Que el pasado nunca nos deja del todo, hasta que no resuelve las cuestiones planteadas pero no atendidas a tiempo, lo demuestra la guerra entre Hamas e Israel. Esto quiere decir que ese pasado se actualiza en el presente crítico hasta determinarlo. Tratemos de observar cómo estas ideas generales se manifiestan, no solamente en las decisiones de los actores sino, incluso, en la visión que tienen respecto a la guerra en curso, dentro del marco de un conflicto histórico no resuelto.
Planteamos la hipótesis que en la fase final del conflicto entre Hamas e Israel las posibilidades de solución que asomarán tendrán, antes que un carácter militar, un carácter político. El núcleo político de una probable solución no podrá girar sino en torno al planteamiento -hasta ahora desdeñado- del reconocimiento de dos Estados: el israelí y el palestino. Aunque esta propuesta ya fue formulada en el pasado, el hecho que el ala conservadora en el poder en Israel la hubiera ignorado, ha favorecido al radicalismo islámico y su perspectiva terrorista, entendida esta última como mecanismo para mantener latente el conflicto.
El contexto político internacional en el que se desarrolla la guerra se caracteriza por la reorganización del orden mundial, para el reemplazo del orden vigente hasta hace dos décadas, al menos. Gracias a esta particularidad, la demanda histórica del pasado, del reconocimiento al Estado palestino, se vio facilitada en su instrumentalización, por parte del terrorismo islámico, en el presente. La relación entre esa constante histórica y la coyuntura internacional crítica explica en gran medida, por tanto, la motivación de la que se sirvió el radicalismo islámico, para ensayar una expansión política internacional. Con todo, hoy puede reconocerse una sutil diferencia entre la demanda histórica (de contenido nacional democrático) y su expresión funcionalizada (de carácter terrorista internacional) en la actualidad, por parte de Hamas e Irán.
La coyuntura internacional se mostró, pues, apta para el radicalismo islámico debido a la nueva configuración política. De hecho, los gobiernos de la izquierda delincuencial (abiertamente) en América Latina, como Venezuela, Cuba o Nicaragua, o disimuladamente como el MAS en Bolivia que no vaciló en romper relaciones diplomáticas con Israel luego de los ataques terroristas de Hamas en octubre pasado, conforman una pequeña red de aliados al terrorismo islámico. A este burlote se suma el resto, como México, Brasil o Colombia, resistentes a condenar al terrorismo islámico y entusiastas agitadores del bloque anti-Israel. Estos ejemplos ilustran los alcances de la nueva constelación política que recorre al mundo; favorable para las acciones del terrorismo islámico.
Además del clima política internacional benévolo al terrorismo islámico y la perspectiva guerrerista, es claro que la opción militar, como posibilidad para la finalización de la guerra, no es realista ni viable. Al contrario de la inviable opción militar, todo parece señalar que la finalización del conflicto girará en torno a propuestas políticas.
Aclaremos, en primer término, que la opción militar, vista tanto desde el lado israelí como desde el lado de Hamas, supone la aniquilación total del otro. Pero esa perspectiva simplemente no responde a la realidad, dado el alcance de los involucrados directos (Hamas e Israel), como indirectos (Irán, Yemen, Líbano, Estados Unidos, principalmente). No es realista, en segundo término, porque tras cada uno de los actores directos, lo que subyace es una idea; la de una existencia excluyente. Sin embargo nunca, en la historia de la humanidad, las ideas políticas han sido derrotadas militarmente, sino sólo por otras ideas políticas.
Digamos también que la comprensión, que tanto Israel como Hamas tienen respecto de lo que se entiende por la aniquilación del otro, es distinta. Esa diferencia, a su vez, es la que refuerza, al mismo tiempo, la imposibilidad de una solución militar al conflicto. En el caso de Israel, una momentánea eliminación de los actuales milicianos de Hamas, junto a las víctimas civiles (i. e., junto a los “efectos colaterales”) no hará sino crear por miles, a los futuros milicianos terroristas. Por ello, en el caso de Hamas -y en el de todo el terrorismo islámico-, el actual conflicto es entendido solamente como una batalla, dentro de una guerra mucho más larga en el tiempo.
La prolongación del conflicto (responsables militares israelíes estiman que durará, al menos, un año) conlleva al mismo tiempo la extensión geográfica del mismo. El escenario inicial de esta guerra (Gaza e Israel) se extiende e involucra hoy, de hecho, también al mar rojo, en lo que a la falta de seguridad para una importante porción del comercio marítimo internacional se refiere. En realidad, la ampliación del escenario geográfico amenaza en convertir el conflicto en uno de carácter regional. Esta perspectiva es también consecuencia del fracaso de la opción militar, como posibilidad de solución.
Una primera conclusión, por tanto, nos dice que la hipotética victoria militar de cualquiera de las dos partes, simplemente no es sostenible en el tiempo. La eliminación de la faz de la tierra de uno por el otro, no tiene proyección alguna en el tiempo. En segundo lugar y vistas así las cosas, efectivamente unos actores resultan funcionales a los otros, es decir, los conservadores israelíes devienen en funcionales a los terroristas islámicos y viceversa.
En lo principal, consiguientemente, estos son los obstáculos que una solución duradera, sostenible en el tiempo y distensionadora de los motivos de tensión en el medio oriente, debe superar. No son, claro, dificultades insuperables, por lo que, al final del túnel, la solución vendrá no desde el lado de la lógica militar, sino desde la lógica política, muy probablemente con el rostro de dos Estados.
El autor es sociólogo y escritor