"Ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o poco más desaforados gigantes con quien pienso hacer batalla. ¿Qué gigantes?, dijo Sancho Panza. Aquellos que allí ves, respondió su amo, de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas". (El Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes).
Prefiero morir ahora que prolongar mi muerte si no tengo tu amor (Romeo y Julieta, William Shakespeare). ¿Quién no se ha estremecido con la “locura” del Quijote, y ha tenido que pelear con molinos de viento alguna vez? ¿Quién no ha puesto su fe y ha creído empecinadamente en la existencia del amor eterno e infinito a pesar y después de la muerte, leyendo Romeo y Julieta?
Estos dos magníficos escritores, Miguel de Cervantes y William Shakespeare, fallecieron el 23 de abril de abril de 1616 y recordándolos se estableció el Día Internacional del Libro en esta fecha.
Atinada es la frase, que señala: “Me gustan los libros porque tienen dos grandes funciones: hacerme pensar o hacerme dejar de pensar. Y dependiendo del momento que esté atravesando, cualquiera de estas opciones puede salvarme”, y así sucede, los libros son tablas de salvación. Cuando queremos que los libros nos hagan pensar, y estamos ávidos de conocimiento, nos invitan a escudriñarlos y descubrir aquello que desconocemos. Nos liberan de la ignorancia. Nos interpelan en nuestros dogmatismos y nos llaman a ser irreverentes con las verdades únicas y rígidas. Generalmente pensamos que nuestra manera de ver el mundo es la sensata, la única, la más común y los libros nos pueden ayudar a cuestionar lo que nos parece incuestionable. Por tanto, nos invitan a la sospecha y a ampliar nuestras visiones estrechas. En definitiva, nos salvan.
Cuando queremos que los libros nos hagan dejar de pensar y cumplan una función de llenar el ocio y disfrute de nuestro tiempo libre, los libros logran que el lector se libre del tedio de la trivialidad. Las novelas, la crónica, los cuentos y la poesía, nos ayudan a sobrellevar el drama de la vida. Nos sumergen en historias narradas. Podemos sentir y comprender los sentimientos más mundanos, leyendo las tramas contadas: desgarradoras, de ficción, de amor, de venganza, esperanzadoras o pesimistas, y todas en definitiva extraordinarias, si es que nos seducen y llegamos a concluirlas. Nos revelan la posibilidad de volvernos compasivos, piadosos y por tanto más humanos. En definitiva, nos salvan.
Borges, respecto de diversos inventos que hizo el ser humano, y que se convierten en extensiones de él, señalaba: "El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación". La imaginación nos lleva a otro tiempo y lugar, podemos estar en la Edad Media o la de Piedra, o viajar al 2050, salir del planeta Tierra, o cambiarnos de continente, meternos en la vida de diversos personajes y conversar con ellos, ser empáticos u odiarlos por su accionar. En definitiva, nos salvan.
Umberto Eco, en El nombre de la rosa, traza una trama en la que en una abadía benedictina del norte de Italia, se dan una serie de asesinatos inexplicables y sospechosos, cuyo misterio se halla ligado a la búsqueda de un libro prohibido en la particular biblioteca del monasterio. El libro prohibido es la segunda obra de poética escrita por Aristóteles sobre la comedia, es el libro de la risa, acción vetada además en el monasterio. El monje Jorge Burgos, bibliotecario ciego, concebía la risa como expresión de ignorancia y estupidez, el que ríe no cree en aquello de lo que ríe, pero tampoco lo odia. Por tanto, reírse del mal significa no estar dispuesto a combatirlo, y reírse del bien significa desconocer su fuerza. Creía que Dios es terquedad y fanatismo, lo opuesto al humor. Esta obra muestra la lucha entre conocimiento y dogmatismo. El primero defiende el libre albedrio y la libertad de conocer a través del acceso al libro, el segundo busca la fe sin cuestionamientos, la creencia ciega y obediente, por medio de la prohibición del libro.
Los libros nos salvan, y gracias a ellos hemos podido estar en Macondo, en Comala o en el condado de Yoknapatawpha. Hemos presenciado y dialogado exquisitamente con los fantasmas de Rulfo en Pedro Páramo. Hemos sido testigos de la paciente espera de Penélope y La Odisea de Homero. O hemos podido presenciar la Guerra de Troya, en La Iliada, y así, infinitamente.
Si bien los libros empezaron siendo el privilegio de unos pocos, paulatinamente se dio la expansión del acceso al conocimiento; y hoy día, es un gran logro. El acceso a los libros y la práctica de la lectura, deberían ser una política pública y no un privilegio, el escritor británico William Somerset Maugham decía, "Adquirir el hábito de la lectura, es construirse un refugio contra casi todas las miserias de la vida”, es una manera de salvarnos.
Hagámosle caso a Sabato, "Lean lo que les apasione, será lo único que los ayudará a soportar la existencia". Que los libros nos salven, celebremos el 23 de abril.
Gabriela Canedo Vásquez es socióloga y antropóloga