En una interpelación realizada al excanciller Rogelio Mayta el 2023 sobre la posición boliviana respecto de la guerra de Ucrania, Mayta indicó a los interpelantes que recordaran a Tucídides y la Guerra del Peloponeso. No sé si esa referencia culta ayudó a los asambleístas o los paralogizó.
Es probable, empero, que el excanciller aludiera a la “trampa de Tucídides”, concepto acuñado por el profesor estadounidense Graham Allison. Este, en su libro de 2017, siguiendo a Tucídides, alega que cuando hay una potencia que emerge (China) y otra que hasta ahí ha sido hegemónica (Estados Unidos), el choque armado es casi inevitable. Examinando casos similares en la historia, Allison advierte que la colisión Esparta-Atenas se repite, salvo contadas excepciones. El miedo de la potencia del statu quo saca chispas con el ímpetu de la potencia emergente.
Nombrando a Tucídides, Mayta tal vez quiso decir que Bolivia ya no está más entre los países occidentales porque tiene más que ganar en el Este, con China, Rusia e Irán. Mejor apostar a ganador, pareció sugerir, aunque nadie sabe cómo resultará la competencia sino-estadounidense.
La importancia de este tema se renueva. El presidente Arce acaba de reunirse con el Representante para Asuntos Latinoamericanos de la China en San Vicente y las Granadinas (sede de la VIII Cumbre de la Celac). Allí se abrió la posibilidad de que Luis Arce visite Beijing. Es inocultable la afinidad que el gobierno boliviano siente con Xi Jinping.
Esa postura no difiere de la que ha asumido Lula, por ejemplo. Y es entendible: China es uno de los más importantes socios comerciales de Sudamérica. Desde el 2001, la región no ha hecho más que alejarse de la órbita estadounidense. Los intereses norteamericanos son cada vez más reducidos y los gobiernos de izquierda prevalecientes en la zona no lo resienten. Y aún no sabemos si la Alianza para la Prosperidad de las Américas de Biden tendrá alguna carne o si durará.
Incluso gobernantes de centroderecha como Lacalle Pou de Uruguay ven que su alianza comercial con China es mejor que la que no ofrece Washington. En Ecuador, los norteamericanos retornan a la región, pero con una agenda casi exclusiva de seguridad. Quito celebró tres acuerdos militares con Estados Unidos en 2023. Y Biden le da una mano a Milei con el FMI, mientras el presidente argentino vota por Trump.
Las relaciones comerciales con China no son para hacerles caritas. No estamos para escoger con quién comerciar ni quién viene a invertir: no hay muchos candidatos. Obviamente que la presencia china implica un influjo geopolítico. A nadie le asombraría que algunos en Bolivia ambicionaran la condición de partido único que tiene el Partido Comunista Chino.
Si nos acercamos a Beijing, sin embargo, conviene no leer a Graham Allison parcialmente, como si la “trampa de Tucídides” fuera una profecía del declive norteamericano y del reinado chino. Hay más que aprender, mientras esa competencia se dilucida.
Allison señala que para los chinos las relaciones internacionales son jerárquicas, como las que tiene el Partido Comunista con la población china. Los demás países son vistos como tributarios de China, no como Estados en pie de igualdad. En el pasado reciente, China impuso sanciones duras como el bloqueo de importaciones a Lituania por la apertura en ese país de una oficina de representación de Taiwán. Igualmente, a raíz de las diferencias sino-australianas sobre Hong Kong, los derechos humanos y las ambiciones de Beijing en el Mar del Sur de China y el Pacífico, China no dudó en adoptar restricciones comerciales contra Canberra.
Estados Unidos no tendría fricciones con los chinos, dicen estos, si sus barcos se mantuvieran en el Caribe. Algo parecido podríamos pensar los bolivianos: estando lejos del Asia, la posibilidad de desinteligencias con los chinos es escasa. No obstante, haríamos bien en no idealizar nuestro idilio con Beijing y en equilibrarlo con otros (con Europa, por ejemplo). China es famosa por su frialdad y su certeza de que los demás países deberíamos “conocer nuestro lugar”, conforme al jerárquico principio confuciano.
El autor es abogado