La esquizofrenia es, en breve, un trastorno que afecta la capacidad de una persona (o de una comunidad) para pensar, sentir y comportarse de manera lúcida y coherente. De hecho, la única ventaja de un esquizofrénico es que nunca está solo.
¿Es Bolivia un país esquizofrénico? Existen síntomas que llevan a creer que, en muchas circunstancias, se manifiesta esa patología y que va empeorando.
Nos enamoramos, románticamente, del socialismo, pero practicamos entusiásticamente el capitalismo más salvaje en nuestros negocios. Despreciamos al rico, pero soñamos ser como él. Un ejemplo son las cooperativas mineras, la corporación más esquizofrénica del país, empezando por el nombre. En la práctica se trata de asociaciones productivas que emplean trabajadores dependientes, con el fin de maximizar ganancias y minimizar costos y seguridad laboral; que arrancan a los gobiernos privilegios legales y tributarios, mediante apoyos y chantajes, y que afectan impunemente al medioambiente.
Somos genéticamente antiimperialistas (anti-EEUU, en realidad), fruto de toda una historia de intervenciones y vejaciones, pero no dudamos alinearnos cándidamente con otros imperialismos, económicos por ahora. Sobre todo, nos encanta vestirnos de imperialistas, en nombre de reivindicaciones históricas y étnicas, contra nuestros propios hermanos. En efecto, el regionalismo asume cada vez más rasgos de supremacismo.
En economía somos estatistas, queremos que “otros” -el papá Estado- resuelvan todos nuestros problemas y por eso votamos mayoritariamente por partidos que proponen fortalecerlo. Sin embargo, en nuestros negocios privados somos liberales, odiamos al Estado cuando se entromete en nuestros proyectos con impuestos, normas, regulaciones y la infaltable corrupción.
Apreciamos sumamente la educación superior y somos capaces de realizar enormes esfuerzos para conseguir para nuestros hijos un diploma o un posgrado, mejor si en el exterior. Pero, de manera esquizofrénica, preferimos la incompetencia y el diletantismo para los cargos públicos, desde los más altos a los menos cotizados. Paradójicamente, se va al gobierno con la meta de fortalecer al Estado y ese programa se lo entrega en manos de los que sólo saben destruirlo.
Y podríamos seguir con el deporte, donde nos inflamamos con los raros logros internacionales que consiguen algunos atletas excepcionales sólo con su esfuerzo individual; con la sabrosa y variada cocina nacional, casi siempre marginada de eventos oficiales; con la justicia politizada y vendida al mejor postor, a la cual seguimos acudiendo como litigantes en lugar de hacer caso al sabio consejo evangélico (Mt 5,25) de evitar pisar los tribunales.
Todos condenamos al crimen internacional organizado, que ya ha hecho metástasis en las instituciones de nuestro país, pero pocos eludimos convivir con aquel. Al contrario, no nos disgusta “recoger las migajas” de esos banquetes. O, si no, pregúntenles a tantas aldeas y municipios rurales, a lo ancho y largo del país, coludidos con el crimen.
¿Más ejemplos de la esquizofrenia nacional? Exigimos, incluso con bloqueos, nuevas carreteras, porque entendemos que aportan al desarrollo; pero, una vez inauguradas, las bloqueamos so pretexto de cualquier reivindicación. Asimismo, asfaltamos calles para evitar los baches e inmediatamente las deformamos con gibas, o rompemuelles, que surgen como hongos en la jungla de la ciudad.
En fin, un día pregonamos algo y al otro hacemos lo contrario; primero exigimos equidad y luego buscamos privilegios; ayer “vamos a salir adelante” y hoy “hemos tocado fondo”; defendemos subsidios absurdos, pero reclamamos dólares; queremos un país trasparente y nos dejamos gobernar por mentirosos.
El autor es físico y analista