“Si me ves, llora”, versa la inscripción en una piedra. “El que una vez me vio, lloró. El que me vea ahora llorará”, augura otra roca por medio de dicha inscripción. En otra se ha cincelado lo siguiente: “si vuelves a ver esta piedra, llorarás. Así de superficial fue el agua en el año 1417”.
Todas estas inscripciones se hallan en rocas a las que se las conoce como “las piedras del hambre” y están diseminadas en distintos ríos de Europa. Las mismas se encuentran en los lechos de los ríos y lo alarmante es que cuando se hacen visibles significa que los niveles del agua son tremendamente bajos y por tanto verlas es señal de alarma. Estas rocas guardan mensajes testificando las catástrofes desencadenadas por la falta de agua en siglos y décadas anteriores. La inscripción más antigua fue hallada en la cuenca del río Elba y se remonta a 1616, indican algunos estudios. Lleva inscrita en su superficie diversos años que dan cuenta de las varias sequías extremas que se dieron y que causaron hambruna y muerte. En Europa las sequías supusieron carestía de alimentos y ruina de cultivos. Asimismo, se cortaron las vías fluviales por el bajo nivel de agua y la imposibilidad de los barcos de transportar alimentos y carbón. En estos episodios, por tanto, la gente murió de hambre y de frío. Sin embargo, hoy en día, lo alarmante y preocupante es que “las piedras del hambre”, hace algunos meses atrás, aparecieron nuevamente a la vista, alertando de la sequía a la que se debe hacer frente y de las consecuencias que se avecinan. En Francia y España restringieron el consumo de agua y el gobierno francés declaró que el país se enfrenta a la peor sequía registrada en la historia.
Si en Europa “las piedras del hambre” son testigos de la sequía, en Bolivia la situación no es distinta: la carestía de productos, el alza en los precios de determinados alimentos, la escasez de peces, la pérdida de cultivos y acudir a rogativas de lluvia son señales de la escasez de agua y la sequía por la que atravesamos.
Hace algunos años que el lago Poopó, el segundo más grande del país, casi ha desaparecido y por tanto también la pesca. Los pobladores urus, que lo circundan, y pescadores por excelencia, han buscado alternativas para sobrevivir, como diversos cultivos, pero la tierra árida y salada sólo produce una limitada variedad de productos y, por tanto, la situación de este pueblo no es de las mejores. Uno de los elementos esenciales, el agua, les hace falta sobremanera.
En estos días la ausencia de lluvia y las altas temperaturas están provocando pérdidas de sembradíos en siete departamentos del país y al menos 200 municipios se encuentran afectados. Tarija, Chuquisaca y Oruro son los departamentos más azotados por la sequía. El conocido río Pilcomayo, en la cuenca baja, está con el caudal más bajo desde 1964 y sólo las lluvias podrían aumentarlo.
Especialistas e instituciones indican que la sequía se extenderá a varias regiones del país y se alargará hasta mediados de 2023.
No cabe duda que, ya sea en Europa o en nuestro continente, el cambio climático se hace patente. En nuestro caso sabemos, además, que estamos sufriendo las consecuencias de la extensión de la frontera agrícola y los incendios registrados en 2019 y 2020.
El cambio climático, que se manifiesta en huracanes, incendios, inundaciones y otras múltiples formas, nos está lanzando su grito, esta vez por medio de la sequía y la escasez de agua, para decirnos que nos estamos jugando la vida y la del planeta. Las consecuencias son nefastas, la Tierra está siendo más hostil. Ya en la actualidad hay comunidades cuya población tiene que caminar varias horas para proveerse de agua, mientras en las ciudades el despilfarro es algo cotidiano.
No ahora, pero en menos de tres décadas algunos estudios señalan que una sequía severa y la pérdida del agua almacenada en los lagos reducirán la producción de regiones agrícolas fundamentales y amenazarán el abastecimiento de agua potable. En suma, se avecinan tiempos difíciles.
Una de las piedras del hambre señala que “La vida volverá a florecer una vez que esta piedra desaparezca”. Si en Europa las piedras del hambre no son cubiertas por agua y desaparecen de la vista, si aquí el río Pilcomayo entre otros no recobra su caudal, si nos seguimos ensañando contra la naturaleza a través de modelos económicos voraces, ni las rogativas nos salvarán.
Gabriela Canedo Vásquez es socióloga y antropóloga