GABRIELA CANEDO
“Porque estaba tan solo en su
gloria que ya no le quedaban ni enemigos”, así relata Gabriel García Márquez,
en El otoño del patriarca, la soledad en la que se sumen y terminan los
dictadores. Personas que tuvieron mucho poder y lo disfrutaron en sus cinco minutos
de redención.
En las últimas semanas, el país ha estado sumido en una disputa política entre
los líderes y acólitos disputándose los espacios de poder local o nacional. La
clase política cruceña se ha enfrentado al Gobierno, llegando a las amenazas de
plazos fatales tanto de ida y vuelta. Arengas de revancha, afrenta y odio han
sido lanzadas por doquier. A esto se sumaron las reyertas, trifulcas y
forcejeos al interior del partido de gobierno. En sus confabulaciones, el
poderoso ya no sabe quién es quién, ni quién está con quién, ni contra quién.
En suma, hemos presenciado la disputa política por el poder encarnado en los
líderes y mandamases. Estos, “patriarcas” que con alevosía, e indistintamente
si pertenecen a una u otra orilla, desprenden discursos a nombre del pueblo, de
los desposeídos y dicen representar a la mayoría sin importar el tamaño de su
reino: en ellos, se hace cuerpo el poder.
Estos “patriarcas” se ensañan con
el adversario llegando a pensar que “todo sobreviviente es un mal enemigo para
toda la vida”. El fantasma de la traición les acecha constantemente y claro
está que acceder al poder, mantenerse o perpetuarse en él, y no perder las
prerrogativas económicas, políticas y sociales, son preocupaciones vitales para
ellos.
La literatura latinoamericana ha abordado desde la narrativa la experiencia del
ejercicio de poder político desmedido. Es así que Yo el supremo de Augusto Roa
Bastos, El señor presidente de Miguel Ángel Asturias, La fiesta del Chivo de
Mario Vargas Llosa, El recurso del método de Alejo Carpentier y El otoño del
patriarca de Gabriel García Márquez son algunos ejemplos que visibilizan lo que
ocasiona el uso desmedido y sin límites del poder encarnado en el mandatario.
El tirano tiene la convicción de que es el único individuo importante que
salvará al país o la región.
Asimismo, en todas las novelas la soledad, el abandono, la vejez y la condena a
que los “instantes más felices de sus tiempos grandes se les escurran sin
remedio por las troneras de la memoria” acechan a los “patriarcas”. De ese
sentimiento de soledad y desamparo que sienten, especialmente al final de la
vida, no los salva ni el haberse rodeado de “políticos de letras y aduladores
impávidos que los proclaman corregidores de los terremotos, los eclipses, los años
bisiestos y otros errores de Dios”.
En El otoño del patriarca, el
dictador creía tener control hasta de su propia muerte. La novela perteneciente
al realismo mágico, atestada de metáforas y episodios exagerados, se basa en la
realidad de varios países latinoamericanos y la España de Franco, como algunos
críticos sostienen. Lugares donde dictaduras sangrientas y horrendas se
llevaron a cabo. Es así que la novela nos remite a la soledad irremediable del
poder encarnada en el patriarca que no tiene nombre y que gobierna un país sin
nombre. García Márquez recrea un prototipo del dictador latinoamericano y lo
que parece interesante es la caracterización de lo que sucede con quienes
detentan tal grado de poder político. La novela relata que el patriarca podrá
morir de muerte natural, pero lo encontrarán comido por los gusanos, qué mayor
sentimiento de soledad que se apodera del dictador, del abusivo, del
autoritario que ocasiona atrocidades cuando tiene un poder sin límites. Cuando
hace trampa, como en la escena de la novela en la que al patriarca le
inventaron una especie de lotería para que la gente se contentara, pero cada
vez solo el patriarca ganaba por medio de artimañas, tuvo que taparlas
asesinando en una barcaza a inocentes niños.
Con todo, el poderoso se comporta con soberbia y arrogancia, sufre del síndrome
de hubris que suele apoderarse de los políticos, quienes muestran una exagerada
autoconfianza despreciando las opiniones de los demás y actuando en contra del
sentido común. Pese a que la cura es sencilla, pocos se sanan, pues simplemente
basta con que pierdan su poder.
El patriarca de nuestra novela “aprendió a vivir con todas las miserias de la
gloria a medida que descubría en el transcurso de sus años incontables que la
mentira es más cómoda que la duda, más útil que el amor, más perdurable que la
verdad, había llegado sin asombro a la ficción de ignominia de mandar sin
poder, de ser el exaltado sin gloria y de ser obedecido sin autoridad” (GGM).
Gabriela
Canedo Vásquez es socióloga y
antropóloga