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Opinión

Los retos de la oposición venezolana

16 de Agosto, 2024
OMAR QAMASA GUZMAN BOUTIER
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La avalancha democrática expresada en la votación para la elección presidencial en Venezuela, el pasado 28 de julio, puede constituirse, paradójicamente, en el motivo que revele la debilidad de algunos actores antidictatoriales. Ante el fraude electoral del régimen, esa avalancha se transformó en movilización al día siguiente de la votación, mostrando rápidamente, pero, el carácter timorato de la conducción política ante la nueva situación creada. Puntualicemos que la movilización tiene su propia dinámica y desenvolvimiento, por lo cual son estas dos características las que marcan, en último término, el comportamiento tanto de la oposición como del régimen de Maduro. Además de ello, en las movilizaciones, los movilizados adquieren valiosos conocimientos respecto a la democracia, a la política y, sobre todo, respecto a su propio poder. 

Por ello el reto para la oposición política venezolana está dado por la movilización democrática nacional, entendiendo a ésta como la condición para derrotar a la dictadura. Claro que para ello esa condición debe complementarse con una conducción política adecuada. Con todo, el reto abarca tres grandes áreas: lo social, lo político y lo legal. 

Se entiende que una movilización nacional de la magnitud como la expresada en Venezuela no puede mantenerse indefinidamente. Toda movilización muestra, siempre, variables grados de intensidad, por lo cual puede incrementarse o decaer, pero nunca mantenerse en el mismo nivel inicial. El que ella tome una u otra perspectiva depende, pues, de la conducción política. Hasta ahora, esa conducción no ha mostrado, luego del día de la votación sino la reiteración de acciones válidas antes del domingo 28, pero ya no para el escenario creado por la dictadura, con el amaño electoral. 

Pensando en mantener la iniciativa, la oposición política ha denunciado (acción que, por lo demás, estuvo en los cálculos de la dictadura) el fraude y el régimen ha respondido a través de sus distintos brazos operativos: el órgano electoral, la fiscalía, el tribunal de justicia. De esa manera, la protesta política y social comenzaba a ser encarrillada al ámbito de la distracción a cargo de aquellas instituciones, con la obvia pretensión de amainar la protesta social y descabezar a la oposición política. El resultado, más allá de estos objetivos específicos, fue que Maduro retomó, momentáneamente, la iniciativa política, mientras que la oposición sólo amagó con una querella legal, en torno a las actas de votación. La pobreza de la conducción política opositora es tal como si Ucrania hubiera denunciado la invasión rusa a su territorio, ante la Corte Internacional de Justicia en la esperanza que ahí se dirima el pleito. 

Conviene preguntarse de dónde provienen los retos, para cada uno de los actores. Desde ya, el principal reto para todos proviene de la movilización. La dictadura busca que ésta decaiga y se agote, en tanto que los partidos opositores buscan mantenerla. Es en función de la movilización que el gobierno planifica sus acciones, con la final, se entiende, de consolidar el fraude. Mientras espera que la movilización social se debilite pretende, a su vez, domesticarla por medio de acciones punitivas como los asesinatos, las detenciones masivas y la aplicación del terror. 

Para la oposición, al contrario, además de mantener la movilización, la tarea consiste en aumentarla, por lo cual recurre a las marchas y concentraciones. Pero de nada sirven las marchas y demás protestas, si ellas no se enmarcan en una estrategia que, en lo inmediato, tenga como finalidad retomar la iniciativa política. De lo contrario y tal como viene sucediendo, el accionar de la oposición política se limitará únicamente a acciones defensivas y testimoniales que, a lo sumo, alcanzan a cosquillear al régimen dictatorial. 

Es innegable que la democracia, como demanda nacional, es el aglutinador de la oposición política y social venezolana. En esta convergencia general pueden, grosso modo, identificarse tres actores: la alianza política, las instituciones defensoras de los derechos democráticos (ONG´s, Fundaciones, Observatorios, etc.) y la sociedad movilizada. En tanto los primeros cuentan con importantes grados de organización, manifiestan sin embargo una pobreza política propositiva, en esta coyuntura. Los segundos se encuentran en el rol que les corresponde: la denuncia, el testimonio y la revelación de los hilos del fraude. Por ello no es necesario que la oposición política reitere las mismas acciones. Por su parte, la oposición social presenta la paradoja de una contundente convocatoria nacional, pero de una pobre auto-organización. De esta manera se observa un desencuentro entre la fuerza de la avalancha democrática y la timorata conducción política. 

Esa brecha, además de expresar tal desencuentro, puede plantear un espacio factible para dos posibles evoluciones de la movilización. Una, que la dirección de los partidos políticos radicalice la demanda democrática o, dos, que del seno mismo de la movilización social surjan iniciativas políticas tendientes a radicalizar la situación, aun por encima de los partidos. 

Está claro que si la dictadura ha tenido relativo éxito en la retoma de la iniciativa política, es por el fracaso de la oposición política en mantener su propia iniciativa. En estas condiciones, la oposición, tanto política como social, haría bien en explorar nuevas iniciativas luego del fracaso de todo lo intentado en el pasado. Se ha intentado un parlamento mayoritariamente antidictatorial que no hizo mella al régimen; se ha intentado el camino de un gobierno paralelo, democrático, reconocido ampliamente por la comunidad internacional que tampoco tuvo mayor relevancia. Por ello, explorar nuevas opciones, que rebasen los estrechos marcos de las acciones defensivas y testimoniales, es algo que debería estar a la orden del día, en la agenda opositora. 

En esta lógica, el punto de partida es el reconocimiento que la solución a la crisis venezolana vendrá del interior del país y no del exterior. Ésta es una diferencia substancial con la dictadura que, ante la orfandad interna, basa su fortaleza en el apoyo externo. Dicho de otra manera; Maduro no es sino un tigre de papel, cuya presencia es funcional a los intereses geopolíticos de los Estados totalitarios, terroristas y delincuenciales. El apoyo que le brindan es amplio, a fin de evitar que colapse por anemia. 

Por último digamos que la recuperación de la democracia en Venezuela es, antes que nada, un proceso y no un acto que se resuelva en un día de votación. En concordancia con ello, la retoma de la iniciativa política, vía la radicalización de la demanda democrática, permitirá explorar nuevas iniciativas, en base a la evaluación de las fallidas experiencias mencionadas. 

El autor es sociólogo y escritor