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Opinión

Una guerra sin cuartel

18 de Junio, 2021
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GABRIELA CANEDO

“Tengo un pedido a las autoridades, no desamparen a las familias que están pasando por una situación de crisis a causa de la Covid. Ojalá puedan apoyar a los niños que se están quedando huérfanos”, fueron las palabras de William Colque, el adolescente de 15 años que pidió ayuda por las redes para poder internar y salvar a su mamá, la que murió en estos días, dos semanas después de haber perdido a su esposo también por el virus.

Estamos librando una guerra sin cuartel, sin tregua, ni benevolencia, a muerte, sin la pausa de tener prisioneros, porque el virus avanza a matar. El panorama que vivimos es desolador, y resulta difícil asimilar y procesar lo que estamos viviendo. Un microscópico virus ha desnudado la esencia humana y mostrado su fragilidad. Con la tercera ola de la Covid-19, el espectáculo se ha tornado horrendo, y nos toca atravesar un contexto que sospecho nos está deshumanizando involuntariamente, pues la distancia física que nos impone el virus se está convirtiendo en distancia humana.

¿Qué es lo más terrible y amargo por lo que estamos atravesando?, ¿acaso es la profusión de avisos necrológicos en las redes? Cual guerra sin cuartel, que anuncia cada día el número de caídos, nos enteramos de algún conocido que fallece, y nos vemos imposibilitados de acudir a darle la última despedida. ¿O acaso es que familias casi enteras se estén marchando antes de tiempo, y que quien sobrevive sienta que lo ha perdido todo en un abrir y cerrar de ojos?

¿O acaso es la imposibilidad de la última despedida al ser amado que fallece en terapia intensiva?, ¿O acaso es la desesperación de personas por conseguir un botellón de oxígeno, ojalá a tiempo para mantener con vida a la persona allegada? ¿O acaso es que ocho pacientes hayan muerto porque la Caja Nacional de Salud no tenía oxígeno para proveerles? ¿O acaso es la desesperación por encontrar una cama en una clínica, hospital, una unidad de terapia intensiva, el medicamento clave, remdesivir, porque no queda otra, más que la esperanza de que la medicina salve al ser querido? ¿O acaso es que el virus no discrimina y personas jóvenes para quienes apenas estaba saliendo el sol, partan mucho antes de tiempo? ¿O acaso es que cundan los pedidos de ayuda de dinero, por medio del abono a cuentas bancarias, rifas, campañas solidarias, porque además la salud en el país cuesta y cuesta mucho sumado a la especulación y lucro que se hace con ella?

¿O acaso es que el crematorio del cementerio de Cochabamba se halle colapsado y existan cuerpos en espera para ser incinerados, sin la esperanza de que se les haga el ultimo ritual de despedida? ¿O acaso es que lo que más abunda en los grupos de Whatsapp y otras redes sociales sean oraciones, mensajes de buenas vibras para la pronta recuperación, deseos de que ojalá el amigo, conocido que está librando la batalla, la gane? ¿O acaso es el agobio del terror al virus que nos ha arrinconado en nuestras casas y nos ha quitado la confianza en la vida?

¿O acaso es la cantidad de feminicidios e infanticidios en lo que va de la pandemia que suceden como tiro de gracia en esta guerra? ¿O acaso es que, en medio de la crisis sanitaria, los políticos de un lado, hayan aprovechado de cometer actos de corrupción, y los de la acera del frente, estén centrados en la pelea, la venganza, el odio dejando en la indefensión a los ciudadanos bajo el “sálvense quien pueda”, ocupados ante todo de posicionar su “narrativa de golpe” y enjuiciar a todo opositor? ¿O es acaso todo eso junto y a la vez? La pandemia ha sacado a relucir nuestro endeble sistema de salud, pero también con crudeza ha salido a flote la miseria de las almas de quienes nos gobiernan, y ese panorama es tétrico y repugnante.

William, de 15 años, rogó por salvar a su madre. Ahora pide ayuda para el sepelio, él quedó huérfano, como muchos que perdieron a sus seres queridos y se hallan librados a su suerte. No dejemos que la distancia física se convierta en distancia humana y aletargamiento. Apoyemos, donemos, compremos las rifas, resistamos a sucumbir ante la perplejidad.

Gabriela Canedo Vásquez es socióloga y antropóloga

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