Asumiendo que alguien creyera que este texto es una especie de convocatoria para la acción, cabe aclarar que, en todo caso, se trata de la constatación de algo que acontece hace tiempo.
El llamado Movimiento al Socialismo (MAS), grupo cocalero que aglutina a algunos otros que también representan intereses corporativos, se encuentra en una compleja situación de encerramiento dogmático y se esfuerza día a día en profundizar esa su separación respecto de la realidad y la población bolivianas.
Hablar de “llamado” tiene que ver con el hecho de que esta agrupación se prestó el nombre de un desprendimiento de la Falange Socialista Boliviana, casi inexistente partido de extrema derecha, que en 1987 buscó reciclarse y se rebautizó como MAS-Unzaguista (en recuerdo de su jefe Oscar Unzaga de la Vega). Pero igualmente remite a la incoherencia ideológica que caracteriza a sus discursos, decisiones y comportamiento, que presentan una combinación kitsch de indigenismo folclorizado, “nacionalismo plurinacional”, antiimperialismo selectivo, revolucionarismo de oportunidad y pragmatismo maquiavélico.
Hace algo más de dos décadas, el MAS surgió con la expectativa de encarnar un proyecto de transformación democrática del país y alcanzó gran éxito en su expansión como fuerza electoral. Sin embargo, tras las discusiones respecto al contenido de la nueva Constitución Política del Estado, finalizadas en 2009, y luego de las maniobras que comenzó a poner en marcha ese mismo año para establecerse como un poder supremacista, perdió el rumbo, al igual que el contacto con la diversidad boliviana. Paulatinamente, además, expulsó al pequeño núcleo pensante que le había alimentado en sus comienzos y se convirtió en una ciega máquina de centralismo, prebenda e intolerancia.
Sí hay que reconocer que venció todos los primeros obstáculos que se le presentaron como grupo periférico que era, y que supo sacar provecho de las circunstancias que atravesó, al punto de haber logrado ampliar su radio de atracción e influencia más allá de los cultivadores de hoja de coca del Chapare y alcanzar, por la extendida frustración que habían generado los políticos “tradicionales”, la cima del poder político nacional.
Pero justo fue esa ocupación del
lugar de la autoridad pública la que puso en evidencia los límites de su renovación
posible y, sobre todo, exhibió sus reales intenciones. Pese a las reiteradas llamadas
de atención que le hizo la ciudadanía en diferentes momentos –desde la represión anti-indígena de
Chaparina en 2011 hasta el desconocimiento de la voluntad popular expresada en
el referendo constitucional de 2016–, el MAS se encaminó de forma empecinada al
fracaso, condensado éste en su precipitada salida del gobierno en noviembre de
2019. Entonces, el tótem ensimismado que edificó durante tres lustros simplemente
se desmoronó.
¿Qué pasó para que se produjera tal desenlace, en verdad inesperado? Aparte de su abierto abandono de los propósitos que motivaron su lanzamiento y aceptación inicial, aplicó los recursos principales del “repertorio” de lucha cocalero –el bloqueo y el cerco– contra sí mismo. El problema es que aun hoy es inconsciente de ello.
La larga serie de errores y atropellos que cometió, sumada a su nula autocrítica y a su consiguiente soberbia, acabaron por levantar una muralla entre los integrantes de ese grupo y el resto de Bolivia. Ellos, no obstante, tienen la ilusión de que en su reducto está incorporada la mayoría del país y hasta consideran el muro como un cinturón de protección frente a “amenazas” que imaginan hallar en todas partes.
La impostura y la prepotencia que le han resultado propias marcan las fronteras de su cada vez más insalvable aislamiento. El MAS está sitiado y ya no le será posible superar las barreras de su etnocentrismo antidemocrático. La falsa plurinacionalidad que proclama, la sofística milenarista que usa, la represión sistemática a que recurre, el sesgo discriminador de su actuar, la doblez de su discurso o su aspiración totalitaria son algunas de las bases de su actual asfixia.
Los “estrategas del bloqueo y el cerco” –que hasta ofrecieron dar “talleres” al respecto– siguen cerrando las salidas posibles, se convencen a sí mismos de estar “saliendo adelante” y avanzan hacia un nuevo y quizá último desastre. La wiphala vacía de sentido, como la han dejado, ya no puede decir nada a nadie.
El MAS (¿Movimiento al Suicidio?) pudo llegar a ser más. Pero el autobloqueo y el autocerco clausuraron ya esa posibilidad.
Erick R. Torrico Villanueva es especialista en Comunicación y análisis político