A quince meses de la invasión rusa a Ucrania es posible señalar que los planes, al inicio de la guerra, del dictador Vladimir Putin han fracaso y que Ucrania ha triunfado. El proyecto de Putin fracasó desde el principio en todos los órdenes, visto desde las expectativas del Kremlin. Así, desde el comienzo mismo de la aventura, esos proyectos han empezado a derrumbarse. Al momento de la invasión casi nadie, en la expectación mundial, dudaba que Rusia cumpliría con sus planes.
A consecuencia de la relación entre el fracaso de Putin y el triunfo de Ucrania se ha provocado también el derrumbe de Rusia, en el ámbito internacional. Ambas consideraciones (el fracaso de uno y el triunfo del otro) esconden las razones por las que sucumbió el, esperado por muchos, desenlace del conflicto. Junto a ello, en lo principal, emergió la dimensión del resultado al que la nueva situación dio lugar: la caída de la hasta entonces considerada la segunda potencia militar del mundo. Aunque son las consideraciones específicamente militares las que en el terreno definen el curso del conflicto, fueron factores generales (políticos, sociales, nacionales, militares, etc.) los que determinaron la suerte de esta guerra. Por ello hemos de subordinar, en estas líneas, las consideraciones militares a los factores políticos, sociales e internacionales.
El fracaso de Putin, en la guerra impulsada como asunto de Estado, provocó el derrumbe de los proyectos políticos de Moscú. Se trata del fracaso a consecuencia de una deficiente estrategia militar, de un conflicto -insistamos- asumido como un asunto de Estado, es decir como un problema limitado a los administradores estatales. Ello supuso la imposibilidad de involucrar a la sociedad rusa al problema. Una situación semejante nos habla de las consecuencias que conlleva para un Estado totalitario, socialmente deslegitimado en lo previo e incapaz, por tanto, de convocar nacionalmente a su sociedad para afrontar la guerra.
En lo externo, el proyecto geopolítico del gobierno ruso, además de la pretensión de anexar a Ucrania buscaba, de manera poco disimulada, la constitución de Rusia como una potencia, capaz de mediar entre el gigante asiático (China) y el occidente (Europa y Estados Unidos -EEUU). Los teóricos rusos ultranacionalistas, que respaldan a Putin, denominaron ese proyecto como el del imperio euro-asiático.
En lo interno, el plan del dictador ruso consistía en consolidar el esquema totalitario de poder, en torno a su liderazgo histórico personal (el de Putin). Nada de ello ha ocurrido, porque en lo militar, la piedra angular de la aventura, el proyecto fue irremediablemente quebrado.
Este proyecto hizo aguas desde el momento de la invasión del ejército ruso a Ucrania. La guerra relámpago (la Blitzkrieg), pensada por Moscú terminó prontamente en un estancamiento y supuso un verdadero punto de inflexión, para el desarrollo del proyecto inicial. Lo hizo, porque aceleró la deslegitimación social interna de los hombres del Kremlin, así como su aislamiento diplomático internacional. A su vez, pero, reveló la falta de profesionalismo de los mandos militares, la pobre preparación de la tropa y el carácter obsoleto del armamento empleado. En conjunto, pues, la incapacidad de llevar a buen puerto la Blitzkrieg pensada desnudó, ante el mundo, las enormes debilidades del ejército ruso, desmintiendo en el acto lo que la propaganda de Moscú había difundido desde mediados del siglo pasado; que el de Rusia era el segundo ejército más potente del mundo.
En contrapartida, la capacidad de Ucrania para quebrar, en su estado germinal mismo, la invasión rusa, anunció tempranamente el desenlace que en la actualidad parece inevitable. Por esa razón, aquellas acciones iniciales supusieron ya un verdadero triunfo ucraniano. Hay que recordar que este triunfo se asentó en una voluntad nacional; es decir en la capacidad de la sociedad de Ucrania de asistir nacionalmente a la guerra. La alta legitimidad social de su Estado fue la consecuencia de ello, ratificándose de esa manera, que se trata de una voluntad nacional-estatal articulada, a la vez, por la defensa de un modelo político democrático, como opción de vida.
Hablamos, en este caso, para comenzar de una guerra nacional, cuya consistencia resulta mayor que la guerra estatal de Putin. La dimensión de la guerra nacional es de tal magnitud, que bien puede decirse que este conflicto bélico representará para Ucrania en su historia, un verdadero momento constitutivo, de contenido democrático nacional. En lo externo, es indudable su posicionamiento político internacional y el consiguiente respaldo al modelo democrático, al que aspira.
Los logros, en el campo militar, son también innegables. En principio estos comenzaron con el quiebre de la guerra relámpago, porque se trató de una suerte de golpe de mano, gracias a la predisposición nacional por la defensa. La base fue, pues, esa predisposición general hecha realidad aun contando entonces sólo con el rudimentario armamento disponible para ello. La disparidad entre la disposición de rudimentario armamento y el poderío militar ruso resalta el profesionalismo y la alta preparación de sus hombres, con los que Ucrania asumió la gigantesca tarea.
Gracias a estas consideraciones pudo, acto seguido, motivarse la ayuda militar de EEUU y los países europeos. No se trata de consideraciones de segunda importancia, porque sin el profesionalismo y la seriedad con la que se asumió la defensa, no habría podido rendir frutos la ayuda militar. Al contrario, la entrega de esa ayuda habría significado apenas vaciar armamento a una bolsa rota.
La sorpresa que el fracaso ruso y los triunfos ucranianos causaron a nivel global nos permiten formular algunas conclusiones generales. En principio, todo apunta a que en el proceso de reordenamiento global Rusia será un actor de poca importancia. Por otro lado, puede concluirse también que el bloque democrático occidental de respaldo a Ucrania, se ha fortalecido, precisamente gracias a los triunfos ucranianos. Consiguientemente, a la vez, se ha debilitado la perspectiva de un reordenamiento global comandado por regímenes totalitarios y antidemocráticos.
Omar "Qamasa" Guzmán es sociólogo y escritor