ERICK R. TORRICO VILLANUEVA
La pérdida de la memoria es, cómo no, un grave problema para quien la padece; pero más grave aún es la distorsión de la memoria colectiva, porque responde a intereses de manipulación y puede llegar a causar severos e irreversibles daños a un conjunto social.
En este último caso, no se trata de que se sufra de amnesia, que es la pérdida o el debilitamiento de la memoria individual resultantes de la senilidad o de alguna lesión patológica, sino más bien de una intervención deliberada para lograr que un grupo humano malentienda u olvide una determinada situación o un proceso histórico, lo cual puede llevarle a conducirse erróneamente.
Y cabe traer este tema a colación debido a que en recientes semanas se registraron en el país hechos al parecer orientados a desvirtuar la realidad de ciertos acontecimientos en pro de la obtención de réditos electorales.
Por una parte, la absurda versión de que la pandemia de coronavirus no afectará a los descendientes de las viejas culturas que están supuestamente protegidos por ciertos hábitos alimenticios ancestrales –así como en México y Brasil hubo quienes sostuvieron que ningún pobre será infectado–, fue no sólo el producto de la inconsciencia, sino igualmente de una toma de posición política.
Los que propalaron semejante dislate desde Buenos Aires, El Alto, La Paz y algún otro sitio omitieron deliberadamente el pequeño dato histórico de que la población de las civilizaciones precolombinas de la papa y el maíz fue diezmada por las enfermedades venidas de fuera antes que por la fuerza militar de los conquistadores ibéricos.
Las diferentes versiones investigativas concuerdan en que entre 1493 y 1565 la gripe, la viruela, el sarampión, el tifus, la peste neumónica y la sífilis acabaron con la vida de cuando menos la mitad de los habitantes nativos, cuyo total promedio es calculado entre 40 y 90 millones, aunque estimaciones más radicales señalan que esos males habrían exterminado incluso al 90 por ciento de la población originaria del continente que desde 1507 empezó a llamarse América y que pudo haber tenido hasta 700 millones de personas.
Entonces, la campaña de desinformación alentada por los que se muestran urgidos de que haya votaciones se basa en una lamentable caricaturización de las graves circunstancias actuales. Es como si se estuviera tratando de crear algún superhéroe nacido de las entrañas altiplánicas que tal vez podría llamarse “Jach’a Ch’uñu” (o Tunta, para no ser acusados de discriminadores), en intolerable arranque de insensatez y oportunismo.
Pero ahí no termina el desatino, ya que, por otra parte, los mismos desubicados no escondieron su entusiasmo tras la espectacularizada difusión televisiva de una encuesta que, si se hace números, reflejaría la “intención de voto” del 0,03 por ciento de los bolivianos en edad de sufragar, en otro intento de desconocer lo ocurrido en la crisis política de octubre-noviembre del pasado año, así como de desviar la atención de sus antecedentes, razones, desarrollo y consecuencias.
A este respecto, es preocupante que todavía alguna gente crea que el grupo que desinstitucionalizó el país, traicionó su mandato gubernamental, dejó la democracia en suspenso, estableció la mayor red contemporánea de corrupción, patrocinó la violencia criminal contra la ciudadanía y sembró el territorio de zozobra vaya ahora a hacerse merecedor de la confianza de los electores, como si éstos hubiesen olvidado todo lo acontecido.
Estos desmemoriados no son apenas un problema para la sociedad; son un peligro en serio.
Erick R. Torrico Villanueva es especialista en Comunicación y análisis político
Twitter: @etorricov