La tinta perdida, es un viejo chiste que Slavoj Zizek, cuenta en la introducción de su libro Bienvenidos al desierto de lo Real. Y narra que en la extinguida República Democrática Alemana, un trabajador alemán consigue un empleo en Siberia; consciente de que su correo será leído por los censores, les dice a sus amigos: «Establezcamos un código: si la carta que les envíe está escrita con tinta azul, lo que en ella les diga será verdad; si está escrita con tinta roja, será falso». Un mes más tarde, sus amigos reciben una primera carta, escrita con tinta azul: «Aquí todo es maravilloso: las tiendas están llenas, la comida es abundante, los apartamentos son amplios y tienen buena calefacción, en los cines ponen películas occidentales, hay un montón de chicas dispuestas a tener una aventura… Lo único que no se puede conseguir es tinta roja». En este chiste, de una estructura exquisita, se consigue a pesar de todo transmitir que el mensaje es falso.
Esta anécdota me remite a lo que hoy acontece en Bolivia, existe un discurso que se está escribiendo con tinta azul. Se intenta implantar una narrativa falsa según la cual: lo acontecido en 2019, fue un golpe de Estado; que fueron los militares quienes transmitieron el mando a Añez; que a Evo Morales le correspondía como derecho humano volver a repostular para un cuarto mandato; que en las urnas Morales ganó legítimamente las elecciones, por tanto se le robó la victoria (y que casi, casi se le debería devolver la silla presidencial); que escapó como víctima para resguardar la vida de los bolivianos. Estamos presenciando que se puede usar todos los medios para reescribir la historia desde un relato alejado de los hechos.
Sin embargo, todo va cayendo por su propio peso, pues en los últimos días en Betanzos, en el contexto de elección de los candidatos a las elecciones subnacionales, Evo Morales tuvo que permanecer oculto por tres horas ante el descontento de las bases del “dedazo” del jefe imponiendo candidatos. Ocurrió lo mismo en Colcapirhua, Pando, El Alto, en el municipio de La Guardia en Santa Cruz, y recientemente nada menos que en Lauca Ñ, municipio de Shinaota, sede de la Coordinadora de las seis Federaciones del Trópico Cochabambino, bastión y lugar insigne del Movimiento Al Socialismo.
La silla arrojada contra Morales, en Lauca Ñ es como la frase del chiste, “no había tinta roja” pues devela que aquella narrativa escrita con tinta azul es falsa La propia militancia está harta de imposiciones, dedazos, verticalismos, abusos de poder y de que dicha organización política sea manejada de manera antidemocrática. Ese hartazgo lo corrobora el 55% obtenido por el MAS en las elecciones pasadas. Por tanto, aquel cuento escrito con tinta azul de que Morales era el caudillo imprescindible e insustituible, va quedando borroso. Los sucesos de octubre y noviembre de 2019 no podrán ser cambiados. Hubo fraude y levantamiento popular en el territorio boliviano. No hubo golpe de Estado, sino un presidente que quiso aferrarse a la silla, y que fue derrocado por una movilización ciudadana generalizada. No hubo golpe de Estado, sino un vacío de poder dejado por la renuncia encadenada de los sucesores constitucionales a la Presidencia. No hubo golpe de Estado, sino la pretensión de un plan para que el insustituible retorne.
No olvidemos, si Evo Morales no se hubiera empecinado en su repostulación inconstitucional, si el MAS habría renovado sus liderazgos y una nueva fórmula electoral hubiese competido en las elecciones de octubre de 2019, nada de los hechos luctuosos y violentos hubiesen sucedido. Eso tiene que quedar escrito con tinta indeleble y en mayúscula.
Gabriela Canedo Vásquez es socióloga y antropóloga