GONZALO ROJAS ORTUSTE
No es que en algún momento de su ya larga trayectoria política se haya caracterizado por un hablar meditado y pertinente, sí de hacerlo con desparpajo y algunas pocas con cierta picardía. Pero en los últimos meses, ha casi perdido toda compostura y está cerca a la iracundia y no abandona sus denuncias de complot y descalificación a sus –siempre imprescindibles- rivales. Y aunque su entorno sigue victimizándolo, es claro que eso no funciona más.
Convencido como está de su condición infalible, acusa –siempre acusa- de conspiración a los que él considera sus más peligrosos antagonistas. Recientemente, a Carlos Mesa a quien no le tolera que en encuestas aparezca marcando popularidad que le compite en su anticonstitucional deseo de prorrogarse. Hace muy poco se incomodaba públicamente de que éste –vaya atrevimiento- tenga más seguidores que él en el twitter. Hace no mucho, ha descubierto que la primera Constitución boliviana contenía una disposición para la presidencia vitalicia, que buscaba dar estabilidad al nuevo Estado luego de quince años de lucha independentista. Como Mesa comentó enseguida, justo en twitter, entendiendo perfectamente el contexto actual, que la vigente Constitución establece prohibición de reelección continua luego de dos periodos –que ya han sido excedidos- y recordando la ratificación so-be-ra-na del 21F, hoy parece haberse despojado de todo autocontrol y sus ataques continuos pretenden producir la renuncia de aquel a su condición de vocero de la causa marítima. Si juntamos las declaraciones de la ministra de comunicación y del canciller, aunque contradictorias, en conjunto están coincidiendo en ese cargo que les quita el sueño. Recordemos que varias veces, han señalado ciertos funcionarios -¿debo decir visires?- que es por ese desempeño que la ciudadanía ve en Carlos Mesa un candidato potable para aspirar a la presidencia.
Más allá de los enconos personales, justamente por tener objetivos superiores en la causa marítima, nos permitió como colectividad una victoria moral contra el Estado chileno en La Haya. Porque se reunión gente de capacidad, como los dos expresidentes en funciones específicas. Y todavía falta la definición, que de ser positiva, igual requerirá de nuestros mejores talentos. Se trata, pues, de gente que conozca el lenguaje diplomático y protocolar, concebido precisamente para tratar asuntos álgidos sin personalizarlos de manera que bloquee ese abordaje. Algunos datos más, han ocurrido en los últimos meses renuncias de dos personas con el cargo de vicecanciller sin que se sepan claramente las razones, pero no son muestras de estabilidad. Nuestro relacionamiento con la instancia más importante en el ámbito continental, la OEA, ha sido fuertemente deteriorada por alinearnos con la Venezuela de Maduro y por el asunto de la reelección presidencial aquí, con argumentos harto controversiales y hasta urticantes como eso de invocar el derecho humano del más alto representante del Estado en más de una década. Finalmente, nunca en Sudamérica se debido dar el trato verbal al representante de los EE. UU. como el que ahora se le da y se agría anticipadamente la relación con su reemplazante. Y es el representante de la mayor potencia mundial, que merece respeto igual que cualquier representante, máxime cuando históricamente esa potencia ha sido proclive a arreglos con el vecino Chile que nos favorezcan.
En suma, lo que podría ser el mayor logro del actual régimen, precisamente porque atañe a algo mayor que los intereses corporativos, está en riesgo de malograrse por los ímpetus verbales de quien se piensa y actúa cada vez más como dueño de vidas y haciendas en el país, mientras que algunos seguimos creyendo que esto es una muy imperfecta democracia.
Gonzalo Rojas Ortuste es politólogo y docente de postgrado en universidad
pública.