Hace dos décadas, una mayoría aplastante de mi generación con trayectoria en la llamada “izquierda” de entonces, se encandiló con Evo Morales y lo endiosó. Yo nunca pisé el palito. Antes de que asumiera su primer gobierno en 2006, publiqué artículos en los que fui crítico de ese personaje nefasto porque su calidad humana me parecía cuestionable, lo cual ha quedado ampliamente demostrado con el tiempo.
Hoy, los que creyeron en el “camello” (como dicen en Colombia) del “proceso de cambio” prefieren olvidar su entusiasta adhesión al caudillo del Chapare. Mis críticas a la impostura del personaje y a la falsedad del discurso que enarbolan (hasta ahora) sus colaboradores o seguidores en las dos corrientes del MAS (la misma chola con la misma pollera), me han costado el distanciamiento de algunas amistades. Quizás no les gusta que les mire a los ojos para recordarles que apostaron por un proyecto viciado desde su origen, ahogado en estulticia y demagogia barata.
Desde el primer año no se podía esconder la corrupción propiciada por el gobierno, pero mis amigos masistas querían convencerme de que Evo Morales estaba rodeado de “unos cuantos” corruptos, pero que él era impoluto, casi virgen. Tuve alguna vez un amigable intercambio con mi querida Ana María Campero, quien trataba de defender al cacique chapareño con cierto paternalismo (o maternalismo): “Tienes que darle tiempo para que pueda aprender”. Ya sabemos que aprendió mucho: a ser más mañoso, a desbancar al Estado y a manipular todos los poderes para su beneficio personal y de aquellos que lo apoyaron con un poco de ingenuidad y un mucho de oportunismo. Tengo la convicción de que Ana María, con la honestidad que la caracterizaba, no hubiera sostenido por mucho tiempo su adhesión voluntariosa al presidente cocalero.
La mayoría de mis ex colegas de la ex izquierda progresista pisaron el palito de las promesas del MAS, aunque muy pronto pudieron ver cómo ese movimiento político deforme fagocitaba a las organizaciones sindicales históricas (la COB, la FSTMB, la CSUTCB), en beneficio de mineros cooperativistas (privados) y de otras organizaciones espurias. Quizás querían creer ciegamente en lugar de examinar su conciencia y mirar con los ojos bien abiertos el proceso de destrucción social, económica y política que se estaba llevando a cabo. En todo caso, nunca fue un tema ideológico: se olvidaron rápido de la ideología para abrazar con ilusión sus anhelos incumplidos.
Luego de dos décadas y un tortuoso camino, el color azul intenso del MAS, ha ido perdiendo intensidad, a la par que Bolivia ha sido tragada por una espiral de arbitrariedades irreversibles. No es un círculo vicioso que un protón valiente podría romper, es una espiral que fagocita lo poco de honra y de dignidad que queda en el país.
En la escala del azul al celeste, puedo distinguir varios grupos de entusiastas y (ex) seguidores del masismo:
1. Por una parte, hay colegas que tenían una trayectoria de izquierda reconocida (lucha política, represión y exilio en dictaduras militares), que creyeron sinceramente en el discurso ofertado, pero en los tres primeros años (antes de la Asamblea Constituyente) se dieron cuenta de que no podían seguir apoyando la corrupción galopante y el engaño político. Pienso, por ejemplo, en Filemón Escobar, quien presentó a Morales pruebas de la corrupción imperante en el gobierno, y este, sin una palabra, tiró al basurero los papeles y luego se las arregló para acosar al ex dirigente minero, a quien debía toda su formación política, porque Evo Morales no era más que un mediocre trompetista de banda y dirigente deportivo cocalero, antes de devenir jefe divinizado de una nueva agrupación política con sigla comprada a la Falange Socialista Boliviana.
2. Hay otro grupo de amigos que tardó un poco más en desmarcarse del proyecto prebendal marcado por la cooptación de organizaciones sociales. Acompañaron en 2009 la Asamblea Constituyente vistiendo los colores del MAS, hasta que se dieron cuenta de que la nueva CPE era un cheque en blanco (a la medida de Evo y aprobada en un cuartel militar), para que el autoritarismo se instalara en el poder indefinidamente. Salieron esquilmados políticamente, pero salieron. Hay en este grupo ex funcionarios de Estado, ex asambleístas de la Constituyente y periodistas emblemáticos, que reconocen con honestidad que se equivocaron y ahora se enfrentan públicamente y con valentía al MAS.
