, tienen serios efectos sobre el comportamiento humano y el bienestar psicológico. Es en esta etapa cuando la persona trata de aprender sobre la nueva cultura a la que está expuesta, pero al mismo tiempo, los métodos de enseñanza y comunicación de dicha cultura resultan de cierta manera desconocidos. Esto que es un conflicto de identidad, genera frustración tanto en quien intenta integrarse como en aquellos que lo rodean; generalmente estos últimos no toman en cuenta estos aspectos y reducen lo que pasa al simplismo de que a quien ha llegado “no le da la gana de adaptarse y punto”. Desechar lo último y aceptar la complejidad del problema es el primer paso a la integración, debemos ser capaces de comprender que las personas casi siempre son más reacias a perder lo que ya tienen y que están menos motivadas para obtener lo que no poseen.

La ansiedad, el miedo, la confusión y el aislamiento son sin duda emociones negativas que a la larga, se constituyen también en barreras para la paz y el equilibrio en una sociedad. Si bien es cierto que cualquier tipo de intervención oficial con grupos vulnerables como refugiados o desplazados debe estar antecedida por información fidedigna que señala cuál debe ser la ruta a seguir (Ej.: características socioeconómicas, niveles de instrucción, estatus legal, experiencia laboral, estado de salud, etc.), esto no anula la posibilidad de generar iniciativas desde la comunidad, que preparen el terreno para generar procesos de integración reales. Esto es algo en lo que, para alivio propio, podemos prescindir de nuestra tediosa clase política. Se trata de respetuosamente hacerle preguntas al tipo que vende las arepas en la esquina sobre su historia, que seguramente está hecha de varias historias, o de destinar un día al mes para tener una noche de intercambio cultural bajo cualquier formato si se es dueño de algún negocio en la ciudad, o de diseñar y facilitar diálogos en el barrio que permitan saber mejor quiénes son estas personas que para algunos todavía “aparecen” así como así, como por arte de magia. Quienes comparten miles de publicaciones en redes contra Mr. T en el norte cada vez que este amenaza con barrer con minorías, o quienes señalan a los europeos que se oponen al recibimiento de refugiados de algunos países de Medio Oriente como “hordas fascistas”, acá tienen su oportunidad para demostrar congruencia desde casa.
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¹ Alto Comisionado de las Naciones Unidas Para los Refugiados.
² Organización Internacional Para las Migraciones.

Marko Carrasco Lundgren es investigador y practicante en el área de transformación de conflictos.

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