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Opinión

Una mala idea

14 de Enero, 2022
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GABRIELA CANEDO

Alcides d’Orbigny, naturalista, zoólogo, botánico, paleontólogo, geólogo, arqueólogo y antropólogo francés, llegó a Bolivia en 1830, solo por 3 meses, y al verse maravillado por la diversidad que encontró, se quedó tres años. El científico boliviano Jorge Muñoz Reyes lo retrata como “El naturalista que mejor y más ampliamente estudió nuestro acervo natural en los albores de la república, sabio francés que publicó la más monumental obra sobre las riquezas naturales de nuestro suelo, y que recorrió de parte a parte el territorio patrio, generalmente a pie”. El Museo de Historia Natural de Cochabamba, lleva su nombre en su honor. Tiene las especialidades de: mineralogía, paleontología, mamíferos, aves, reptiles e insectos. Alberga cerca de 44.000 ejemplares entre mariposas, serpientes y otras especies, y más de 18.000 fósiles. Cuenta también con áreas verdes en las que árboles centenarios de diferentes especies florales, frutales y ornamentales, crean un refugio de oxígeno en la ciudad, y es uno de los pocos tesoros que nos queda.

Después de una ardua gestión, se logró su creación en 1997, tiene 24 años de trayectoria. Y el 30 de octubre de 2014 fue declarado "Patrimonio Cultural y Natural del Estado Plurinacional de Bolivia", además de ser reconocidos por la Academia Nacional de Ciencias de Bolivia como repositorio nacional. En él también funciona el Centro de Investigación y Conservación de Anfibios amenazados de Bolivia, K’ayra, donde se colabora con la conservación de especies amenazadas de desaparecer como la rana Romeo. Este centro es uno de los más importantes de América del Sur, puesto que alberga 450 “individuos” y 250 especies de plantas.

Anoche soñé que Cochabamba tenía uno de los mejores museos de Historia Natural. La alcaldía, que embandera a la llajta como la ciudad jardín, había destinado un buen presupuesto para reactivar el museo Alcide d’Orbigny. La instancia edil había llamado a un concurso para que equipos multidisciplinarios de profesionales hagan propuestas para dicha reactivación, que contemplaba la refacción, el rediseño del museo, así como su extensión y potenciamiento. Una de las áreas preferidas del museo, era la del planetario que contaba con tecnología y un innovador sistema de proyección que abría una ventana al cosmos y contaba con proyecciones de divulgación astronómica y científica. Otra zona preferida en especial por los niños era la sala de restos y rastros que exponía la manera en la que se formaba un fósil, presentaba además las piezas de la colección paleontológica. La cantidad de visitas y la curiosidad de pasear y conocer sus salas y diversas especialidades superaba las expectativas. La alcaldía de Cochabamba descollaba en el incentivo al conocimiento y la ciencia, porque estaba consciente de que el museo de Historia Natural, tenía repercusión en la comunidad científica local, nacional, internacional y en la sociedad misma. Se había construido cómodos ambientes en los que se presentaban la recopilación y los catálogos de especímenes que documentan la biodiversidad. El museo concentraba artefactos de geología, biología, botánica, paleontología e incluso astronomía. Proyectaba las exhibiciones que van desde la época de los dinosaurios hasta los humanos prehistóricos. Incentivaba y despertaba el asombro, la curiosidad por el mundo de la ciencia y la naturaleza, en visitantes de todas las edades. En definitiva, el Museo de Historia Natural Alcide d’Orbigny se convertía en un referente científico, educativo no solo del país, sino de América Latina.

Pero el sueño fue solo eso, un sueño. La verdadera pesadilla es que la alcaldía pretende sustituir el Museo de Historia Natural por un Palacio edil de convenciones. Se pretende echar abajo un proyecto de más de 20 años por uno elaborado en poco más de dos semanas en un furtivo concurso de proyectos. No hay ningún interés en preservar la memoria y la historia que es lo que guardan los museos. Al parecer es impensable en la ciudad jardín, una política que fomente el espíritu inquieto de un pueblo, a través del potenciamiento de museos, bibliotecas y centros de investigación.  Y en especial de este museo que además es un refugio ecológico. Si la alcaldía está lejos de apoyar su refacción y reactivación, si no va a formular políticas de protección, conservación, promoción y difusión, por lo menos no nos lo quiten. Montar un centro de convenciones de cemento y concreto en una de las pocas áreas verdes de la ciudad, es una mala idea.

