Una tradición muy extendida en la Iglesia Católica es la celebración de mayo como el mes de la Virgen María. El origen histórico de esta devoción es incierto, pero todo apunta a que esa devoción popular en el hemisferio norte se ha unido con el inicio de la primavera en mes de mayo, también conocido como el mes de las flores.
Algunos autores como Vittorio Messori ven también en esta religiosidad popular una cristianización más de la celebración pagana: la dedicación del mes de mayo a las diosas de la fecundidad. De hecho en la mitología griega se nombra a “Maía” (etimológicamente “pequeña madre”) quien tuvo relaciones con Zeus y de ellas nació Hermes. También se celebraba a Artemisa en Grecia y a Flora en Roma.
En la antigua Roma, el mes de mayo estaba consagrado a los antepasados (maiores). Era un mes en que en Europa y Asia se creía que los muertos aparecían y hacían sus incursiones entre los vivos. Las celebraciones paganas germanas festejaban el inicio de mayo como el supuesto cumpleaños de Satanás, adorando a Belenos o Beltane, dios del fuego, prendiendo hogueras para renovar con el humo a los pueblos y a sus habitantes.
La festividad fue adoptada en algunos puntos para usos de brujería. Durante siglos, en Alemania se creyó que en la madrugada del 1 de mayo las hechiceras celebraban orgiásticos rituales con el diablo. De ese mito nació la "noche de las brujas" que ha vuelto a celebrarse en tiempos recientes.
La Iglesia Católica ha querido dedicar el mes de mayo a María para contrarrestar todas esas creencias y ritos diabólicos, sabiendo que María es la mujer a la que se refiere Dios, cuando predice que la lucha encarnizada entre la serpiente primordial y “la mujer” o sea la “nueva Eva” y sus descendencias, que terminará con el aplastamiento de la serpiente (Gn 3. 14-15).
Un ejemplo de lo arraigado de esta devoción ya en la Edad Media lo encontramos en las Cántigas de Maria, escritas por el rey Alfonso el Sabio (1221-1284), una joya de la literatura poética mariana. Al comienzo de mayo, el mes de la flores, se invoca a la Virgen como “Madre nuestra” “porque nos alimenta, y tiene el cuidado de preservarnos de todo mal”.
El beato cardenal John Henry Newman (1801-1890) en su libro póstumo “Meditaciones y devociones” da varias razones. “La primera razón es porque es el tiempo en el que la tierra estalla en tierno follaje y verde pastos, después de las severas heladas y nieves del invierno, y la cruda atmósfera y el viento salvaje y las tempranas lluvias de la primavera”.
“Porque los retoños brotan en los árboles y las flores en los jardines. Porque los días se vuelven largos, el sol nace temprano y se pone tarde. Porque semejante alegría y júbilo externo de la Naturaleza es el mejor acompañante de nuestra devoción a Aquella que es la Rosa Mística y Casa de Dios”.
Ya en tiempos más recientes en 1965 el beato Pablo VI concedió indulgencias especiales a esta devoción del mes de mayo en la encíclica “Mes de Mayo”. En 1979 San Juan Pablo II en una audiencia indicaba que “el mes de mayo nos estimula a pensar y a hablar de modo particular de Ella”.
También es importante recordar que la Iglesia ha incluido en el mes de mayo el día primero dedicado a San José y el día 13 a la Virgen Fátima, festividades que nos hacen más presente la lucha frontal contra el maligno. Este año 2015 también celebraremos en mayo la fiesta de Pentecostés o sea la venida pública de la Rúaj Santa (Espíritu) para fundar a la Iglesia como la comunidad de Jesús que continuará su obra hasta el final de los tiempos.
Por eso el mes de mayo merece ser festejado como el triunfo definitivo del bien sobre el mal. Jesús, el Hijo de Dios y de la Virgen María, ha derrotado en la resurrección al ángel de maldad y a sus secuaces. Si bien la batalla continuará hasta el final de los tiempos, ya está asegurada la victoria final.