Antonia, Lupita, Xochilt, Esperanza, Laura, Rosario, Verónica, Raquel, y cientos de otros nombres de mujeres asesinadas figuran en las cruces sembradas en el desierto de Ciudad Juárez del Estado de Chihuahua (México). En muchos casos, las víctimas son halladas meses o años después de su desaparición y son reconocidas sólo por la ropa, por la dentadura o por alguna seña particular, ya que el resto del cuerpo suele estar irreconocible. La crónica periodística -Huesos en el desierto- de Sergio González Rodríguez, retrata la ola de crímenes brutales y atroces que siegan las vidas de las mujeres, en la fronteriza Ciudad Juárez.
Desde 1993, año en el que se reportó la primera desaparición, hasta la fecha han sido asesinadas cientos de mujeres. Es difícil contar con una cifra precisa, debido a que dichas muertes se encuentran relacionadas con el crimen organizado. Mujeres jóvenes, trabajadoras y pobres eliminadas de manera terrorífica, constituyen la lacra de la sociedad mexicana, que la convierte en una sociedad que odia a las mujeres. El fenómeno denominado “Las muertas de Juárez”, además de los feminicidios, resume problemáticas como el narcotráfico, la trata de personas y una red de prostitución. El crimen organizado se ha ensañado con las mujeres. “Las muertas de Juárez”, son la cara de la sociedad desestructurada, abominable y enferma.
Si esta lúgubre y horrorosa realidad existe al norte, de nuestro Continente, desplazándonos al sur, la situación empieza a asemejarse. Concretamente en el Trópico cochabambino, en la comunidad de Tres Arroyos en Villa Tunari, en un mes han sido encontrados los cuerpos de Mónica, Nayeli, Beatríz y Margarita. Dichas mujeres fueron reportadas como desaparecidas, alguna ya desde el 2017. Las hallaron como huesos y restos en descomposición. Existen indicios de que fueron sometidas a una violencia extrema y abuso sexual. Los cadáveres se encontraban en la misma comunidad, uno cerca del otro y con señales de haber sido sometidos al mismo -modus operandi-.
Esta situación despierta la sospecha de que otras mujeres hayan corrido la misma suerte y que nos encontremos ante la punta de un iceberg de un cementerio clandestino. El autor confeso de los crímenes no es un asesino en serie, como inicialmente la policía pretende aparentar. Al igual que en Ciudad Juárez, con la distancia de tres décadas más tarde, en el Trópico cochabambino, se abre una caja de Pandora en la que convergen: narcotráfico, trata de mujeres con fines de explotación sexual-comercial y prostitución, que arrojan como resultado, mujeres asesinadas.
El Estado boliviano tiene que ir a fondo en la problemática, pues no es fortuito el lugar en el que se hallaron los cuatro cadáveres. Se trata de una zona roja en la producción de cocaína, de la presencia del narcotráfico, que no es reciente. Solo cabe recordar los bullados casos de narcotráfico vinculados a los gobiernos de turno en la década de los ochenta y noventa. Desde entonces y hasta la actualidad, se ha confabulado un silencio cómplice entre el narcotráfico y el poder político, pues es de conocimiento general la impunidad que impera en la zona.
Esta realidad desoladora, no termina con el asesinato de las mujeres, pues las siguientes víctimas son las mamás y familiares de las mismas; las que quedan sin la hija, madre, novia, amiga, esposa, prima o hermana, enterrada clandestinamente en el Chapare. Por si fuera poco, las familias deben soportar la insensibilidad de las autoridades en todos sus niveles y el retraso de la justicia. Al resto de la sociedad tampoco le alarma ni le parece horrorosa el hallazgo de cuatro cadáveres de mujeres flageladas, y la posibilidad de la existencia de otras más. ¿Cuántas mujeres asesinadas, masacradas necesitamos para tomar cartas en el asunto en la zona concreta del Trópico cochabambino?. ¿Cuántos 8M, necesitaremos que pasen para que podamos celebrar una vida sin violencia y para que ser mujer no sea un riesgo?. Mientras la violencia este naturalizada en todas sus formas, y sea pan de cada día y no nos conmocione la muerte inhumana de una de nosotras, una pequeña Ciudad Juárez, tétrica podría estarse gestando en el bello Trópico cochabambino.
Gabriela Canedo Vásquez es socióloga y antropóloga