MIGUEL MANZANERA, S.J.
Por, Miguel Manzanera, SJ (.)
El principal misterio del cristianismo se refiere a la Santísima Trinidad y es al mismo tiempo el que específicamente nos diferencia de las otras dos grandes religiones monoteístas, el judaísmo y el islamismo. A lo largo de casi dos milenios el magisterio de la Iglesia se ha esforzado en ofrecer fórmulas definitorias del dogma trinitario especialmente para combatir las posiciones heréticas que han dado lugar a numerosos cismas, entre ellos el arrianismo, el modalismo, el nestorianismo, el monofisismo etc.
Sin embargo, la fe en la Santísima Trinidad sigue siendo un escollo para muchos creyentes que, si bien admiten al único Dios en tres personas, no acaban de vislumbrar con exactitud la figura del Espíritu Santo. Jesús nos ha revelado a Dios como Padre y Él mismo se ha proclamado como el Hijo de Dios, encarnado en el seno de la Virgen María. En Él podemos contemplar al Padre - “Quien me ve a mí ve al Padre” (Jn 14, 9) - y al mismo tiempo adentrarnos en el misterio del Padre a quien Jesús declaró también Padre nuestro, enseñándonos esa oración por la que todos nos hermanamos con Cristo Jesús.
Menos explícito fue Jesús en relación con el Espíritu Santo, de tal manera que sigue siendo todavía para muchos creyentes una persona divina poco definida. El mismo nombre “Espíritu Santo” es genérico y podría aplicarse también al Padre. Para diferenciar ambos cabría hablar del Padre como el Dios Espirante y del Espíritu como el Dios Espirado, pero esa aclaración no toca a nuestra sensibilidad personal.
Algunos teólogos, entre ellos Y. Congar, F.-X. Durwell, Alberto Ibáñez se han esforzado en aclarar ese misterio trinitario. Un camino abierto lleva a profundizar el relato de la creación, narrado en el capítulo primero del Génesis. Allí aparece Dios (en hebreo Elohim, que puede ser plural), el Espíritu de Dios (en hebreo la Rúaj) que con su Palabra (en hebreo el Dabar) comienza crear todas las cosas (Gn 1, 1-3). Al final Dios crea al hombre (en hebreo Adam) como varón y mujer a su imagen y semejanza (Gn 1, 26-27. Interpretando ese texto a la luz de la fe católica se vislumbra a la Familia divina trinitaria como origen y modelo de la familia humana.
Juan Pablo II en su inspirada “Carta a las Familias” reflexiona sobre esa similitud y nos ofrece una pista mística sobre el misterio del Dios como el Nosotros divino, cuya imagen visible más inspiradora puede ser la sagrada familia de Nazareth. Con ello indirectamente se revela también la dimensión maternal trinitaria, atribuible a la Rúaj Santa Vivificante, que hizo fecunda a la Virgen María. El mismo Jesús nos invita a renacer del agua y de la Rúaj (Jn 3, 5) para adquirir una nueva identidad personal dentro de la Familia trinitaria como hijos adoptivos, hermanos de Jesús nuestro Salvador.
De esta manera se descubre el fundamento de la fraternidad humana universal por encima de la diversidad étnica y cultural. Ojalá esta sucinta reflexión nos invite a adentrarnos en el misterio de la Familia trinitaria no sólo para conocer mejor al verdadero Dios que es amor, sino también para integrarnos en la Familia universal humano-divina para gloria de Dios Padre.
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(.) Jesuita y doctor en Teología