
En los últimos años sobre todo historiadores, pero no únicamente, han ido elaborando revisiones y elaboraciones novelísticas (no necesariamente ficticias sino) pletóricas de imaginación con la fuerza que sólo este género posee: su talante omnicomprensivo, de retrato de época. Cito de manera indicativa el ¡Qué solos se quedan los muertos! de Ramón Rocha Monroy sobre la entrañable figura del Mcal. Antonio José de Sucre y Manuela, mi amable loca de Carlos Hugo Molina sobre esa asombrosa mujer que fue la amante del Libertador. Indudablemente ambas tienen detrás investigación historiográfica y las recomiendo ampliamente, pero hoy me quiero concentrar en los trabajos que buscan, desde la disciplina de la historia, modificar una mirada compasiva, cuando no abiertamente denegadora de ese periodo que, como tendencia de toda la región, lo que hoy llamamos América Latina se erigen como repúblicas significando una ruptura con el pasado colonial.
En continuidad con los trabajos de José Fellman Velarde (quien consignó lúcidamente que figuras como Sucre y Andrés de Santa Cruz sentaron las bases para que el Estado boliviano sobreviviera los desastres posteriores) y de Alfonso Crespo con El cóndor indio sobre el mismo Santa Cruz, es probablemente don José Luis Roca quien más ha contribuido a esa necesaria revisión (hoy todo en su monumental Ni con Lima ni con Buenos Aires). En efecto, sobre la figura de Olañeta y figuras de ese entorno sostiene que “le recuerdo de los fundadores de Bolivia causa desagrado y rubor entre muchos de sus hijos quienes buscan descargar culpas presuntamente heredadas vituperando –véngale o no al caso- la memoria de aquellos próceres”.
Don José Luis identifica con acierto el apelativo de “altoperuano” con toda la carga negativa que solemos darle y también confronta con vigor el trabajo del Prof. Charles Arnade cuyo título de su tesis doctoral añade el calificativo de “dramática” al surgimiento del Estado boliviano en la traducción boliviana de los 70s. Más grave, allí aparece muy explícita la caracterización de hipócritas y oportunistas de los doctores de Charcas, de “dos caras”. Los argumentos de J.L. Roca son tan poderosos que años después (1995) el propio Arnade, en gesto que le honra, tuvo que reconocer en analogía con el influyente nacimiento de la república de EE.UU. que: “Los nuevos hombres de 1787 redactaron la mucho más conservadora constitución estadounidense que, con sus enmiendas, sigue siendo la actual. Las generaciones de 1776 y 1787 se parecen en muchos aspectos a las bolivianas de 1809 y 1825; bajo algunos puntos de vista, los hombres que se reunieron en Filadelfia en 1787 eran también unos ´dos caras´ y se movían fundamentalmente por intereses personales” (Cfr. p. 158 de Una nueva mirada a la creación de Bolivia. Escenas y episodios de la historia. Estudios bolivianos. 2004. La Paz y Cochabamba: Los Amigos del Libro, volumen que compila trabajos entre 1952 y 1999).
La cita precedente nos sirve para entender que en contexto tan cambiantes, como las que propugnaba el republicanismo en sus principios ciudadanos contra el monarquismo, es comprensible que hubieran también fuerzas que apostaran a ciertas continuidades y que fueran capaces por su peso específico y cercanía y conocimiento de los pasillos del poder resguardaran intereses más de grupo. Pero ello no impide señalar como efectivo cambio político el drástico cambio de principios políticos generales. Y es que la condición ciudadana llegó para quedarse, aunque su plasmación en términos de igualdad de derechos ante la ley haya tomado más de un siglo en efectivamente empezar a concretarse y haya de requerir formulaciones tan paradójicas como “ciudadanía diferenciada” para revertir viejas herencias coloniales, ya a finales del siglo XX.
¿Por qué es importante este cambio de perspectiva? Porque no podemos construir en la mejor tradición democrática, que se inicia en el mundo moderno con la república, si seguimos con mirada acomplejada y culposa de nuestro origen ciudadano. Así como fue necesario entender el choque de la “invención de América” (E. O´Gorman) hace más de cinco siglos que nos hace compartir desde entonces un destino globalizado y hoy ya ineludible, es necesario comprender la circunstancia que tan vívidamente nos muestran las creaciones literarias alrededor de esa figuras egregias como Sucre y Manuela Saenz, o más cercano a un pueblo llano, la figura de Pazos Kanki –todavía necesitada de tratamiento artístico- o; finalmente, ese tipo de tratamiento sobre la figura de don Andrés de Santa Cruz, que como un Napoleón andino necesitó el acuerdo de tres estados para recluirlo en una isla chilena, en la recreación de un colega del todo pertinente.