3. El oportunismo y las mieles del poder hicieron que otros azulinos y celestinos se aferraran al “proyecto” del MAS a pesar de la creciente corrupción, del manejo arbitrario de la bonanza (2005-2015), del despilfarro de 70 mil millones de dólares de ingresos por las exportaciones de gas y minerales, y la desaparición de 15 mil millones de US$ de reservas internacionales. De estos, algunos optaron por un perfil más bajo, pero no dejaron de medrar del Estado. En lugar de ocupar cargos de ministros, que son demasiado visibles, se atrincheraron como fantasmas en los directorios de instituciones del Estado (ENTEL, por ejemplo) o en puestos diplomáticos menos visibles. No ejercieron más el discurso de la impostura, pero igual recibieron calladitos sus cheques cada mes. A veces me cruzo en la calle con algunos de ellos y esquivan la mirada, avergonzados por haber apoyado un proceso político empapado de corrupción y de impostura. Están ahora calladitos y quisieran que desaparezcan los artículos o declaraciones donde apoyaban fervientemente a Evo Morales.
4. Tres olas sucesivas de masistas arrepentidos se desmarcaron silenciosamente (pero demasiado tarde), cuando el proyecto político de Evo Morales se resquebrajó después del NO en el referendo del 21F de 2016, del voto nulo masivo y mayoritario en las elecciones judiciales de 2017, y finalmente del fraude electoral de 2019. Como en la guerra, estos “izquierdistas” se dispararon en el pie para replegarse con los emboscados. Sin embargo, no manifestaron públicamente su desacuerdo, sólo se escurrieron ladinamente y algunos reaparecieron con el gobierno de Arce, apostando al caballo ganador y convirtiéndose en cómplices de una corrupción generalizada en todos los niveles del Estado y de la empresa privada que obtiene contratos mediante coimas.
Los transfugios en este grupo son notables. Un caso emblemático es Héctor Arce Zaconeta, aferrado ahora a Arce como embajador en la OEA porque eso le garantiza impunidad por sus hechos de corrupción. Hay muchos otros que han cambiado de bando y siguen lucrando del Estado, calladitos, como Hugo Moldiz (circulando por Cancillería), Amanda Dávila, el “Satuco” Torrico, Nardi Suxo, Diego Pary, varios periodistas mercenarios (aliados de Neurona Consulting) y artistas funcionales al poder (como los Kjarkas o “Etiqueta azul” de Kala Marka, y más), y una larga comparsa de oportunistas agazapados en las empresas del Estado que contribuyen a quebrar, eso sí, sin dejar de cobrar sus salarios (y coimas). Nunca les ha faltado ingresos durante el masismo. Muy frescos dicen “ya no soy del MAS”, o “nunca fui”, después de haberle sacado el jugo a contratos con instituciones del Estado, escribiendo anónimamente editoriales de La Razón o Ahora el Pueblo, preparando leyes a medida del MAS o incrustándose en organismos internacionales, fundaciones y ONG cercanas al poder.
5. Finalmente, está el grupo de los recalcitrantes, los que siguen fielmente a Evo Morales, capaces de amarrar huatos y de apostar por el cacique chapareño todo o nada, con bloqueos, atentados y otras acciones que sirven para crear un clima de inestabilidad (Juan “Camión” Quintana, Carlos Romero, Wilma “Molotov” Alanoca Mamani, Adriana “Tractor” Salvatierra, Miss Gravetal, etc.). No sé si admirarlos por dar la cara abiertamente en favor del caballo perdedor o execrarlos por seguir apoyando empecinadamente una propuesta claramente vinculada al narcotráfico, al avasallamiento de tierras y al fraude electoral de 2019.
Así, los azules del MAS vienen en varias tonalidades, de azul intenso al celeste con disimulo. Los azules se distinguen claramente por la manera pública y agresiva que tienen de aferrarse al gobierno, y los celestes son más disimulados, se han beneficiado del MAS durante casi dos décadas, pero se esconden hábilmente, agazapados a la sombra del poder. El arte del mimetismo caracteriza a los celestes. Algunos fueron más azules en su momento, pero el color se fue destiñendo con el tiempo, no así su avidez por los beneficios que otorga medrar del poder.
Los celestes tragan sapos grandotes, pero se quedan mudos. No son tontos, conocen los hechos de corrupción, y saben que el aparato de justicia está actuando como brazo represor del régimen de Arce. Algunos tenían incluso conciencia ambientalista y conocen lo que significan millones de hectáreas de bosques calcinadas por decreto, el envenenamiento de los ríos con mercurio de la minería ilegal cooperativista o china, el tráfico de especies animales exóticas, etc. Pero no dicen nada, se quedan calladitos, por lo tanto, son cómplices. De una manera perversa, es admirable el hígado que tienen. Imagino ese hígado verde y bilioso, pero quizás me equivoco. Quizás es normal, rosadito y sedoso, porque los celestes ya son insensibles a la destrucción de Bolivia mientras a ellos no les falten contratos.
Hermano lobo, ¿cuántos siguen medrando del Estado, es decir, de nuestros impuestos y del endeudamiento? Uuuuuuu…
(Hermano Lobo era una gran revista satírica española que burlaba la censura bajo la dictadura de Franco, aconsejo vivamente revisarla en internet).
¿Cuántos “celestes” desteñidos conoces? ¿Y en qué grupo te reconoces, lector?
El autor es escritor y cineasta
@AlfonsoGumucio