El último domingo del calendario propio de la Iglesia Católica, que suele terminar hacia el final de noviembre del calendario occidental, se celebra la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo. Se trata de una celebración solemne, que si bien tiene raíces bíblicas (Mt 25, 1-45), fue instituida recién en el siglo XX en 1925 por el Papa Pío XI en respuesta a los regímenes políticos ateos y totalitarios que negaban los derechos de Dios y de la Iglesia.
En México tuvo lugar la persecución que azotó a la Iglesia con un gran número de mártires entre ellos el sacerdote jesuita Miguel Agustín Pro ejecutado el 23 de noviembre de 1927 por defender el derecho de la Iglesia a evangelizar y a proclamar a Jesucristo como Rey.
El Padre Pro nació el día 13 de enero de 1891, en Guadalupe, Zacatecas. De carácter sumamente jovial y alegre a los 20 años de edad ingresó en el noviciado de la Compañía de Jesús. Poco después los novicios tuvieron que salir del país a causa de la revolución mexicana. Miguel fue ordenado sacerdote en Bélgica el día 25 de agosto de 1925. A pesar de su precaria salud por una úlcera de estómago, en 1926 retornó a ocultas a su país para ejercer el ministerio sacerdotal en medio de una brutal persecución contra los cristianos.
En México el poder lo ejercían el gobernante Partido Nacional Revolucionario, apoyado por las fuerzas militares y una amalgama de masones, socialistas, comunistas y codiciosos oportunistas, que dictaban leyes anticlericales y las interpretaban de forma arbitraria y abusiva. Como protesta contra esa persecución en 1926 hubo una rebelión de los campesinos católicos mexicanos, llamados “cristeros”. En ese contexto se dio también un fallido atentado contra el General Obregón.
Plutarco Elías Calles, Presidente de México de 1924 a 1928, reaccionó brutalmente ordenando la confiscación de templos, escuelas, casas religiosas y obras de la Iglesia, así como la persecución y matanza de sacerdotes y de fieles católicos sospechosos. Creyendo que el grupo de los “cristeros” era liderado por el Padre Pro, ordenó su captura.
Éste, sin embargo, nunca apoyó acciones violentas contra el gobierno e incluso rezaba por la conversión del Presidente “con el mismo cariño que rezo por mi madre”. Siguió celebrando misas y haciendo obras de caridad, hasta que finamente fue delatado y encarcelado. Condenado a muerte, ofreció su vida por la salvación de México y tuvo la convicción de que Dios había aceptado su ofrenda. Fue fusilado, muriendo con los brazos abiertos, imitando el gesto de Jesús en la cruz, perdonando a sus ejecutores y gritando “¡Viva Cristo Rey!". El Papa Juan Pablo II lo proclamó beato en 1988.
Pocos meses después de su martirio, el Presidente Calles, estando moribundo, sintió un gentío que desfilaba por frente de su habitación. Preguntó al secretario qué era aquello, y el otro le respondió: "Son miles y miles de católicos que desfilan cantando, rezando y gritando "Viva Cristo Rey". Y el perseguidor exclamó entristecido: “¡Nos vencieron!”. Y murió.
Hoy, cuando en varias partes del mundo soplan vientos huracanados en contra de la Iglesia Católica, ésta, más que nunca, se acoge al ejemplo de Cristo Jesús, quien a instancias de Pilatos reconoció su realeza, pero añadió: “Mi reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo mi gente habría combatido para no fuese entregado… Yo para esto he nacido y he venido al mundo para dar testimonio de la Verdad. Todo el que es de la Verdad, escucha mi voz” (Lc 36-37).
La Iglesia se reconoce como nacida de la Rúaj Santa de Jesús (Jn 3, 5) por el agua y la sangre que brotaron de su costado abierto (Jn 19, 34). Por eso lucha pacíficamente por la Verdad, la Justicia y la Caridad, denunciando los atropellos a la dignidad de la persona humana, renunciando al odio y anunciando la llegada del Reino escatológico de Cristo Jesús, cuando al final de los tiempos venga con gloria y majestad a juzgar a vivos y muertos según las acciones que hayamos realizado en nuestra vida (Mt 25, 31-46).
Dios y Padre nuestro, que concediste a tu hijo Miguel Agustín, en su vida y en su martirio, buscar con entusiasmo tu mayor gloria y la salvación de los hombres, concédenos, a ejemplo suyo, servirte y glorificarte cumpliendo nuestras obligaciones diarias con fidelidad y alegría, y ayudando eficazmente a nuestros prójimos. Te pedimos también, Padre Santo, que, si es tu voluntad, podamos pronto venerar al Beato Miguel Agustín, como un nuevo Santo de la Iglesia. Por Cristo Nuestro Señor.