Aquel jueves 17 de julio de 1980, una ráfaga de metrallas militares, descargó su furia en el edificio de la Central Obrera Boliviana, donde varios líderes políticos se reunían para analizar la situación del país, ante la posibilidad de un golpe de Estado. Los militares entraron al inmueble y sacaron a los dirigentes, Juan Lechín Oquendo, Simón Reyes, Oscar Eid, Gualberto Vega, Carlos Flores, y Marcelo Quiroga Santa Cruz. En el descenso de las gradas, Marcelo fue identificado por los matones militares, quienes lo apartaron del grupo y lo hirieron, posteriormente lo trasladaron al cuartel militar donde fue torturado y asesinado. Hasta el día de hoy se desconoce el paradero de sus restos. Así se iniciaba el golpe de Estado y la sanguinaria dictadura de Luis García Meza.
Este episodio es uno de los más aciagos y amargos de la historia del país. Precisamente, ese 17 de julio, hace cuarenta años, nos robaron a uno de los personajes más ilustres, consecuentes y honestos que tuvimos en el siglo XX en Bolivia. Cegaron la vida del último socialista del país. Marcelo, representa al político íntegro, de una estirpe que ya no existe.
La oratoria era una de sus virtudes, y la consecuencia entre lo que pregonaba y practicaba un gran valor. Escritor, político, docente, intelectual, dramaturgo y cineasta. En una de las entrevistas, Marcelo Quiroga señaló que no fueron ni sus escritos ni sus lecturas las que le condujeron a la actividad política, sino fue la experiencia cotidiana de nuestro medio. Reconocía que las desigualdades en Bolivia –como en ningún país de la región- eran lacerantes y profundas. En palabras suyas señalaba “Es la vida misma la que me ha llevado a la vocación y a la práctica de la política”. Una de las recurrentes críticas que la derecha y opositores le hacían era el cuestionamiento a su origen “burgués” y su militancia socialista, concibiéndolas como irreconciliables; a la que con mucha claridad respondía: “yo no he nacido en el seno de la clase trabajadora; no he tenido el privilegio de nacer en un hogar obrero. Pero a ellos (refiriéndose a sus opositores) debería recordarles que un socialista no lo es, precisamente, y con carácter excluyente por su origen de clase. No todo obrero por el hecho de ser obrero es un revolucionario. Yo soy un socialista no por mi origen de clase, sino a pesar de mi origen de clase. Lo soy por convicción”. Convicción por la que pagó un alto precio: su expulsión de la Cámara de Diputados; fue secuestrado en el palacio de Justicia con violación de ese recinto; sufrió dos atentados con bombas en su domicilio; fue confinado al campo de concentración en Madidi; sufrió la muerte de su padre y el impedimento a asistir al entierro del mismo; fue exiliado durante siete años; y finalmente asesinado.
Marcelo Quiroga Santa Cruz, fundador del Partido Socialista Uno (PS-1), declarado revolucionario, junto a campesinos y obreros, luchó por la libertad y la justicia social. Él y Sergio Almaraz, fueron los principales intelectuales que apelaban a la conciencia nacional en defensa de los recursos naturales. A él le debemos la nacionalización de The Bolivian Gulf Oil Company, por la que los recursos estratégicos como el gas y el petróleo retornaron al Estado. De la misma manera, impulsó un juicio de responsabilidades contra la cruel dictadura de Hugo Banzer Suárez.
Marcelo Quiroga Santa Cruz, tuvo un desempeño intachable en la política, siendo consecuente, honesto, y respetuoso del adversario político. Identificaba que justamente, la política debería superar tres lacras. Primero, la inconsecuencia política, y así se refería “es completamente inadmisible, porque hay una ética en la práctica política, que aquel al que se buscaba como aliado desesperadamente hasta la víspera, se convierta en un ser execrable cuando fracasan las negociaciones”. Segundo, la deshonestidad, en todos sus aspectos, “(…) deshonestidad en el manejo, en el uso de los intereses públicos y nacionales. Deshonestidad en la expresión de las ideas. Deshonestidad en el trato político, inclusive con el adversario, en el ocultamiento de las propias convicciones” señalaba. Y finalmente, “eliminar el abuso de poder, la violencia, la crueldad, la persecución innecesaria del adversario”. Tres vicios tan vigentes en la clase política boliviana. A 40 años, es inevitable sentir nostalgia por su ausencia e indignación por su asesinato, pues indudablemente, con él, Bolivia sería diferente. Queda su legado en nuestra memoria y ojalá sea deber de futuras generaciones, conocerlo en sus distintas facetas. Asimismo, es una obligación, jamás olvidar que aquel 17 de julio de 1980, una dictadura militar sanguinaria, nos arrebató al último socialista.
Gabriela Canedo V. es socióloga y antropóloga