
Han pasado 70 años desde la Declaración de los Derechos del Niño Boliviano, pero seguimos siendo testigos de prácticas adultocéntricas que colocan a las personas adultas por encima de niñas, niños y adolescentes en el trato cotidiano.
Un ejemplo reciente ocurrió en un colegio de Cochabamba: estudiantes fueron castigados por llegar tarde y la directora decidió cortarles el cabello como medida correctiva. La escena, evidenció cómo persiste una mirada autoritaria sobre la infancia. ¿Alguien aplicaría un castigo semejante a un adulto? ¿A su jefe, por ejemplo? Cuando se trata de niños, se justifican acciones que en otro contexto serían inaceptables.
El adultocentrismo es una lógica de poder que sitúa lo adulto como lo correcto, lo que tiene más razón, más voz y más derechos. Está presente en frases como: “Eres muy pequeño para entender”, “Porque lo digo yo”, o “A los adultos se les respeta”; y también en prácticas como el castigo físico o humillante. Esta jerarquía normaliza desigualdades y perpetúa formas de violencia simbólica, física
y emocional en la educación y la vida familiar.
Durante siglos, la infancia fue invisibilizada. En el último siglo se han logrado avances importantes en su reconocimiento como sujetos de derecho. Desde la Declaración de Ginebra en 1924 hasta la Convención sobre los Derechos del Niño de 1989 —que Bolivia ratificó como el octavo país del mundo—, el marco legal ha evolucionado. Incluso antes, Bolivia instituyó el 12 de abril como el Día del Niño Boliviano en 1955.
Sin embargo, los avances normativos no se han traducido automáticamente en transformaciones culturales. Las leyes existen, pero el cambio de mirada aún no ha permeado de forma suficiente en nuestras instituciones ni en nuestras prácticas cotidianas.
El principio del interés superior del niño nos recuerda que, como Estado y sociedad, tenemos una responsabilidad ineludible: garantizar sus derechos y bienestar. Esto exige revisar nuestras creencias sobre crianza y educación, abandonar el maltrato como herramienta de disciplina y comprender que niñas, niños y adolescentes son personas con voz, dignidad y derechos hoy, no solo en el futuro.
Este cambio de mirada nos invita a asumir, como madres, padres y personas cuidadoras, el rol de garantes del cumplimiento de los derechos de niñas, niños y adolescentes, reconociéndolos como sujetos de derecho y no como una 'propiedad' de los adultos.
Como escribió Khalil Gibran:
“Tus hijos no son tus hijos.
Vienen a través de ti, pero no de ti.
Y aunque estén contigo, no te pertenecen.”
El reto es colectivo. Guiar, orientar y modelar desde la coherencia y el respeto mutuo. No desde el miedo y menos desde el poder.
Criar con respeto no es una moda: es una necesidad ética, social y humana. Y es, sobre todo, una deuda pendiente con la infancia.
La autora es comunicadora social
Youtube: @paulaclarosliendo