Argentina no es la excepción; al contrario, resulta válido pensar que se trata de un fenómeno común a todo el mundo. Puede decirse que, en general, la enfermedad de la sociedad es resultado de múltiples factores (como las denuncias de pederastia cometidos por miembros de la Iglesia católica en todo el mundo, cuya revelación hoy debilita la autoridad moral de esa institución, ante la opinión pública) por un lado y por otro, la concurrencia de factores actuales como la pandemia del covid-19, la invasión rusa a Ucrania, los efectos del cambio climático y la crisis económica, entre los principales. Con todo, el caso argentino ilustra la manera en que los síntomas críticos tienden a proyectarse al ámbito político, por medio de la oferta del novedoso liderazgo de Javier Milei.
Lo que denominamos “enfermedad” en una sociedad, se refiere al sentimiento de frustración, desesperación y desorientación ampliamente extendido entre la población. A estos factores debe sumarse la desilusión de la población, particularmente en Américas Latina, provocado por los desgobiernos totalitario delincuenciales de izquierda. Esas fuerzas políticas habían despertado, anteriormente, esperanzas por administraciones transparentes y honestas; pero qué puede pensarse si la cabeza de uno de estos gobiernos, como el de Luis Arce en Bolivia, siguiendo su política de corrupción, por medio de la prebenda, a los movimientos sociales, se dedica a entregarles movilidades robadas en el exterior.
Postulamos que en este estado de cosas se asienta la proyección política de la propuesta de Milei, de contenido radical liberal, pese a los signos claros de falta de realismo político que conlleva. Excluimos de nuestro foco de interés, la crisis de la institucionalidad estatal, que alimenta los síntomas críticos de la sociedad. No desconocemos en ello, claro, que la crisis institucional es consecuencia, a la vez, de la carga subjetiva estatal, expresiva de los principios y valores de los nuevos grupos sociales que desplazaron al establishment político. Se suponía que estos nuevos sectores representaban una suerte de reserva moral e idoneidad. Ante la revelación de las miserias humanas, de las que estos gobiernos hacen gala, cundió rápidamente el sentimiento de frustración; certeza ratificada por las gestiones de gobierno corruptas e ineptas que mostraron los outsiders: la izquierda delincuencial en América Latina, Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil, entre los principales.
Las frustraciones económicas, políticas, morales, acumuladas en la sociedad tienen carácter histórico y han enfermado a la sociedad, debilitando al mismo tiempo al Estado. En el ejemplo de la Argentina de Milei, es evidente que los síntomas de lo que hemos llamado una “sociedad enferma”, explican su incremento político, en la preferencia del electorado.
La pobreza en la que se encuentra cerca del 44% de esa población, carcome a la Argentina, junto a la corrupción impulsada desde el Estado, por el kirchnerismo. A ello sumemos el incremento de la criminalidad y el aumento del narcotráfico (todas estas prácticas compartidas por el resto de los gobiernos de “izquierda”, como el PT en Brasil, el MAS en Bolivia, etc.). Nadie puede, pues, sorprenderse que se hubiera minado la confianza ciudadana, en la clase política en general.
El sentimiento ciudadano de sosiego se alimenta al mismo tiempo de la debilidad del sistema judicial (previamente desinstitucionalizado por aquellos gobiernos) y la falta de voluntad política de los gobiernos, por controlar tales anomalías. En conjunto, todas ellas constituyen las condiciones para que, sobre la base del estupor, se asiente la propuesta de Milei.
Esta propuesta se centra en la crítica al establishment político y a las gestiones, en materia económica, tanto del actual gobierno de Fernández como del anterior, el de Mauricio Macri. Javier Milei postula la liberación total de la vida económica de todo tipo de control estatal. En ello incluye, incluso, al ente regulador que es el Banco Central.
Milei propone la eliminación el Banco Central, así como la inmediata eliminación de las políticas de subvención, para reducir el gasto público. Se pretende, según señala, permitir que el mercado se mueva únicamente por las leyes económicas de la oferta y la demanda. Esta propuesta se complementa con la de la legislación que permita a la población portar armas, tal cual ocurre en EEUU. En criterio de Javier Milei, mientras el Estado tenga la menor injerencia en la vida de la población (desde la economía hasta el de la seguridad), podría el individuo ejercer, en verdad, su libertad. Una de las justificaciones que ofrece para ello, es la nula confianza que despierta el Estado. Según dijo, confía más en la mafia que en el Estado, porque la mafia al menos tendría códigos de conducta, mientras que el Estado no.
Más allá de polemizar en torno a la viabilidad o no de estas propuestas, conviene preguntarse en torno al por qué crece el respaldo de la sociedad a la propuesta. Desde ya, el incremento no es resultado del análisis racional por cuanto, una sola de esas propuestas, como la suspensión inmediata de las subvenciones, por ejemplo, supondría una hecatombe social que únicamente podría intentarse controlar con el amplio despliegue de la represión. Al contrario, lo que en nuestros países latinoamericanos se requiere, son acuerdos nacionales, generales, para enfrentar la crisis.
Es verdad, pero, que todo parece conspirar contra tales acuerdos. La casi nula tradición en la materia en el continente, la falta de voluntad política de la izquierda totalitaria delincuencial gobernante y la desinstitucionalización estatal (que privó a esas sociedades contar con instituciones arbitrales independientes, como la Contraloría o el poder judicial) no garantizan los equilibrios que presupone un acuerdo nacional. Al contrario, a corta plazo, las divisiones internas de las sociedades tenderán a acentuarse y preanuncian conflictos sociales al desnudo; es decir, sin mediación institucional y puentes políticos. Se entiende que desde la base de este cuadro, el sentimiento de frustración de la población incrementa la desconfianza en la clase política y acrecienta la convocatoria de propuestas irracionales.
Omar "Qamasa" Guzmán es sociólogo y escritor