A un año de la invasión rusa a Ucrania y la exitosa resistencia de este último país, es conveniente apuntar algunos supuestos que subyacen en la consideración general de este año de guerra. Entre estos supuestos se encuentra la diferencia que presenta la sociedad de cada uno de estos dos países. De trata de una diferencia muy clara y puede tener importancia estratégica para el conflicto. Mientras Ucrania muestra una sociedad unida en torno a su Estado y a su ejército, en Rusia se observa una sociedad dividida y, en importantes sectores, dispuesta a huir del país antes que formar parte de “su” ejército. Un segundo supuesto es el referido a la tradición histórica imperial, en el espíritu de Rusia. Este espíritu viene desde los primeros tiempos del zarismo y continúo, luego de la revolución de 1917, a lo largo del régimen soviético.
Con la dictadura de Vladimir Putin, los aires imperiales sirvieron para justificar la invasión a Ucrania. Así y con estas consideraciones preliminares, la invasión debe considerarse en el marco del proceso de reordenamiento global, económico y geopolítico que vive el mundo. En este proceso, Moscú ha decidido participar a fuerza de la violación del derecho internacional; aspira a constituirse, de esa manera, en uno de los actores centrales del reordenamiento.
El primer año de guerra, con todo, ha mostrado la emergencia inicial de tendencias, en torno a las cuales podrían articularse los diversos actores, a lo largo del proceso del reordenamiento. Para la argumentación de este nuestro criterio general, puntualicemos tres consideraciones: Ucrania, la guerra en su primer año y el valor del principio de la libertad.
Comencemos diciendo que la sorprendente resistencia nacional ucraniana, a la invasión rusa, expresa la voluntad de una sociedad democrática, ante la agresión de un modelo totalitario de poder. Dijimos que esa voluntad se ha expresado en la unidad de la sociedad de Ucrania alrededor de su Estado y su ejército. Aquí, el elemento central es la sociedad, cuya fortaleza y consistencia dota de esas mismas características al Estado y al ejército. La fortaleza de esa sociedad fue capaz de impregnar de sus características a ambas instituciones porque ella (la sociedad) se ha constituido como masa (en el sentido marxista); es decir como una fuerza productiva. Lo que la masa ucraniana ha producido no es sino un Estado y un ejército, alimentados de una consistencia formidables.
Muy distinto es el cuadro en Rusia, donde la dictadura de Putin ha tratado de constituir la masa rusa a fuerza de discursos nacionalistas, pero reprimiendo, al mismo tiempo, las manifestaciones democráticas de su sociedad. Resultado de ello es la no constitución de la masa y en su lugar se tiene una sociedad dividida. Sociedad, cuyo ejército en gran medida está compuesto por un conglomerado de hombres, reclutados entre delincuentes comunes, mercenarios y hombres obligados a enrolarse a la fuerza.
Bajo esas consideraciones observemos el desarrollo de la guerra, durante este primer año de conflicto. En este orden, dividiremos el conflicto en cuatro etapas. La primera está marcada por la invasión y el fracaso ruso de finalizar la conquista de Ucrania con una guerra relámpago. La segunda, luego de tal fracaso, se caracteriza por el estancamiento del avance de las tropas rusas, en una suerte global de guerra de trincheras. En la tercera destaca la primera contraofensiva ucraniana de agosto-septiembre. El éxito más notorio de esa iniciativa fue la liberación de la ciudad de Jerson, en noviembre. El invierno, por último, marca la última etapa que, si bien muestra rasgos de un estancamiento de las tropas, vuelve a constituir un fracaso ruso, toda vez que Moscú apostaba a obligar a occidente a retirar el apoyo a Ucrania, bajo el miserable chantaje del corte del suministro de energía. Para incrementar la presión, a Putin no se le ha ocurrido nada mejor que poner en práctica la infantil idea de un supuesto referéndum para hacerse de las últimas cuatro regiones ucranianas que aún mantiene bajo su control. La “estrategia” (es un decir) consistía en asumir a esas regiones como parte de la madre patria rusa y así justificar su defensa por todos los medios posibles, incluidas las armas atómicas. En esta etapa tampoco le ha garantizado nada al Kremlin, el haber lanzado oleadas de hombres al frente, cual carne de cañón, tal como lo hacían los Zares o Stalin.
Al contrario, Rusia se ha visto una y otra vez incapaz de romper la fortaleza ucraniana y tampoco ha podido obligar a occidente a restarle apoyo a Ucrania. Ese apoyo, en lo principal, se expresa en la asistencia militar, pero abarca también otros campos, como el humanitario, el económico y, fundamentalmente, el apoyo político internacional. Todos estos apoyos, aunque muy importantes, nada significarían de no haberse constituido la masa ucraniana. La condición para los apoyos y su proyección en el conflicto ha sido dado por la existencia de esa masa, en lo previo. Es ella la que otorga sentido a los apoyos; de lo contrario sólo estaríamos hablando de un conflicto entre Rusia y occidente, en el territorio ucraniano.
Lo cierto es que con la agresión rusa se inicia la confrontación de dos modelos de sociedad, en el contexto del reordenamiento global. En esa confrontación, el primero en dar un paso al frente a nombre del modelo totalitario ha sido Rusia y la inicial víctima, resulta Ucrania. Se trata de un modelo que se muestra en el apoyo a la invasión. Esto quiere decir que el conflicto ha tenido la virtud de alinear a determinados países, detrás de la aventura de Putin. Ello se observa en la negación a condenar, en las Naciones Unidas, la invasión e incluso en la cobarde postura de la abstención -como la del gobierno del MAS, a nombre de Bolivia. Todos ellos son gobiernos totalitarios, habituados a la violación de los derechos constitucionales, del derecho internacional y claro, de los derechos humanos.
Lo primero que puede concluirse es que el matonaje, con el que Rusia pretende hacerse de Ucrania, no tiene mayores perspectivas. No las tiene, a pesar de las oleadas de vidas humanas que Putin sacrifica sin miramientos. Tampoco ofrece mayores perspectivas el abrumador (aunque tecnológicamente inferior) armamento ruso disponible. En contrapartida, la voluntad de lucha por la preservación de la libertad y la democracia, ha demostrado ser una motivación capaz de formar espíritus inquebrantables. Así las cosas, el conflicto parece tener impulso suficiente como para continuar proyectándose en el tiempo, sin importarle, al dictador agresor, que en medio de ello el debilitamiento de la economía rusa sea un fenómeno continuo.
Omar "Qamasa" Guzmán es sociólogo y escritor