ERICK R. TORRICO VILLANUEVA
Pese a que el calendario electoral señala que la campaña proselitista en medios de difusión recién deberá iniciarse el 20 de septiembre, lo cierto es que ya hace buen tiempo (siquiera desde mediados de mayo) que el oficialismo “bombardea” en solitario a la población –en particular en televisión y radio– con un creciente número de avisos de ese carácter.
Todo le sirve al gobierno para intentar lograr la adhesión de ciertos electores: alguna competencia deportiva, el aniversario patrio o la aprobación de una “oportuna” norma legal contra el cáncer, como también la repentina adopción de un can callejero por el gobernante o sus actorales poses ante el voraz incendio forestal perpetrado en la Chiquitania.
Pero no es sólo eso, pues esa es la parte “evidente” de la estrategia propagandística de la requete-re-elección. La otra, la “encubierta”, es la que proviene de la “casual” concurrencia en estas semanas de una gran cantidad de anuncios de ministerios o empresas estatales, para nada más citar unos ejemplos. Todos esos mensajes, repetidos insistentemente, se empeñan en decir que Bolivia “es de color azul” y “un país feliz” con inéditas obras de infraestructura, con un desarrollo industrial envidiable y en el que “todos somos uno”.
Es bastante obvia la intencionada y sincronizada proliferación de esa clase de contenidos mediáticos, que dan continuidad a la campaña permanente de un gobierno entregado por años en brazos del estadounidense marketing, actividad que demanda un gasto promedio anual superior a los 100 millones de dólares solventados con dinero ciudadano.
Lo novedoso en la etapa reciente, sin embargo, resultó el cambio de estilo que cuando menos se registró en agosto pasado: se comenzó a hablar en positivo, casi sin antagonizar y se hizo énfasis en acciones de la gestión oficialista en lugar de porfiar en la ya insufrible práctica idolátrica del caudillo.
Mas esa interesante como costosa variación, que incluía una estética remozada y el recurso a la dramatización y a miles de dólares en producciones de corte cinematográfico, fue interrumpida muy pronto, apenas el fuego empezó a extenderse por el bosque oriental.
La lamentable destrucción autorizada de ya cientos de miles de hectáreas en esa zona precipitó un visible retroceso en los estrategas de la propaganda gubernamental, que montaron un penoso espectáculo con el gobernante como protagonista y cuyo producto fue una nueva demolición colectiva de la imagen presidencial.
Como sucedió en oportunidad del referendo constitucional del 21 de febrero de 2016 en que se impuso el NO a la reelección continua, las conductas, declaraciones y la actuación (con teatralización incorporada) del gobierno respecto al trágico incendio que sigue arrasando la Chiquitania fueron la base para que, otra vez, quedara demostrado que la intangibilidad del presidente pertenece al pasado y no podrá volver. Quizá por ello vaya a resultar mejor para los propagandistas del oficialismo sacar de escena a su candidato principal, como también a su acompañante que, aunque no parece saber multiplicar ni sumar, sí ha dado suficientes pruebas de que resta y divide bastante bien.
Todo lo dicho ha venido aconteciendo en el marco de una campaña eleccionaria con candidatos opositores prácticamente ausentes o anecdóticos y en la que, hasta ahora, solamente reverbera el monólogo gubernamental que habla para sí y su entorno cautivo.
Disponer de todos los recursos deseables para pagar a medios propios y ajenos, así como tener los espacios del poder público y las organizaciones que dicen representar a sectores de la sociedad bajo su arbitrio, crea para el gobierno una situación de innegable ventaja sobre sus eventuales competidores. Pero da lugar asimismo a un soliloquio marcado por la impostura.
Erick R. Torrico Villanueva es especialista en Comunicación y análisis político
Twitter: @etorricov