Alcides d’Orbigny, naturalista, zoólogo, botánico, paleontólogo, geólogo, arqueólogo y antropólogo francés, llegó a Bolivia en 1830, solo por 3 meses, y al verse maravillado por la diversidad que encontró, se quedó tres años. El científico boliviano Jorge Muñoz Reyes lo retrata como “El naturalista que mejor y más ampliamente estudió nuestro acervo natural en los albores de la república, sabio francés que publicó la más monumental obra sobre las riquezas naturales de nuestro suelo, y que recorrió de parte a parte el territorio patrio, generalmente a pie”. El Museo de Historia Natural de Cochabamba, lleva su nombre en su honor. Tiene las especialidades de: mineralogía, paleontología, mamíferos, aves, reptiles e insectos. Alberga cerca de 44.000 ejemplares entre mariposas, serpientes y otras especies, y más de 18.000 fósiles. Cuenta también con áreas verdes en las que árboles centenarios de diferentes especies florales, frutales y ornamentales, crean un refugio de oxígeno en la ciudad, y es uno de los pocos tesoros que nos queda.

Después de una ardua gestión, se logró su creación en 1997, tiene 24 años de trayectoria. Y el 30 de octubre de 2014 fue declarado "Patrimonio Cultural y Natural del Estado Plurinacional de Bolivia", además de ser reconocidos por la Academia Nacional de Ciencias de Bolivia como repositorio nacional. En él también funciona el Centro de Investigación y Conservación de Anfibios amenazados de Bolivia, K’ayra, donde se colabora con la conservación de especies amenazadas de desaparecer como la rana Romeo. Este centro es uno de los más importantes de América del Sur, puesto que alberga 450 “individuos” y 250 especies de plantas.

Anoche soñé que Cochabamba tenía uno de los mejores museos de Historia Natural. La alcaldía, que embandera a la llajta como la ciudad jardín, había destinado un buen presupuesto para reactivar el museo Alcide d’Orbigny. La instancia edil había llamado a un concurso para que equipos multidisciplinarios de profesionales hagan propuestas para dicha reactivación, que contemplaba la refacción, el rediseño del museo, así como su extensión y potenciamiento. Una de las áreas preferidas del museo, era la del planetario que contaba con tecnología y un innovador sistema de proyección que abría una ventana al cosmos y contaba con proyecciones de divulgación astronómica y científica. Otra zona preferida en especial por los niños era la sala de restos y rastros que exponía la manera en la que se formaba un fósil, presentaba además las piezas de la colección paleontológica. La cantidad de visitas y la curiosidad de pasear y conocer sus salas y diversas especialidades superaba las expectativas. La alcaldía de Cochabamba descollaba en el incentivo al conocimiento y la ciencia, porque estaba consciente de que el museo de Historia Natural, tenía repercusión en la comunidad científica local, nacional, internacional y en la sociedad misma. Se había construido cómodos ambientes en los que se presentaban la recopilación y los catálogos de especímenes que documentan la biodiversidad. El museo concentraba artefactos de geología, biología, botánica, paleontología e incluso astronomía. Proyectaba las exhibiciones que van desde la época de los dinosaurios hasta los humanos prehistóricos. Incentivaba y despertaba el asombro, la curiosidad por el mundo de la ciencia y la naturaleza, en visitantes de todas las edades. En definitiva, el Museo de Historia Natural Alcide d’Orbigny se convertía en un referente científico, educativo no solo del país, sino de América Latina.

Pero el sueño fue solo eso, un sueño. La verdadera pesadilla es que la alcaldía pretende sustituir el Museo de Historia Natural por un Palacio edil de convenciones. Se pretende echar abajo un proyecto de más de 20 años por uno elaborado en poco más de dos semanas en un furtivo concurso de proyectos. No hay ningún interés en preservar la memoria y la historia que es lo que guardan los museos. Al parecer es impensable en la ciudad jardín, una política que fomente el espíritu inquieto de un pueblo, a través del potenciamiento de museos, bibliotecas y centros de investigación.  Y en especial de este museo que además es un refugio ecológico. Si la alcaldía está lejos de apoyar su refacción y reactivación, si no va a formular políticas de protección, conservación, promoción y difusión, por lo menos no nos lo quiten. Montar un centro de convenciones de cemento y concreto en una de las pocas áreas verdes de la ciudad, es una mala idea.

Gabriela Canedo Vásquez es socióloga y antropóloga

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