“Hace un tiempo, una madre quiso matar a su bebé porque se asustó al ver cómo nació, con una malformación en la cabeza. Más allá hay una niña que no puede mantenerse de pie. Antes no había estas cosas. Un anciano que tiene dos protuberancias debajo de las rodillas y su incapacidad de mover las piernas, pero no se sabe qué tiene, relata Óscar Lurici, líder de la comunidad esse ejja, Eyiyo Quibo en el municipio de San Buenaventura, en La Paz. Aunque no puede asegurar que las enfermedades sean por contaminación con mercurio. Lo único seguro es que el riesgo está presente”, señala el reportaje sobre la contaminación con mercurio que sufren los indígenas, realizado por Sergio Mendoza.
Y esta es una realidad latente en la Amazonía boliviana a consecuencia de la presencia de empresas mineras principalmente de origen chino y colombiano que con dragas y maquinarias monstruosas realizan la extracción de oro de los ríos y en la que el mercurio es un elemento indispensable para la misma.
Los esse ejja constituyen un pueblo indígena que se encuentra asentado en el norte de La Paz, Beni y Pando. Antiguamente eran nómadas y conocidos como “gente de río”. Hace algunas décadas se sedentarizaron, pues se asentaron en determinada área del río Beni, en San Buenaventura. Álvaro Díez Astete afirma que el pueblo de los esse ejja solo se conciben a sí mismos en una relación directa con los ríos amazónicos. Por tanto, la pesca es una actividad cultural cotidiana de las familias. Se trata incluso de una parte de la identidad del pueblo indígena. Por tanto, es inimaginable cambiar de dieta, y vetarse de pescado.
Los esse ejja no son mineros. Su dieta cotidiana contiene de manera imprescindible el pescado, y actualmente este se encuentra contaminado por los desechos que la minería aurífera expulsa en los ríos. El alto grado de contaminación y el riesgo de desarrollar, por esa causa, problemas neurológicos, renales, disfunción cognitiva, motriz, ceguera, discapacidad del habla, daño cerebral, entre otras enfermedades, está latente. Y una de las principales preocupaciones es el daño que ocasiona el nivel de mercurio en el feto de una mujer en etapa de gestación.
El pescado es la base de la alimentación de las comunidades indígenas y campesinas que habitan la Amazonía. Y en la última década, no solo ha disminuido la cantidad de peces en los ríos y lagos de Beni y Pando, sino que también se han elevado los niveles de mercurio por la creciente extracción de oro en la región.
Un estudio científico realizado en cuatro países en los que se explota oro demostró que, en el caso de Bolivia, las mujeres de la etnia esse ejja tienen niveles elevados de mercurio en el cuerpo y que los niveles de toxicidad están por encima de los considerados tolerables por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Los impactos en la salud no son visibles de manera inmediata, por tanto las consecuencias se advierten a lo largo de los años. A esto se suma que, por ejemplo, los centros hospitalarios no cuenten con estadísticas sobre intoxicación por mercurio porque no existe un protocolo médico para identificar las patologías que aquella ocasiona.
Otro estudio de la OMS sobre los efectos del mercurio en zonas en las que se practica la minería artesanal señala a nuestro país como uno de los que presenta las cifras más preocupantes de contaminación por este metal en las personas que trabajan en esa actividad y los que viven alrededor.
En 2017 nuestro país ratificó su adhesión al Convenio de Minamata sobre el mercurio. Ese tratado global tiene en objetivo de “proteger la salud humana y el medio ambiente de las emisiones y liberaciones antropógenas de mercurio y compuestos de mercurio”. Sin embargo, todo esto quedó en la letra muerta y se constituye un saludo a la bandera.
Si los esse ejja, que no se dedican a la actividad minera, tienen tal estado de salud e intoxicación por mercurio, podemos imaginar cuál es la situación de los lecos, que sí son un pueblo minero. No se cuenta con un estudio certero sobre el impacto del mercurio en los lecos, debido a los altos costos. No se tiene información cabal que demuestre el crecimiento de la minería. Asimismo, existe la resignación de los indígenas que expresa un sentimiento de no poder cambiar una situación que los sobrepasa como lo cuenta don Oscar Lurici: “Mi esposa me dice ‘sí estoy enferma, estoy enferma, igual me tengo que morir de cualquier enfermedad, no puedo dejar de comer’. Cuando comenzó esto de la minería, ella tuvo más dolores”. Esos dolores de las mujeres esse ejja son sinónimo del abandono constante del Estado y de un modelo extractivista voraz, que poco a poco afecta y consume a la “gente de río”.
Gabriela Canedo Vásquez es socióloga y antropóloga