Don Ignacio, indígena mojeño de la comunidad de Monte Grande me contaba la forma de relación que tienen con la naturaleza: “uno estando en el monte ya conoce, por decir yo voy de noche, escucho ruido, el mismo tigre tiene su ruido, escucho un tropel ya se más o menos qué bicho es el que se está acercando. El tigre, anda a pesar de ser sutil, tiene ruidito, como quebrando palitos parece y dicen que son las orejas, del tatú el ruido es fuertecito y como que va arrastrando algo, si hay víbora brava, que está enojada, suena la cola”.
Con una destreza excepcional los mojeños, saben reconocer las huellas de un ciervo, saben el tamaño de este, conjeturan que puede ser una cierva preñada porque es tiempo de “celo”. Por la huella saben si caminaba o se escapaba. Cuentan con una sensibilidad extrema para distinguir a los animales que existen en el monte.
Es importante la centralidad que le dan a los elementos del territorio: los animales, la caza, la pesca, el clima, la cosecha, la tierra, los árboles, el agua, etcétera pues se constituyen en parte de su vida cotidiana y de su conversación. Las inclemencias del tiempo se prevén atendiendo a signos como el canto del “macono”, un ave típica del lugar, hay que percatarse si canta en rama seca, pues significa que se aproxima la lluvia. Asimismo observar la luna si esta presenta un aro blanco que la circunscribe, significa que lloverá. Es así que la cosmovisión de los mojeños, y diversos pueblos amazónicos, consiste en una relación íntima con su medio natural.
De hecho no existe una relación de superioridad, ni jeraquización de los humanos sobre los no humanos. Es así que se da una comunicación espontánea con la naturaleza: leen la luna, interpretan el chillido del mono, piden permiso al “jichi”, espíritu del monte, para entrar a cazar. Por tanto se da una indisociablidad e imbricación entre lo social y la naturaleza.
La cosmovisión entendida como la relación con el mundo natural y social es particular y difiere de cultura a cultura. Una perspectiva interesante de entender el mundo, la tenían los antiguos griegos, que relacionaban el micro y el macrocosmos, el antropólogo Philipe Descola al respecto señala que cada parte del cuerpo –microcosmos- se encontraba relacionada con el aire, el fuego, la tierra, determinado planeta, por lo tanto la vinculación entre el cuerpo y elementos del mundo se hallan conectadas, si determinada parte del cuerpo se enferma es porque no funciona bien algo en alguna parte del mundo. Otra forma de explicar la relación con la naturaleza, la tienen en el África y en comunidades del altiplano boliviano, donde un desorden social puede producir una catástrofe ecológica; por ejemplo, cometer incesto podría traer lluvias torrenciales, o un aborto producir helada en la comunidad.
De acuerdo a estas otras formas de aprehender el universo podríamos suponer que lo que estamos viviendo en la actualidad como humanidad, el ataque del virus invisible que invade el cuerpo humano, y de forma tan letal arrasa con la gente, que muere en la calle, en sus viviendas sin ser socorrida, sin poder respirar, es porque en determinado lugar de nuestro planeta, algo no está funcionando. Tiene sentido, al detenernos a mirar las atrocidades que ocurren: desde la invasión destructiva del ser humano a los hábitats de los animales, que conlleva la alteración de los mismos, la deforestación, el cambio en el clima, el exterminio de especies, hasta el atentado contra la vida de determinados pueblos por medio de las guerras, la dominación, el relegamiento y exclusión de muchos sectores, condenándolos a vivir en la pobreza y el olvido.
En el actual contexto por el que atravesamos, la pandemia, ha herido de muerte y desaparición justamente a estos pueblos indígenas, que de hecho ya son los olvidados, y hoy los condenados a padecer y hacer frente a la pandemia, en condiciones precarias y deplorables. Justamente aquellos pueblos que tienen una forma propicia de preservación del medio ambiente, están totalmente desprotegidos y con el riesgo de extinguirse. De hecho, los Esse Ejja, los Yukis, Yuracarés entre otras, son poblaciones pequeñas. Con su desaparición perdemos, además, toda una forma de concebir el mundo y con ella la posibilidad de preservar el planeta y la especie humana.
Gabriela Canedo es socióloga y antropóloga