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Opinión

Milei, Argentina y los límites de la realidad

28 de Noviembre, 2023
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OMAR QAMASA GUZMAN BOUTIER

Con el gobierno de Javier Milei (quien asumirá el cargo el próximo 10 de diciembre) no se altera el bamboleo que caracteriza la vida política de la Argentina, durante las últimas décadas: de Kirchner a Macri, de Macri al kirchnerismo y del kirchnerismo a Milei; o si se quiere, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda y otra vez, de izquierda a derecha. Milei, con un discurso ultraliberal hasta el delirio durante la campaña electoral, ha bajado de tono, luego de imponerse en la segunda vuelta, al oficialista y ministro de Economía, Sergio Masa. Se podría decir que la realidad comienza a imponerse sobre los deseos, aunque otra forma de referirse a ese cambio sería pensar que se trata de las primeras señales de lo imprevisible que puede ser la próxima administración. 

Visto así, bien es válido señalar que el gobierno de Milei sólo representa una nueva coyuntura, en la historia política argentina. En esta coyuntura, el nuevo presidente tratará de modificar la actual Argentina bajo una nueva visión de contenido, al menos discursivamente, ultraliberal. Milei deviene, dicho de manera simplificada, en el sujeto, actuando sobre un objeto. La pregunta es, ¿hasta qué punto puede ignorar las características de su sociedad, pretendiendo actuar sobre ella como si fuera una hoja en blanco, para rediseñarla según su parecer? 

Estas consideraciones delimitan, por tanto, nuestra reflexión. Así, lo que tenemos no es únicamente la relación entre “sujeto” y “objeto”, sino la capacidad, mayor o menor, del ejercicio de la influencia de uno sobre el otro. ¿Cambiará Milei a la Argentina o cambiará la Argentina a Milei? 

Partamos de la idea que la ultraliberal propuesta esgrimida durante la campaña electoral por el próximo presidente presenta una incierta capacidad para la recomposición de la Argentina. Inicialmente el proyecto planteaba, en lo económico, entre otros, el levantamiento del control cambiario sobre el dólar, la dolarización de la economía, la drástica reducción del gasto fiscal y la privatización -una vez más- de las empresas estatales. El correr de los pocos días que van desde el triunfo en segunda vuelta, ha obligado al futuro gobierno a admitir que las primeras dos medidas no podrán cumplirse en lo inmediato; que la tercera no será del orden del 15% manifestado sino del 5%. La única que se mantiene en pie es la propuesta de privatización de las empresas públicas, entre ellas Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF); entidad que todavía se encuentra en juicio precisamente por haber sido nacionalizada en la anterior ronda, de la historia política argentina. 

Resulta evidente que el origen de Milei es la profunda crisis que vive ese país La complejidad es principalmente económica, pero también social, con repercusiones políticas. La permanente devaluación monetaria, la inflación constante, el crecimiento de la cifra de pobres (que sobrepasa el 45% de la población), han contribuido a crear un estado de ánimo parecido a la desesperación. No otra cosa nos infiere del hecho que Milei hubiera superado, en la primera vuelta electoral, a la también liberal Patria Bullrich; la que se presentó a la contienda sin el delirante discurso ultraliberal. Como elección ha sido, pues, un salto a lo desconocido, lo cual conlleva el riesgo, entre otros, que sus votantes vean que el elegido no pueda cumplir todas las promesas de campaña o que, de cumplirlas, les afecta más de lo que esperaban. El desencanto, luego, bien puede alimentar la ya conocida sucesión, en esta curiosa historia de alternancias. 

Por otro lado, el cambio de signo político e ideológico puede no llegar a tener, en la dividida sociedad argentina, la trascendencia que la desesperación aguarda. Importa observar en ello la situación política, tanto interna como externa. Aunque el factor de mayor importancia es siempre la situación política interna, las políticas radicales del liberalismo en América Latina se han mantenido, en el pasado, en gran medida por el entusiasta apoyo externo; algo que hoy tampoco le es del todo favorable al proyecto de Milei. 

La división interna a la que nos referimos no es únicamente entre ricos y pobres, entre excluidos y no excluidos y menos entre campo y ciudad; ni siquiera es entre izquierda y derecha o entre proteccionismo y liberalismo. Más bien nos interesa llamar la atención acerca de otro signo de división el cual, aunque no excluye a ninguna de las anteriores divisiones, las connota en el ámbito político. El que los outsiders, de derecha y de izquierda, accedieran al gobierno en una gran cantidad de países democráticos ha tenido, además del despliegue de no pocas muestras populistas, el efecto de cuestionar la majestuosidad del poder, recorriendo su tenue velo, ante los ojos de una estupefacta opinión pública. 

En América Latina este hecho ha estado acompañado con el empoderamiento de sectores populares. Pero ello no supuso ni una mayor democratización ni la modernización de la institucionalidad estatal, sino todo lo contrario. La historia reciente nos dice que lo popular no es portador natural ni de mayor democracia ni de mayor racionalidad estatal. Lo que se observó en el continente es que lo popular, en esta ocasión, ha sido el asiento social para políticas antidemocráticas, desinstitucionalizadoras del Estado y corruptas. 

Pues bien, paradójicamente bajo ese contenido reaccionario se ha vivido el empoderamiento de lo popular. En otros términos, el continente ha vivido una regresión democrática e institucional de la mano de gobiernos de “izquierda”, apoyados por bases sociales populares. Con todo, la presencia de lo popular en el poder conllevó una experiencia y es esa experiencia política adquirida, más allá del propio contenido reaccionario de las propuestas ensayadas, la que constituye una verdadera adquisición socio-política, en la experiencia de la masa. Esta adquisición es particularmente visible en el ejemplo boliviano, donde lo popular estuvo grandemente representado por el campesinado (que, con la cobertura del poder político, se ha mostrado muy entusiasta con la facilidad que las leyes le otorgan para, literalmente, incendiar los bosques). Es difícil que de este tipo de adquisiciones políticas históricas sector social alguno retroceda, por un mero cambio de inquilino en la casa de gobierno. 

Ello no quiere decir que la recuperación de la democracia y del orden institucional en nuestros países no fuera posible, sino que el esfuerzo nacional que un proyecto de estas características demanda es muy alto. Se puede -valga la comparación- asimilarlo a una compleja operación médica, para la cual se requiere experiencia e instrumentos sofisticados. No es aconsejable intentar semejante operación con serrucho y martillo. Hablamos, por tanto, en estas circunstancias históricas, de proyectos nacionales, democráticos y centristas. 

La experiencia argentina ha mostrado que en esa sociedad no hubo, en esta oportunidad, espacio para tal proyecto. Se entiende que un esfuerzo semejante demanda una visión inclusiva, no polarizada entre “amigo – enemigo”. Requiere, por supuesto, también de un marco básico de referencia, como es el respeto al ordenamiento democrático institucional. En todo caso, para que un proyecto de esta naturaleza florezca, depende de su sintonía con la historia social y política local. Por último y más allá de la historia política inmediata de nuestros países, se entiende que ningún sector social, por más popular que sea, puede respaldar indefinidamente un proyecto antidemocrático y delincuencial de su dirigencia política; más aún cuando las consecuencias que ocasionan tales proyectos afecta a los mismos sectores populares. 

El autor es sociólogo y escritor

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