La sostenida, aunque lenta, ofensiva del ejército ucraniano, junto a la incapacidad rusa para contenerla y desarrollar, a su vez, su propia contraofensiva, retrata el estado actual de la guerra. La balanza, pues, comienza inclinarse al lado ucraniano y si la ofensiva desconecta Crimea de Rusia, incluso aun antes de reconquistarla plenamente, puede pensarse que the game is over. En el transcurso del tiempo, el conflicto ocasionó algunos efectos no previstos, entre ellos el de las iniciativas de los Estados parias (Rusia y Corea del Norte), para aliarse tras causas comunes.
Dicho en breve; uno de los más notorios efectos del estado de la guerra es la convergencia de Estados parias y el mayor posicionamiento político internacional de Estados terroristas, como el iraní. Esto último, gracias a Estados fallidos como los de Venezuela, Nicaragua o Cuba, e incluso gracias a Estados en vías de tornarse fallidos, como el boliviano. La problemática que presentamos se circunscribe, por tanto, a los dos puntos señalados.
Recordemos que la invasión rusa a Ucrania inició una guerra no, en rigor, contra el país invadido sino contra el ordenamiento democrático internacional y particularmente en contra de occidente. La intención del Kremlin no era sino el de obligar a aceptar, a todos, un mejor posicionamiento mundial suyo, en base al desconocimiento del derecho internacional. Aunque esta idea continúa obsesionando a la dictadura de Vladimir Putin, adquiere mayor importancia en esta coyuntura marcada por el estado de la guerra el afianzamiento de las alianzas con otros Estados parias o Estados terroristas.
Tenemos, entonces, para comenzar los intentos de este tipo de Estados, por un mejor posicionamiento geopolítico. Pese a que los Estados parias no existen para el mundo de las finanzas e incluso el comercio, son realidades militares y políticas fácticas. Tal es así que en el revoltijo de estos tiempos, hasta Cuba aparece de país anfitrión, para encuentros de considerable importancia de presidentes. Que el rol de los Estados parias y de los Estados terroristas no se limite a mejorar posicionamientos individuales sino que abarca el respaldo para potenciarse entre sí, es evidente.
Esos respaldos son principalmente políticos (uno de ellos se refleja, precisamente en la reunión de presidentes, en La Habana), pero también alcanza el ámbito de la tecnología militar. En efecto, al apoyo iraní a Rusia, consistente en la entrega de drones para la guerra de Putin, se suma ahora la posibilidad de similares apoyos, por parte de Corea del Norte. Luego del encuentro entre Putin y Kim Jong Un, la pasada semana, resulta evidente que estos apoyos conllevan transferencias tecnológicas. En el caso iraní hablamos no de tecnologías propias, sino de tecnologías de occidente, obtenidas de diversas maneras y reveladas precisamente en los drones en cuestión. Se trata, pues, de tecnología militar a la que Rusia no tiene acceso. En el caso de Corea del Norte, la transferencia tecnológica debe ser pensada en ambas direcciones: de este país a Rusia y viceversa. Con ello, el acercamiento entre ambos Estados conformaría, en verdad, un foco para el incremento de la conflictividad mundial.
La inestabilidad política no solamente se refiere al plano global, sino también a los niveles regionales e incluso locales. Los golpes de Estado en algunos países de África, en los pasados meses, lo ejemplifican. El temor, en determinados círculos democráticos de Sudamérica por la posibilidad que esta zona pueda ser desestabilizada como consecuencia de los acuerdos militares entre Bolivia e Irán, no es del todo infundado. Los mecanismos de la desestabilización son múltiples, pero todos orientados al mismo propósito: crear un ambiente político internacional que de forma directa (en base a gobiernos títeres) o indirecta (por medio del acoso a gobiernos democráticos) beneficie a los intereses geopolíticos de los Estados parias y de los Estados terroristas.
El estado de la guerra rusa – ucraniana también determina, en lo específico las definiciones de Moscú. En el terreno militar, las acciones rusas se han mostrado insuficientes para detener la ofensiva de Ucrania. Todos los esfuerzos de Putin, por tanto, parecen estar orientados a retrasar la hora de lo inevitable. Ganar tiempo, en este caso; ¿pero, para qué? La propaganda rusa deja filtrar la versión de la preparación de una gran contraofensiva de su ejército, pero lo real, a la luz de los antecedentes que arrojan el más de año y medio de conflicto bélico, Moscú parece pretender otro objetivo.
En primer lugar, ganar tiempo para procurar un ambiente político internacional favorable a la apertura de “negociaciones de paz”. Ello bien puede implicar la detención del avance ucraniano y retener lo que todavía queda del territorio ocupado en la invasión (en lo principal, Crimea), maquillando de esa manera, en algo, la derrota del ejército ruso. En segundo término, el tiempo también sirve para, por medio de la transferencia de tecnología militar que los Estados aliados a Moscú le posibilitan, reducir la distancia que en esta materia tiene el ejército de Rusia con relación a Ucrania. En definitiva, sin embargo, la esperanza consiste en acortar, en perspectiva, la brecha tecnológica que la separa de occidente. Para esta última proyección, la derrota militar de Putin pasa a segundo plano.
Por último, apuntemos los efectos sobre la política interna rusa. A diferencia de lo que podría pensarse, en sentido del fortalecimiento de perspectivas democráticas como alternativa a la dictadura de Putin, sostenemos que las perspectivas a destacar se mueven en el marco de la antidemocracia y el totalitarismo. No olvidemos que en esta sociedad, tradicionalmente inclinada a formas de gobiernos poco democráticos, los nacientes sectores democráticos de su ciudadanía han sido virtualmente del todo excluidos. Para ello contribuyó la represión política previa, el régimen policiaco actual y el masivo éxodo de quienes manifestaban desacuerdo con la guerra y con la dictadura. Así, el juego de las alternativas se mueve en un solo campo. De hecho, la manera en que Putin se deshizo del cabecilla del ejército mercenario Wagner es muy indicativo en esa dirección. En tal sentido, diríamos que en Moscú las alternativas en juego giran en torno al desplazamiento de Putin por otro hombre de confianza de la oligarquía ultranacionalista rusa, o el afianzamiento de Putin para mostrar que él es el único hombre viable, para aquella oligarquía.
Concluyamos que, por ahora, la prolongación de la guerra beneficia (no en sentido estratégico, por supuesto) más a Rusia que a Ucrania. El cómo se ha llegado a ello tiene mucho que ver con las primeras reacciones de occidente, ante la invasión. Es ya por demás indicativo, en ese terreno, la apreciación que occidente tuvo entonces. No descartaban una fulminante victoria rusa y el exilio del presidente de Ucrania como única posibilidad para preservar su vida. Esa dubitación para no apoyar con decisión la resistencia ucraniana ha continuado a lo largo del conflicto y se reflejó en la entrega, poco menos que a cuenta gotas, del armamento requerido por Kiev, principalmente en relación a armamento pesado y aviones de combate.
Ahora las cosas, ciertamente, han cambiado con lo que la perspectiva del triunfo ucraniano se incrementa de manera notoria. Pero, como vimos, el eje de la conflictividad global (entendido como mecanismo para el mejor posicionamiento de los Estados parias y los Estados terroristas) en el futuro, parece situarse incluso más allá de la derrota rusa.
El autor es sociólogo y escritor