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Las próximas elecciones nacionales pueden convertirse en un momento que marque o concrete algunas posibles líneas de renovación para la política nacional.
La crisis desatada en 2019 por el fraude electoral oficialista fue el principio de la decantación de la correlación de fuerzas prevaleciente hasta entonces y dio lugar al lapso de transición que se mantiene en curso y abierto.
La modificación más notoria registrada como consecuencia de esos acontecimientos es, hasta ahora, el final de la supremacía que el llamado Movimiento al Socialismo (MAS) había ido estableciendo desde 2009, año en el que infligió una clara derrota a sus adversarios de los partidos considerados “tradicionales”.
Entre otras razones, ese predominio fue quebrado como producto de la insana maniobra gubernamental que pretendía imponer la reelección indefinida, ruptura que se profundizó con la posterior emergencia intestina de una variedad de voces y el intento –todavía en marcha– de promover liderazgos alternativos al de quien se asumía como jefe absoluto, insustituible y perpetuo de esa organización política.
Consiguientemente, el primer elemento de los cambios en proceso es el del cierre de una etapa de caudillismo y autoritarismo cuyos protagonistas todavía buscan asegurarse un lugar, así sea reducido, en el campo de las decisiones públicas. El segundo es la implosión que afronta el MAS que, en cualquiera de sus escenarios, sugiere la inviabilidad de una recomposición de su pasado.
En este último caso, lo que se percibe son al menos cuatro tendencias en un plano que tal vez podría calificarse de ideológico: la de los conservadores que no se resignan a quedar fuera del juego pese a haber perdido ya la sigla y dentro de poco el control directivo; la de los que aspiran a ser refundadores y creen poder inventar tanto un nuevo sujeto histórico como algún líder aceptable; la de los antiguos militantes marginados que más bien plantean la recuperación del “instrumento político” y, finalmente, la de una nueva generación en germen que –sin rumbo conocido todavía– espera poder trascender al ya caduco MAS y constituir una opción popular diferente.
Esta dinámica supone una todavía débil pugna por las bases sociales y corporativas que sustentaron el ahora decadente proyecto, misma que se habrá de intensificar a medida que corra el calendario electoral y que, además, estará atravesada por las dificultades de las corrientes mencionadas para enfrentar dos claros límites que las caracterizan en general: el de querer arrogarse la casi exclusividad de representación de la izquierda y el de no terminar de salir de una mentalidad andino-céntrica esquemática.
Nadie en el MAS parece darse cuenta de que, en la práctica, lo que hicieron en estos años fue matar a la izquierda, no solo por la naturaleza y resultados contraproducentes de su accionar real –su retórica siempre dijo y dice otra cosa–, sino porque sumieron en el prebendalismo y la inocuidad a los resabios de la izquierda urbana partidaria, sindical y universitaria del siglo XX. Y tampoco alguien ahí da señales de entender que igualmente sometieron al indigenismo y al indianismo a una oportunista e infructuosa expropiación de sus ideales y emblemas.
De todas formas, ese vaciamiento, montado sobre desfiguraciones e incentivador de rechazos, ha creado la ocasión para que el fallido rumbo seguido hasta la fecha pueda ser redireccionado.
Una oportunidad similar, aunque aparentemente con menor potencial regenerador, se viene gestando en el territorio de la centro-derecha y de la derecha en sí, que por los defectos y arbitrariedades de los cuatro gobiernos del MAS llegaron a convertirse en defensoras y promotoras de la justicia, la libertad, la igualdad y la memoria. Así, mientras el MAS se iba transformando en la “derecha de la izquierda”, cierta derecha se “izquierdizaba”, cuando menos a nivel discursivo.
No obstante, los movimientos que se registran en el ámbito de la oposición política bajo el clima preelectoral muestran que sus propuestas se centran preferentemente en el inmediatismo y en la confianza en un cierto eficientismo tecnocrático, reminiscencia quizá del tiempo del ajuste estructural. No aparece aún en este ámbito una visión de futuro distinta ni se avizora un probable –y deseable– cambio de figuras.
Seguramente los meses próximos aportarán más luces acerca de la eventualidad de una recomposición política en el país, pero vistas las cosas desde el presente es evidente que, así sean tenues, algunos indicios que sugieren rutas de renovación existen.
El autor es especialista en comunicación y análisis político