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Opinión

JIM MALLOY, LOS BOLIVIANOS Y LA REVOLUCIÓN

29 de Noviembre, 2013
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GONZALO ROJAS ORTUSTE

Acorde a mi oficio, que esté año retomé con renovado vigor y frecuencia, releí el magnífico tomo Bolivia: La Revolución Inconclusa que el CERES  de Cochabamba tuvo a bien publicar casi dos décadas después de su inicial aparición con el sello de la Universidad de Pittsburgh (1970), donde años antes se presentó como tesis doctoral. Por las mismas razones académicas releí la anterior semana La Formación de la Conciencia Nacional de nuestro admirado René Zavaleta. Se escribieron en los mismos años, luego de la caída del MNR en 1964 y aunque los uso en el curso para propósitos diferentes, no puedo evitar aquí una rápida comparación. El trabajo de Zavaleta, en una prosa trabajada, dolida y a momentos indignada “dicho siempre con una dicción muy boliviana, entre prieta y torrencial, apeñuscada y abreviatoria” como dijera y escribiera mi querido maestro, el uruguayo Carlos Martínez Moreno. Esa sensibilidad me retroae a mis años formativos en la UNAM, pero visto de nuevo ahora, es claro que ese trabajo de René es el de un militante forjando la misma conciencia nacional del título, es decir, el trabajo del activo compañero nacionalista.

En cambio, el trabajo del Prof. Malloy tiene, como ya señalamos, un explícito talante académico, aunque con unas notas y alusiones no muy frecuentes en el medio académico estadounidense. Da cuenta del proceso revolucionario en nuestro país más allá de los tres días de enfrentamiento armado, donde, sostiene, los revolucionarios se ven compelidos a formar un nuevo orden estatal, tarea nada fácil puesto que aunque los recién llegados habían tenido éxito denostando el “superestado”, era claro que institucionalmente era muy precario lo existente, y peor luego de la marejada revolucionaria dispersa y corporativa a lo sumo, cuando no francamente localista. Sin embargo de tal caracterización y de su tesis principal, a la que volveré luego, no es una mirada simplificada de tan tumultuoso acontecimiento. Lo que muestra con gran claridad, a partir del recojo de entrevistas a actores claves del periodo, políticos y dirigentes sindicales, es lo cambiante que fueron las correlaciones de fuerza y el papel equilibrador y atenuador del Dr. Paz Estenssoro, además claro, de capitalizar para sí el liderazgo del proceso. No están exentas de su relato las acciones heroicas y a veces suicidas de los actores del drama, pero el principal aporte está en explicar la racionalidad de los cambios y tomas de posición, bastante más pedestres (por ejemplo búsqueda de “pegas”) que los rimbombantes discursos.

Así, la conclusión final, que da título al trabajo no deja de ser incómoda pero pertinente, por eso escribo este texto: La Revolución boliviana, a diferencia de otra cercanas en el continente, no tuvo un éxito similar en su permanencia con sus titulares partidarios, porque el conflicto entre el reparto o distribución de ingresos representaba una presión tan alta que impedía una inversión o acumulación para desarrollo de inversiones de maduración más lenta aunque más estratégica. Por eso es una tarea inconclusa, no importa la cantidad de violencia o movilización empleada. ¡Qué contraste con la situación actual, de un régimen que se dice revolucionario y no encuentra maneras más visionarias de invertir el capital estatal disponible!

Pero volvamos a Jim Malloy y ese trabajo que marcó definitivamente su orientación en la ciencia política norteamericana. Lo traté como a mi tutor en los comienzos de los noventas. Ya era un reputado latinoamericanista y se había ocupado de casos como el brasileño, el mexicano, y el argentino a propósito de autoritarismo y seguridad social. Cierta vez dijo que le molestaba que algunos de sus colegas le tuvieran por “intelectual chico” puesto que se había ocupado (y volvía siempre) a ese “país chico”, aunque esa época ya había ampliado esa preocupación a la región andina (al menos Perú y Ecuador también) y su perspectiva comparada con los del Cono Sur. Sus varios su tutorados, casi ningún gringo, coincidimos que era exigente, con alguna incomodidad, yo decía que era como si pretendiese ser “nuestro padre intelectual”. Mis compañeros me miraban con cierta cara de reproche, cuando en medio de una explicación del pensamiento de Weber o Tocqueville –lo mismo da-, volvía a contarnos la previsión aguda de Paz Estenssoro a propósito del desenlace electoral y posteriores acuerdos que le permitieron ejercer la presidencia por última vez en el periodo 1985-89.

No era al único personaje político que admiraba de nuestro país. En realidad, sin menoscabo de su mirada crítica sobre el proceso político nuestro, debo contar que me impresionó la única vez que visitamos su casa con esos compañeros rioplanteses que lo teníamos de consejero: la paredes tenían textiles norpotosinos o chuquisaqueños y en el centro de sala, sobre la mesa una preciosa máscara de la diablada orureña; parecía la casa de un exiliado boliviano añorando volver a la patria.

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