A un año de que se conmemore el doscientos aniversario de creación de la república, Bolivia todavía aparece como un país sin terminar de hacerse.
Esto, aunque a su modo den cuenta de esa indefinición, no tiene que ver con los cambios habidos en su denominación, que de ser inicialmente República de Bolívar (1825) pasó a República de Bolivia (1826) y, entre 2009 y 2010, a Estado Plurinacional de Bolivia, sin que se pueda negar que este último apelativo, por su índole más bien ilusoria e intensamente andino-céntrica, aportó nuevos elementos para la confusión y la fragmentación.
Resulta más pertinente, entonces, pensar la incompletitud boliviana desde la irresolución política e identitaria de su complejidad territorial, sus destiempos económicos, su composición poblacional y cultural variopinta, así como desde los antagonismos ideológicos presentes en su memoria y su proyección históricas.
En ese marco, un eje del problema radica en que la diversidad constitutiva del país –fenómeno para nada privativo de Bolivia– ha sido señalada reiteradamente como una ventaja o más bien como un obstáculo.
Así, en ciertos momentos, hubo quienes optaron por la exaltación de la policromía geográfica o de la energía e incontaminación atribuidas a grupos humanos descendientes de los pobladores precolombinos, en particular de los de la zona altiplánica.
Ilustran estos puntos de vista, por ejemplo, las ideas de Jaime Mendoza (1874-1939), que valoraba la unidad del territorio diverso articulado –decía él– en torno al macizo andino, lo que le convirtió en uno de sus más apasionados descriptores y defensores. Pero también hubo una apreciación similar en percepciones externas como la del naturalista francés Alcide d’Orbigny, quien tras un viaje de observación por la geografía boliviana (de 1830 a 1833) afirmó que “Si la tierra desapareciera quedando solamente Bolivia, todos los productos y climas de la tierra se hallarían allí. Bolivia es la síntesis del cosmos”.
En cuanto a las interpretaciones acerca de la fuerza e idiosincrasia de la gente, es posible encontrar algunas expresiones destacadas en Franz Tamayo (1879-1956), Jesús Lara (1898-1980) o Fausto Reinaga (1906-1994), entre otros pensadores. Para Tamayo, era el “indio” la representación superlativa de la ética y la síntesis de la nacionalidad; Lara, en sus reflexiones sobre la cultura quechua, reivindicaba el carácter “titánico” de la “raza de los Andes”, en tanto que Reinaga, para quien “indígena” era una “palabra infame”, despectiva, consideraba al “indio” como “pureza de carne y alma”, como “Ayllu-Comunidad”, es decir, en fin de cuentas, como “imagen y expresión humana del Cosmos”.
Sin embargo, estas distintas formas de optimismo, telúricas, vitalistas o culturalistas, no hicieron posible que la indeterminación de lo nacional pudiese hallar una vía de resolución razonable, socialmente aceptada y eficaz.
En otra vertiente, hacia la primera mitad del siglo veinte, el trotskista Partido Obrero Revolucionario categorizaba a Bolivia como “un país capitalista atrasado, de economía combinada”; mientras que para el Movimiento Nacionalista Revolucionario, en 1952, Bolivia era una “semicolonia”. René Zavaleta (1937-1984) diría en 1967 que, en la guerra contra el Paraguay (1932-1935), Bolivia “descubre que no es verdaderamente una nación”, por lo que las “clases nacionales” (“proletariado, campesinado y capas medias”) ven que, además de defender el “país territorial”, se necesitaba conquistar el “país histórico”, lo cual empieza a estructurar la “conciencia nacional” e iría a desembocar en la revolución de abril de 1952.
El propio Zavaleta, pasado 1979, sostendría que Bolivia carecía de un pacto político constitutivo y que era una “sociedad abigarrada”, una suerte de sociedad de sociedades en que se superponen tiempos históricos atravesados por una heterogeneidad en los modos de producción.
La revolución nacionalista modernizadora de 1952, que no alcanzó sus objetivos de desarrollo económico, se había planteado la edificación y unificación de la nación a partir de la homogenización cultural, algo que tampoco consiguió. Al contrario, unos veinte años después empezó en el país un cierto debate sobre el “dualismo cultural” cuando el indianismo y el katarismo postularon, cada uno desde su perspectiva, la incorporación activa de las poblaciones rurales (ante todo del altiplano) a la vida política y social.
En la década de 1980, reestablecida que fue la democracia luego de tres sexenios casi ininterrumpidos de dictaduras militares, las discusiones contrastaron a “campesinos” (del altiplano y el valle) con “indígenas” (del trópico), en tanto que en los planos sindical y político se sometió a análisis nociones como las de “clase”, “nación”, “nacionalidad” y “comunidad originaria” con el propósito de precisar identidades y de reconocer sujetos históricos. En los años noventa emergieron propuestas respecto a la conformación de un “Estado plurinacional” que pudiera “armonizar lo común y lo diverso”, la reforma constitucional de 1994 consideró a Bolivia una “República unitaria” de carácter multiétnico y pluricultural, al tiempo que se empezó a alentar procesos de interculturalidad.
Finalmente, la Constitución Política del Estado adoptada en 2009 determinó en su Artículo 1 que Bolivia es un “Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario” que “se funda en la pluralidad y el pluralismo político, económico, jurídico, cultural y lingüístico, dentro del proceso integrador del país”.
Como complemento de esa compleja declaración de unidad e integración, el Artículo 3 estableció, de manera igualmente enrevesada, que “La nación boliviana está conformada por la totalidad de las bolivianas y los bolivianos, las naciones y pueblos indígena originario campesinos, y las comunidades interculturales y afrobolivianas que en conjunto constituyen el pueblo boliviano”.
Nació, entonces, el poco inteligible “Estado Plurinacional de Bolivia”, denominación formalizada por el decreto supremo 48 de 18 de marzo de 2009 que reemplazó a la de “República de Bolivia”, pese a que esta última sigue mencionada en los artículos 11, 146, 202, 238 y 339, al igual que en la disposición transitoria primera del nuevo texto constitucional.
Se puede advertir, en consecuencia, que a lo largo de prácticamente dos centurias de retórica literaria, política, sociológica y aun normativa no se halló todavía remedio real a la inconclusión de Bolivia.
De todos modos, frente a ello, recobra vigencia esta afirmación del científico irlandés Joseph Barclay Pentland en el Informe sobre Bolivia que elaboró para el gobierno británico en 1826: “Bolivia no aprobaría una unión más estrecha con cualquiera de las repúblicas vecinas con el sacrificio de su propia independencia, o ser una provincia de cualquier otro estado, ya que tiene dentro de ella misma casi todo lo que puede constituir su existencia como un estado independiente y próspero”. Resta, pues, transformar ese “casi todo" en “todo”, pero en democracia.
El autor es especialista en comunicación y análisis político.