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Opinión

Medio Oriente: Guerra de escorpiones

21 de Octubre, 2024
OMAR QAMASA GUZMAN BOUTIER
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La actual guerra en el Medio Oriente entre Israel y el islamismo radical, tiene una larga data de antecedentes. Aunque hay quienes sitúan el origen de la rivalidad entre judíos y musulmanes en la creación del Estado de Israel, en 1948, sus raíces pueden rastrearse mucho más atrás en el tiempo. Para entender tan largos antecedentes no debería obviarse que la religiosidad de unos y otros proviene de un mismo tronco: la tradición del patriarca Abraham.  Por otro lado, hay también quienes circunscriben la rivalidad al tiempo de las cruzadas, los primeros siglos del anterior milenio. Con ese enfoque se desliza la contradicción entre judíos y musulmanes a la de europeos y musulmanes. Aclaremos que el mundo musulmán, con todo, no es una unidad monolítica; en él, zuníes y shiítas (a la que pertenecen Irán y sus satélites -hoy en guerra contra Israel) constituyen las dos más grandes sub-unidades. 

Una solución válida, para la perspectiva general del conflicto entre estos dos escorpiones, se encuentra, en su viabilidad práctica, bloqueada. Ello habla de la imposibilidad de compatibilizar las perspectivas particulares israelí e iraní, en función de una perspectiva de paz en el Medio Oriente. 

El carácter de escorpiones de los países en guerra en esta región del mundo, corresponde al tipo de sociedad que cada uno representa, así como a las estructuras de poder en colisión, que las expresan. La sociedad israelí, por ejemplo, carga en su herencia no solamente el holocausto sino, mucho más atrás en el tiempo, persecuciones, migraciones forzadas, etc. Agresiones y dificultades, que han forjado un carácter templado. Con la creación del Estado propio, luego de la II Guerra Mundial, esas características se proyectaron hacia el Estado; asumido aquí con toda propiedad como el summum de la unidad política. No es de extrañar que una de las fuentes de la subjetividad de ese Estado esté dada por el fuerte sentido de la autoprotección. 

Consideremos en esa perspectiva, además, el poder económico y el poder militar del que dispuso el nuevo Estado. El primero de estos poderes, en gran medida le fue dado por destacados miembros de la comunidad judía, dispersa por el mundo antes de la creación de su Estado. Esto quiere decir que al mismo tiempo se benefició ese Estado de los vínculos que aquellos mantenían, en el plano internacional, con el mundo financiero, económico y comercial. A partir de entonces, estas características serán una constante, facilitando una sólida relación diplomática.

El poder militar, construido a partir de la creación del Estado israelí será, por un lado, consecuencia de la cobertura que le prestara el poder económico y por otro, de la incesante naciente hostilidad del mundo islámico circundante, en cuyos territorios se erigiera el nuevo Estado. 

El conjunto de estos factores ha moldeado la política del Estado israelí y lo ha hecho, en términos generales, constituyendo políticas de Estado válidas para todos los partidos políticos de relevancia. En el plano externo, aquellas políticas se manifiestan por medio de una agenda definida en oposición a toda fórmula de paz en la zona que incluya la creación del Estado palestino. Así las cosas, es válido hablar de un encadenamiento de factores que ofrece muy pocas posibilidades para flexibilizar las políticas de Estado 

En el caso de Irán, el otro escorpión, la configuración de los factores responde a motivaciones distintas. En ellas, el principal está dado por el fundamento ideológico religioso, de la versión shiíta del Islam. En torno a este fundamento se organiza el sistema de poder teocrático-dictatorial; contrario del todo a los derechos ciudadanos y en particular a los derechos de las mujeres. Se trata de un fundamento capaz de cohesionar a importantes segmentos de la sociedad y sus instituciones. 

El poder militar, imbuido de ese fundamento, resulta tan amplio que abarca todas las modalidades bélicas. Así se entiende que el terrorismo sea parte de la visión militar, en sentido amplio por un lado y por otro, que no distinga al adversario militar del “adversario” conformado por la población civil. La última acción terrorista que ejecutaron en contra de la población civil desencadenó la actual guerra en el Medio Oriente. El terrorismo islámico y el poderío militar iraní forman una unidad, en beneficio de la concepción guerrerista del fanatismo religioso que le sustenta. 

A ello debe añadirse el tipo de sociedad en cuestión. La desagregación de su estructura interna muestra la organización en torno a tribus; lo que supone que hasta ciertos niveles de la institucionalidad política representativa, cada tribu mantiene su propia organicidad, por medio de la que se expresan sus autoridades políticas religiosas. Esta conformación atempera los efectos desestructuradores de la eliminación física de los principales comandantes de Hamas o de Hezbolá, por ejemplo. 

Estos rasgos generales permiten vislumbrar, en perspectiva, el desarrollo de las posibles tendencias del conflicto. En este marco, lo primero que destaca es el hecho que cada actor mantiene su propia perspectiva. Éstas suponen, explícitamente, la eliminación del otro. Tanto para el liderazgo islámico como para el israelí, la única perspectiva válida es la derrota total del otro; algo a todas luces no factible. Implícitamente, cada quien orienta sus acciones militares en consecuencia. Israel pretende una resolución rápida del conflicto, motivo por el cual realiza masivas incursiones a Gaza y El Líbano. Al contrario, para Irán y sus patrocinados, la opción gira en torno a la guerra de desgaste, es decir a la prolongación del conflicto. 

Cada una de estas opciones refleja, además de posturas irreductibles, la ponderación de las propias capacidades. El amplio despliegue militar israelí no es sostenible en el tiempo, salvo que cuente con el generoso apoyo estadounidense. De hecho, esta opción es hoy en día no únicamente un anhelo sino una realidad. Sin embargo, el cada vez mayor involucramiento norteamericano conlleva el peligro de convertirlo en un actor activo en el conflicto. 

Aunque en la Casa Blanca juren y perjuren que sólo se limitan a prestar apoyo material a Israel, es evidente que en la discursividad del islamismo las cosas se ven de otra manera. No importa cuál sea la verdad en este punto, ya que en torno a mentiras se han generado considerables movimientos sociales, políticos y militares. El discurso iraní, al respecto, amplía el universo de su audiencia, particularmente islámica no shiíta. Si bien es cierto que esta ventaja no alcanza para aniquilar al Estado israelí o incluso para prolongar la guerra de desgaste, sí permite al terrorismo islámico fortalecerse lo suficiente como para extender en tiempo y espacio el juego del gato y el ratón.

Queda claro que en el terreno militar no hay perspectivas para mantener la guerra tal cual se desarrolla desde octubre del pasado año. Si de prolongar el conflicto se trata tendríamos que hablar, por la propia dinámica de éste, de la extensión de la guerra a todo el Medio Oriente; algo que a nadie, excepto a Israel e Irán, interesa. 

Si en el plano militar el conflicto no encuentra solución, ¿dónde buscarla? El mundo diplomático, económico y financiero sabe que debe explorársela en el terreno político. Nadie duda que ello demanda un gran esfuerzo e incluso que sobran los motivos para la desconfianza mutua. Desde la perspectiva israelí, por ejemplo, un Estado palestino supondría el potenciamiento del terrorismo islámico, mientras que para estos últimos, supondría el reconocimiento de la usurpación de los territorios palestinos, a favor de Israel.

Precisamente esta complejidad demanda un rol propositivo más activo de la comunidad internacional, si es que ésta realmente quiere viabilizar una solución de larga duración en la región. 

El autor es sociólogo y escritor