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Opinión

Cuando suben los precios… también suben las tensiones

28 de Mayo, 2025
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Cada vez que vamos al mercado, algo ha cambiado. No solo los precios, que suben sin techo, también el humor, la forma de caminar, de mirar, de reaccionar. 

Lo que vivimos hoy en Bolivia es una crisis económica que se cuela en los hogares no solo por bolsillos vacíos, sino por el estrés, el miedo y, en muchos casos, la violencia. 

Cuando suben los precios, también se intensifican emociones como el miedo, la tristeza y el enojo. Son emociones defensivas, que nos alertan de una amenaza a nuestra seguridad. Nuestro cerebro está programado para detectarlas y reaccionar: luchar, huir, congelarse o complacer. 

Hoy, esa amenaza se disfraza de incertidumbre económica, escasez de productos, salarios que no alcanzan y filas eternas por combustible o alimentos. Cada vez que sentimos que no podemos cubrir lo básico, se activa la alarma interna. El cerebro entra en alerta, produce más cortisol y nuestras respuestas se vuelven reactivas, impulsivas y muchas veces, violentas. 

Aquí hago una pausa, como madre, como mujer, como profesional comprometida con la crianza respetuosa: esta crisis también afecta a la infancia. Y lo hace profundamente. 

Cuando el estrés tóxico, ese que es intenso y sostenido en el tiempo, se filtra en los hogares y en los vínculos pueden incrementarse los gritos, la impaciencia, la desconexión emocional, y muchas veces encontrar en niñas y niños una vía de descarga. 

Cuando el cerebro detecta peligro, el cortisol, la hormona del estrés, bloquea la parte racional y activa respuestas primitivas. Lo que para un adulto es una reacción “normal” al cansancio, para un niño puede sentirse como una herida profunda. 

Y esas heridas, si se repiten, pueden dejar marcas en el desarrollo del cerebro y en la autoestima, de las niñas y niños. La ciencia lo ha demostrado: el estrés tóxico en la infancia impacta la salud emocional, cognitiva y física incluso décadas después. 

Pensar que una crisis económica solo afecta la economía es una mirada incompleta. Las familias son sistemas sensibles al contexto. Lo que pasa afuera, se vive adentro. 

Por eso, cuidar el bienestar emocional en casa es también una forma de resistencia. De protección. Y comienza por nosotros, los adultos.

Necesitamos desarrollar y fortalecer nuestra conciencia emocional, esa habilidad que se relaciona con reconocer, nombrar y dar espacio a lo que sentimos. Si no lo hacemos, actuamos desde el impulso. Si lo hacemos, elegimos desde la razón y el amor. 

Aunque no podamos frenar la inflación ni llenar las bolsas del mercado, como quisiéramos, sí podemos elegir cuidar nuestros vínculos. Hacer una pausa, mirar hacia adentro, proteger el espacio familiar y ofrecer a nuestras hijas e hijos un entorno seguro, donde el amor y el respeto mutuo sean refugio, no sólo es necesario, es fundamental, para ellos y también para nosotros.

La autora es comunicadora social y consejera en crianza

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