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Opinión

Poder paranoico

24 de Octubre, 2019
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ERICK R. TORRICO VILLANUEVA
A las 8 de la noche del pasado domingo 20 la única información oficialmente autorizada sobre los resultados electorales de esa fecha fue nítida: el gobernante MAS obtuvo el 43.9% de los votos y la opositora Comunidad Ciudadana el 39.4%, diferencia mínima que obliga, según las reglas establecidas, a la realización de una segunda vuelta en las urnas.

Hasta ahí todo parecía marchar democráticamente y se tenía la impresión de que Bolivia empezaba a recuperar el camino de la institucionalidad. Pero la ilusión iba a durar muy poco. 

La historia cambió poco más tarde cuando, rodeado por un grupo de rostros compungidos y con seguidores que no llenaban el hall del Palacio Quemado, Evo Morales presentó una versión distinta, triunfalista y casi profética. No sólo afirmó que había ganado en primera vuelta –aun sin que fueran conocidos los datos definitivos–, sino que aseguró que su organización controlará de manera absoluta las cámaras alta y baja de la asamblea legislativa.

Esas declaraciones confirmaron el talante de soberbia que caracteriza al grupo gobernante al menos desde que derrotó a balazos a sus adversarios de la “Media Luna” (los departamentos de Santa Cruz, Tarija, Beni y Pando) en 2009, disposición de ánimo que el presidente, lamentablemente, no sólo comparte, sino incluso hasta parece disfrutar. 

Quizá fue en diciembre del siguiente año, 2010, cuando el vicepresidente decretó en ausencia de Morales un “gasolinazo” resistido por la población, que el gobernante logró escuchar por última vez a la gente (“cinco locos”, para su segundo de a bordo) y retiró la impopular medida. Hoy es diferente, pues vuelven a relucir la ceguera y la sordera, tanto como un cierto bloqueo mental que impiden a este grupo –en este caso sí “cinco locos”…, por el poder– mirar la realidad de cerca.

Al igual que cuando los resultados iniciales del referendo del 21 de febrero de 2016 anticiparon el rechazo ciudadano a la modificación de la Constitución para que el ahora presidente-candidato volviera a postularse, el pasado domingo el argumento gubernamental fue que los datos ya conocidos cambiarían con el voto rural, hipótesis en la que se basó su certeza de un triunfo absoluto. Aquella vez no se dio el milagro, que ahora sí parece estar ocurriendo, justo a la medida, de la mano del recuento hecho por un dudoso tribunal electoral.

Pero la trama está siendo completada en esta oportunidad con tres elementos que seguramente pueden confundir a los mal informados: 1) que una acción “racista” estaría queriendo desconocer el voto de las provincias, 2) que está en curso un “golpe de Estado” y 3) que el gobierno está “defendiendo la democracia”. A esta retórica se suman, por supuesto, la descalificación ya típica de que toda crítica o reclamo proviene de “la derecha”, intentando seguir haciendo creer que, por tanto, el gobierno es “la izquierda”.

Todos estos componentes que conforman la situación actual reflejan una condición paranoica en los administradores del poder político, que se manifiesta en su desprecio por todo lo que les sea contrario, su testarudez, su uso convencido de premisas insuficientes y hasta su victimización.

Si tan sólo la primera reacción presidencial hubiese sido cautelosa y democrática frente a los resultados iniciales, el estado de cosas seguramente sería hoy distinto. Como también hubiese sido fundamental que el tribunal electoral no impidiera, como lo hizo, que la ciudadanía acceda a información plural y oportuna sobre las votaciones.

Lo que el país vive y sufre en estos momentos es producto de la vulneración constitucional perpetrada desde 2016 y del riesgo de que ella se afiance. Mientras tanto, el poder está apuntando a hacer uso de la fuerza para descabezar y desbaratar la protesta ciudadana. Es tiempo de recordar que la paranoia nunca será buena consejera.

Erick R. Torrico Villanueva es especialista en Comunicación y análisis político
Twitter: @etorricov

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