Dicen que nadie gana una elección, sino que alguien la pierde. Esta vez les tocó perder a los peronistas que han detentado el poder político desde 1946, cuando el coronel Juan Domingo Perón “le ganó” la elección al embajador estadounidense con la consigna ultranacionalista “Perón o Braden al poder”. Así como se decía que Evo “le ganó” la elección de 2005 al embajador Manuel Rocha. Ahora habría que confirmar si Rocha más bien “ganó” la elección para Evo.
El hecho es que Perón regía la política argentina incluso mientras vivía exiliado en Madrid y lo ha seguido haciendo más allá de su muerte, ocurrida en 1974. El peronismo ha sido la dieta política populista argentina por 77 años y podemos pensar que ya forma parte de su ethos político. Y ése es un grave problema.
Asistí a la asunción presidencial de Javier Milei el pasado 10 de diciembre. Quise presenciar de primera mano ese acontecimiento excepcional, atípico y –diría yo– histórico. No solo me interesaba atestiguar la perspectiva protocolar de los actos oficiales, sino más bien escuchar a la gente en la calle; y a los taxistas, desde luego. Saber cómo asumían esta elección singular.
El argentino de a pie está derrotado, pesimista e incrédulo. Ve la nueva situación política con desconfianza. Votó por Milei más por rabia que por razón y esperanza; votó por algo desconocido porque se terminó hartando de tanta corrupción e ineptitud; de tanto empobrecerse. Un 40% de pobreza y miseria es doblemente trágico en un país de clase media, educado y cosmopolita. Un profesional de primera, podía ser contratado por apenas 300 dólares mensuales, y trabajar, además, satisfecho.
Pero mentalmente los argentinos siguen siendo peronistas. Lo esperan todo del gobierno, del Estado, como ellos dicen. Han desarrollado una dependencia patológica a recibir la limosna que periódicamente les concede el régimen de turno, pero solo si se portan bien y pertenecen al gremio y sindicato correcto.
Lo que más me impresionó fue que la gente habla de Milei en tercera persona. Dicen que “ojalá (a él) le vaya bien”. Pero inmediatamente agregan que ya intentaron con Alfonsín, Menem, De la Rúa y Macri. ¡Y todos fallaron! Una vez más, dicen, que tendrán que apretarse los cinturones y hasta sufrir hambre comiendo quizá hasta solo una vez al día ¡para nada! Creo que el hecho que Milei haya nombrado al mismo ministro de Economía que tenía el expresidente Macri no ayuda.
Para mucha gente la solución a la crisis pasa simplemente por redistribuir la riqueza. Un taxista me dijo: “el problema es que en este país veinte familias controlan los alimentos. Hasta que no les caigan encima, no pasa nada”.
La gente encontró eco en la bronca de Milei, pero esa bronca le ha ensombrecido la razón. Aún no entienden que para combatir la corrupción sistémica peronista se debe cambiar el sistema económico y así también cambiar la conducta ética de la gente, y principalmente la de los políticos. De lo contrario, no cambia nada.
El mensaje profundo de Milei es el de cambiar el sistema: sustituir al “Estado” por el “mercado”; restituir al ciudadano como actor principal y decisorio de la economía; reponerle su “soberanía de consumidor” a través de fortalecer su poder adquisitivo; liberarlo de la tuición del régimen y devolverle su libertad de elección; su democracia económica; la propiedad sobre los medios de producción y una mayor prosperidad lo mejor distribuida posible.
Sí, Milei ha ganado las elecciones, pero no aún la comprensión de la gente sobre cómo funciona una economía de mercado de amplia base: una economía de capitalismo popular que produzca estabilidad y certidumbre; que le dé prosperidad al ciudadano común.
Eso es lo que está salvando a Chile del populismo socialista.
Solo cuando los argentinos comprendan que Milei les está ofreciendo la oportunidad de librarse del populismo y de la servidumbre peronista, es que el ajuste dejara de darles “asuste”, aquel miedo que infundió Massa hacia Milei; el miedo y desconfianza a lo nuevo y desconocido.
Ahora Milei debe pasar de la bronca a la razón; de agitador a pedagogo, para enseñarle a la gente que el cambio del sistema económico y de gobierno debe necesariamente significar también un cambio en la mentalidad y conducta del gobernado.
El autor es profesor, exalcalde de La Paz y ministro de Estado.