Las ideologías políticas suelen ofrecer visiones encantadoras de lo que aspiran a lograr, idealizando la creación de sociedades de bienestar casi utópicas. Los políticos e ideólogos de izquierda, en particular aquellos que se alinean con proyectos socialistas, presentan sus agendas como salvadoras, con promesas de generar riquezas para los trabajadores y reducir la pobreza. Sin embargo, estas propuestas suelen enfrentarse a limitaciones prácticas que pueden impedir que los beneficios se traduzcan en mejoras tangibles para la mayoría de los ciudadanos. En muchos casos, las soluciones que presentan surgen de teorías que simplifican las dinámicas económicas, históricas, sociales e institucionales de América Latina, las cuales son complejas y variadas.
Para comprender el surgimiento del Socialismo del Siglo XXI en el nuevo milenio y el auge de las ideas socialistas en las décadas de 1960 y 1970 en América Latina, es esencial retroceder y analizar el proceso histórico y económico de la región. América Latina tiene un trasfondo histórico que se remonta a la época colonial, caracterizada por un modelo de comercio monopólico con España. Las colonias estaban obligadas a comerciar exclusivamente con la metrópoli, lo que limitó el acceso a innovaciones tecnológicas y la posibilidad de un desarrollo económico autónomo. Este sistema económico y político instauró una estructura centralizada y extractivista, además de un gobierno paternalista que restringía la autonomía de sus ciudadanos.
Las naciones latinoamericanas lograron su independencia en un contexto de empobrecimiento, exacerbado por los costos de las guerras de independencia. Estas nuevas repúblicas empezaron a endeudarse, y el comercio entre ellas era limitado, ya que los mercados internos apenas comenzaban a desarrollarse. La élite criolla reemplazó a la élite española, manteniendo un sistema de privilegios en beneficio de unos pocos. En algunos países se adoptaron regímenes liberales, aunque con una presencia estatal limitada y una fuerte dependencia de la exportación de materias primas. Esto generó un desarrollo desigual, lo cual provocó insatisfacción social y sentó las bases para el surgimiento de ideologías nacionalistas y socialistas.
A comienzos del siglo XX, eventos globales como la Primera Guerra Mundial, la Gran Depresión de 1929 y la Segunda Guerra Mundial impactaron gravemente las economías latinoamericanas, que experimentaron una caída en los precios y volúmenes de exportación de materias primas. En este contexto, se adoptó el modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI) en un esfuerzo por reducir la dependencia de las importaciones y fortalecer la industria nacional. Países como Argentina, Brasil, México y Chile lograron algunos avances en diversificación y competitividad industrial. Sin embargo, en naciones como Bolivia y Venezuela, el desarrollo industrial fue limitado debido a restricciones estructurales, recursos limitados y mercados reducidos.
A pesar de los esfuerzos de industrialización, América Latina continuó dependiendo de la exportación de materias primas tras la Segunda Guerra Mundial. La desigualdad y la limitada diversificación económica contribuyeron al descontento social y al surgimiento de movimientos de izquierda en las décadas de 1960 y 1970, influenciados por las ideas socialistas y comunistas. Dos eventos clave definieron esta época: el auge de los precios de materias primas en los años setenta, que brindó ingresos extraordinarios, y el incremento de la deuda externa. Sin embargo, gran parte de estos ingresos y préstamos fueron mal administrados. Cuando los precios de materias primas colapsaron en los años ochenta, muchos países de la región enfrentaron crisis de deuda y una situación económica grave, que abrió camino a nuevas reformas económicas y, en algunos casos, al resurgimiento de ideologías populistas y socialistas.
En el caso de Bolivia, Venezuela, Cuba y Nicaragua, la aplicación del Socialismo del Siglo XXI ha traído consecuencias económicas mixtas. Estas naciones, que han implementado políticas de nacionalización, controles estatales y una fuerte centralización económica, han enfrentado desafíos macroeconómicos como inflación, endeudamiento y bajo crecimiento económico. En Bolivia, una escasez de gas y la devaluación de la moneda han reflejado las limitaciones de este modelo en el contexto de una economía dependiente de los recursos naturales. Sin embargo, es importante señalar que Bolivia experimentó un crecimiento sostenido desde 2006 hasta aproximadamente 2015, impulsado en parte por los altos precios de las materias primas y la nacionalización de recursos estratégicos.
En contraste, Brasil y México han enfrentado menos problemas económicos bajo gobiernos de izquierda. Este éxito puede atribuirse, en parte, a la fortaleza de sus sectores industriales y la resiliencia de su grupo empresarial, lo que ha dificultado un control absoluto de los gobiernos de turno sobre la economía. En Chile, a pesar del estallido social de 2019 y el cambio político con la elección de Gabriel Boric, el rechazo de una nueva Constitución más progresista limitó los cambios en su modelo económico y social.
Los casos de Cuba y Venezuela muestran ejemplos extremos de los retos del Socialismo del Siglo XXI. En Cuba, una economía estancada y dependiente de ayuda externa enfrenta un futuro incierto. En Venezuela, a pesar de sus reservas de petróleo, una combinación de políticas internas y sanciones internacionales ha agravado la crisis, provocando una de las mayores crisis humanitarias en la región.
En conclusión, el Socialismo del Siglo XXI responde a problemas históricos de desigualdad y dependencia de recursos, pero enfrenta limitaciones importantes. La experiencia sugiere que el verdadero desarrollo sostenible para América Latina radica en construir una economía diversificada, fortalecida por instituciones sólidas y políticas que promuevan tanto la equidad como el desarrollo autónomo, evitando la dependencia excesiva en un Estado paternalista.
El autor es investigador y analista socioeconómico