Había caído el ocaso del 6 de junio de 2017 y sus signos vitales se fueron apagando poco a poco. Hace ya cuatro años se nos fue Filipo, como lo conocían sus amigos, “papá” en casa, y para sus nietos “papá abu”.
Para recordarlo retomo su testimonio sobre la experiencia en interior mina. La mina vista desde el guardatojo. Testimonio de Filemón Escóbar es de lectura fácil, exquisita, sin academicismos y con un estilo propio. Este texto publicado el año 1986 por el Centro de Investigación y Promoción del Campesinado nace, en parte, gracias a la lectura que Filemón hizo de Monteras y guardatojos (Harris y Albó), durante la clandestinidad a la que le obligó la persecución del régimen de Bánzer.
Esa obra lo dejó insatisfecho, pues la perspectiva de los antropólogos sobre la relación entre el campesinado y los mineros era distinta a la de su propia vivencia como minero. Xavier Albó, en el prólogo relata que el texto original era “un manuscrito apretado, escrito con una insegura máquina de escribir portátil y una dudosa cinta. Eran páginas con letra menuda, a espacio simple, márgenes tacaños, sin puntos y aparte. Pero con un texto fluido y pocas tachaduras. Era un continuo corro de mensajes y recuerdos muy vívidos de un trabajo que llenaba su vida”.
Veamos algunos episodios: “Hacia el año 1954, cuando la mina de Siglo XX estaba bajo administración de la Comibol, ingresé como obrero. Mi primera ocupación era de kopajuro, limpiador de chimeneas de las casas de los ingenieros. Por disciplina partidista, solicité ingresar a la mina, a la sección Lagunas”. Entró a trabajar como carrero, relata. La narración, describe en detalle la dificultad que implicaba conseguir un puesto en la mina: “Ingresar a trabajar a la mina no era cosa fácil, había tanta pugna y desesperación por un puesto, que un profano tendría la impresión de que ingresar a trabajar en ella se asemeja al paraíso. La pugna es tan bestial para ingresar a un tragadero de vidas (…). La mina se ha tragado miles de vidas, todas ellas de generaciones jóvenes, pues el obrero ingresa a la mina a los 18 o 20 años y terminará de consumir su vida dentro de ella a los 30 o 35. Éste es el promedio de existencia del hombre de las minas. Los trabajadores que viven un poco más son aquellos que durante muchos años se mantienen en el trabajo en las zonas donde la corriente de aire es mayor y la contaminación menor; o sea, en las galerías principales”, es la reflexión que hace de lo que en última instancia significa la mina.
Continúa su narración: “una vez contratado, el ‘nuevo’ se dirige a la bocamina con su tarjeta de ingreso, con cierto temor se acerca a la quetería (pensión), observa la fila para sacar la ficha para la comida. Son las cinco de la mañana. El plato de comida es arroz en agua, un jarro –hecho de latas de leche condensada– de té y medio pan. Comen apresuradamente. La comida es tan mala y tan poca que bastan unas cuatro cucharadas para que desaparezca. Esa comida vale un Potosí, pues es su alimentación para trabajar durante ocho horas. Ya dentro la mina, el ‘nuevito’, tres mil metros ha recorrido mirando lo extraña que es la superficie de la roca, que adquiere con el tiempo determinados colores no superados por los pintores, las formas esculturales y de diabólicos rostros. Da la impresión que uno estuviera en estado de delirio. Cuanta más velocidad cobra el convoy, las paredes de las rocas van adquiriendo vida. Todas esas figuras toman la forma del ‘Tío’, danzas macabras, la mina es la muerte sobre la vida, el nuevito ha ingresado al infierno de Dante. Infierno por demás agradable, comparado con el de la mina. Tres kilómetros de sueño impuesto por la realidad, pesadilla que hace agitar el corazón”.
El texto es ante todo el testimonio de una experiencia en la que, en carne propia, sufrió la vida del minero. La misma, permite a Filipo reflexionar que “En las minas, el ‘costo de producción’ ya no vale un salario, sino miles de vidas de los trabajadores, los más con los pulmones destrozados y accidentados. El destino del campesino transformado en obrero es fatal”, concluye.
Filipo fue carrero dentro la mina y llegó a ser dirigente de la Federación Nacional de Mineros, hasta conducir junto a sus compañeros, la Central Obrera Boliviana. La vida no le fue fácil desde la niñez. El testimonio del trabajo en la mina es sólo un episodio de una agitada e intensa trayectoria política. De éste surgen varias enseñanzas, me quedo principalmente con una: que aquello por lo que luchaba y en lo que creía era auténtico, porque provenía de su experiencia de vida.
Hace cuatro años que lo extrañamos. La muerte creyó haber ganado, llevándoselo; pero una persona solo muere cuando se la olvida, y no es el caso de Filipo.
Gabriela Canedo Vásquez es socióloga y antropóloga