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Opinión

La Reina del Norte

20 de Mayo, 2022
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GABRIELA CANEDO

La Reina del Norte, es el apodo de Dora Vallejos. Una mujer de 38 años. Dueña de 57 propiedades y 19 vehículos, además de tener inversiones en un ingenio arrocero y de dedicarse a la ganadería en San Carlos. Su esposo fue sentenciado por narcotráfico a diez años de cárcel.  Ella se dedicaba a la venta de comida en Yapacaní y en pocos años pasó a tener una fortuna de 150 millones de dólares. En casi una década nadie se preguntó de donde provenía tanta acumulación de fortuna, surge la sospecha de que autoridades antinarcóticos y políticas la protegían. El caso salió a la luz a raíz de la detención del “narcojet”, un avión privado procedente de Argentina que fue detenido en México trasportando una tonelada de droga. Uno de los pilotos bolivianos, era presuntamente pariente de Vallejos.

La Reina del Sur como obra literaria ha retratado un panorama complejo del negocio del narcotráfico basado más en la realidad que en la imaginación. Una realidad en la que los cárteles y la pugna por territorios y los ajustes de cuentas entre ellos lleva la muerte cono signo irremediable. Nos muestra la existencia de una narcocultura en la que las fiestas, los automóviles, las mujeres, y los artículos de lujo exhiben el derroche, bajo el lema de que es mejor “cinco años como rey que cincuenta como buey” pues, el tráfico de drogas permite obtener muchísimo dinero, de manera ilícita. Bolivia, pese a no alcanzar el grado de violencia y la articulación de cárteles que existen en México y Colombia, va por el mismo camino al convertirse en país productor, distribuidor y consumidor, participando de toda la cadena productiva y de comercialización de la cocaína.

Ya en la década de los setenta y ochenta eran conocidos apodos de los ases del negocio de la droga como: “el rey de la cocaína”, “el Oso Chavarría”, “Techo de Paja”, entre otros, el país era primero exportador de la hoja de coca, materia prima de la pasta base y luego productor de pasta base. En el último tiempo han explosionado noticias sobre altas autoridades que desempeñaban funciones en la Fuerza Especial de Lucha Contra el Narcotráfico e incluso alguno que fue zar antidrogas, embarradas en casos de narcotráfico.

Recientemente se pretendió desmontar una fábrica encabezada por colombianos. Esta operación fue frustrada por algún oficial que protegiendo a los narcotraficantes, obviamente a cambio de una “mordida” traducida en buena paga, impidieron a sus camaradas policías antidrogas llevar a cabo el operativo, pues éste hubiese supuesto agarrar a los peces gordos que se hallaban implicados, y la consecuencia podría ser muerte y venganza de parte del cártel. De esta manera, a modo de vendettas entre oficiales se dio una cadena de destituciones, aprehensiones de policías, amenazas entre ellos y una serie de hechos intrincados, confusos, y lo único claro es que el narcotráfico avanza, campeante en el país. Bolivia es uno de los países donde operan cárteles locales e internacionales.

Alarma que se hayan diseminado pistas clandestinas para el traslado de cocaína en el trópico de Cochabamba y en el oriente del país. Y también alarma que en el altiplano operen megalaboratorios que lleguen a producir hasta cien kilos de cocaína por día. Se escucha de manera más asidua noticias como las de aviones que se estrellan y en cuyo interior son hallados paquetes de cocaína. O noticias acerca de las más ingeniosas formas de transportar droga mimetizada como aquella en cuartones de madera, rumbo a Bélgica.

Hemos visto en países vecinos como la violencia por el narcotráfico pone y derriba gobiernos, arroja cadáveres, y lacera la sociedad, pues a menudo el narcotráfico va de la mano con otros negocios ilegales como los secuestros, la trata de blancas.

Estos elementos señalados en estas líneas son solo algunos de lo que implica el narcotráfico en el país. Los acontecimientos que a diario se conocen alrededor del mismo dejan diminuta a la imaginación, y una potencial novela Reina del Norte podría dar cuenta del narcotráfico y los enlaces con la política, con la economía y en definitiva mostrando a la sociedad como la gran perdedora que sufre el cruce de balas y la violencia.

Ojalá y en territorio boliviano la problemática del narcotráfico no se hagan sentido común. No queremos narcocorridos que narren historias de capos y reinas de las drogas. No queremos que a medida que las pozas de maceración se esparzan por territorio boliviano, también se proliferen las fosas comunes en las que se arrojen cadáveres producto de la violencia del narcotráfico y esta realidad sea algo normal y cotidiana.

Gabriela Canedo Vásquez es socióloga y antropóloga

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