“¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!”, reza el tercer canto del Infierno en la Divina Comedia de Dante Alighieri.
Cristofer Quispe, recluido en la cárcel de Chonchocoro, murió en una celda de aislamiento. Tenía el ojo reventado, 13 costillas rotas, y derrame cerebral debido a la tortura, golpiza y violación sexual que cuatro reos extranjeros le propinaron. Antes de su deceso, solo dijo: “el muerto me ha hecho” al parecer el apodo de uno de los reos más peligrosos del penal. Cristofer tenía 27 años de edad, había sido detenido en 2019, por haber intentado “cogotear” a un transeúnte en la ciudad de El Alto.
Llevaba casi dos años en detención preventiva en la cárcel de máxima seguridad. Se le habían ya dictado medidas sustitutivas y sólo le faltaba conseguir 200 Bs para los trámites carcelarios, y salir en libertad. Pero esos días previos se convirtieron en un verdadero calvario, Cristofer había anteriormente escupido en la cara de un oficial, quien al parecer —es una hipótesis, pues el caso se encuentra en investigación— habría ordenado “darle su merecido” en el bus de la tortura, inaudito lugar, en el penal de “máxima seguridad”. Cristofer fue sometido a los más cruentos vejámenes y finalmente sucumbió en el mismo infierno. Este caso ocurrido recientemente, desnuda el espíritu de la cárcel más “segura” en Bolivia.
Hace algunos días, en Cochabamba, la antropóloga y escritora Alison Spedding presentó su libro Las cárceles ¿una bomba de tiempo?. Es una de las pocas investigaciones sobre el sistema penitenciario en el país. Spedding, además de trasladarnos con su pluma a varios recintos penitenciarios tanto de hombres como de mujeres, nos abre a interrogantes como: ¿será que la cárcel es el mejor método para enderezar, o dar reglas a los que sufren de anomia diría Durkheim, rehabilitarlos y devolverlos a la sociedad nuevamente?, ¿será que las prisiones son el mejor esfuerzo de creatividad e ingenio que ha tenido la humanidad para vigilar y castigar, diría Foucault, y a la vez rehabilitar?
Spedding, nos ofrece un panorama de las prisiones en el país. Algunas más soportables que otras. Queremos detenernos en aquellas cárceles donde, como dijo un oficial de Policía, “Dios está de vacación”. Chonchocoro, la cárcel de alta seguridad, aquella donde murió torturado Cristofer, y la cárcel de San Pedro en la que los reos “sin sección” constituyen el lumpen de los internos. Por su peligrosidad, un policía se refirió a Chonchocoro como basurero humano. Las pandillas, y las relaciones de poder entre reos, las componendas con la policía y las amenazas, están a la orden del día.
Podemos imaginarnos que, en Bolivia, además de cumplir sus condenas, los reos soportan que su condición humana sea pisoteada al extremo, lo que al parecer forma parte del castigo y la privación de libertad. Tal es el caso de los encarcelados “sin sección” en el penal de San Pedro, que se convierten en los segregados y rechazados. Viven en un espacio conocido como “El callejón”. Duermen sobre el piso de cemento a la intemperie, acostados sobre cartones, envueltos con frazadas están de mugre. En la noche buscan calentarse juntos. “Yo duermo a dos personas de él” y eso es cuando logran dormir y no están arrinconándose para evitar las corrientes de agua de lluvia.
No tienen derecho a la ducha, el baño es una alcantarilla, no trabajan y solo quieren conseguir dinero para drogarse, a todas luces se ve que es una muerte lenta a la que han sido condenados. Han llegado al “callejón” expulsados de otros pabellones por haber cometido robos. No tienen visitas. Son los excluidos por los de afuera, poco a poco llegan a ser excluidos por los de adentro.
Chonchocoro, San Pedro, El Abra, Palmasola, Cantumarca, San Roque, Morros Blancos, San Antonio, San Sebastián, Villa Busch, Mocovi, Qalauma, la cárcel de Obrajes, Miraflores, etc, sufren de subfinanciamiento, y no se cuenta con datos fiables de los reos clasificados por delitos, y menos de los índices de reincidencia y rehabilitación, vitales para tomar medidas antes de que esta bomba de tiempo explote, nos sugiere Spedding.
Foucault sostiene que “la prisión es el único lugar en el que el poder puede manifestarse de forma desnuda, en sus dimensiones más excesivas, y justificarse como poder moral”. A esto añadiría que los casos vistos son dos formas de tortura, donde finalmente la sociedad ha depositado en el mismo infierno, a manera de “desechos humanos” a personas a quienes no solo se les ha privado de libertad sino se les ha despojado de su condición humana. Resuena en las cárceles el canto del Infierno de Dante, “El mundo no conserva ningún recuerdo suyo; la misericordia y la justicia los desdeñan: no hablemos más de ellos, míralos y pasa adelante”.
Gabriela Canedo Vásquez es socióloga y antropóloga